17 febrero 2005

Visiones de un Invidente (Parte I)

-¡Cálmate Hernán!.¡Si te pones así llamaré a la policía!. Dijo la mujer asustada.
El señor Hernán Lámpado Jergo, estaba situado cerca de la chimenea.
Con su mano derecha sostenía una barra para agitar la leña, ligeramente alzada, que amenazaba el cuerpo de la futura ex-señora de Lámpado, la señora Isabel Dambar.

Ya hacía más de veinte años que el señor Lámpado, había heredado la gran fortuna de su padre, un negociante excelente. Diez años más tarde llegó el amor, su aún esposa, Isabel.

Si en una coctelera introdujéramos: un contable corrupto, una esposa derrochadora, un esposo despreocupado e inocente, unas inversiones sin futuro, unos extras al jardinero (por parte de la esposa) y una muy cara colección de coches, ¿Qué tendríamos?

Pues simplemente un cóctel, que si lo sirves en una humilde copa, los cubitos del amor se derriten, y queda una bebida caliente que deja la boca seca y con sabor amargo.

-Pero ¿De qué te quejas? Cariñ… Isabel reprimió la amorosa coletilla.
-¿De qué te quejas, Hernán? Si además te queda un coche, tu preferido. Y con los ahorros que te quedan puedes encontrar un “pisito” y vivir como un “señorito”. Sonó tan cursi y tan ridícula tanto una palabra como la otra.
- Incluso puedes trabajar. Y así terminó la frase, quizás esperando un asentimiento por parte de él.

Lo que ocurrió más que “asentimiento” fue un “asentamiento”. Hernán se negaba en rotundo. Era su casa su dinero y ella una chupa…sangre.

- ¡Todos estos años engañándome! Además por partida doble ¡Perra!¡ Mala Pécora!

La barra que sostenía agitó un cuerpo no leñoso, el de la señora Dambar.
Ésta cayó al suelo y no se pudo levantar, posiblemente tenia roto el brazo izquierdo.
Aún y así, le dio tiempo a llamar a la policía y avisar del suceso.
- Si yo no disfruto esta casa, tu tampoco ¡Víbora!
Como un loco, empezó a romper todo lo que se le encontraba por delante. Ventanas, jarrones árabes, cuadros...

Cuando la policía llamó a la puerta ,la señora Isabel acudió rauda a abrirla. Hacia poco que habían despedido al servicio y no estaba acostumbrada a esas tareas.
Cuando Hernán vio a la policía soltó el agitador.
Éste resonó como un trueno al tocar el suelo y dejó una curiosa marca en el parquet, el pico de un águila, curvo y amenazante.
Hernán cayó de rodillas en el suelo, sabiendo que todo lo tenía perdido y más después de su reacción.
Isabel sabía del temperamento de su marido y sólo en una mente tan fría como la suya, se albergaba la posibilidad de que todo hubiera sido planeado.
El excitante en la bebida, el agitador en la chimenea, los jarrones árabes y figuras al alcance y para encender la chispa: unas palabras viperinas. Pero eso ¿Quién lo demuestra?...

Continuará...

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