21 abril 2018

'Girasoles' de Inés Navarro

'Girasoles' de Inés Navarro

Mis padres murieron con tres meses de diferencia por sobredosis de droga cuando tan solo tenía seis años.
Crecí sola en el “malaise des banlieues” (malestar del extrarradio) de París. Este término hace referencia a los barrios marginales habitados por obreros pobres, como lo fueron mis padres.
Mi infancia no fue fácil. Todos los días tenía que mendigar, rebuscar entre la basura y dormir bajo cartones.
Por desgracia, perdí la virginidad con tan solo once años por una violación. Ojalá hubiese sido solo una.
Con dieciséis años pasé una terrible gripe que casi me mata. Iba deambulando por el centro de París con una fiebre tan fuerte que me hacía delirar. Caí desplomada delante de “L'église de la Madeleine” (La iglesia de la Madeleine) cuando apareció la monja Amelie que me llevó a su convento y me dio un baño con hielo para bajarme la fiebre. Tras curarme con su cuidado, Amelie se convirtió en la madre que nunca tuve. Ella me enseñó a leer, a escribir, a hacer cálculos y lo más importante, me enseñó valores que no tenía.
Se acabó lo de mendigar y dormir en la calle. Por fin tenía un hogar y una gran familia formaba por todas las monjas del convento.
Francisque era la más mayor de todas, pero, la que más sabía de moda. Me enseñó a coser y a bordar mientras que Ivette, me enseñó a cocinar y a hacer repostería. Yo no quería saber hacer solo eso ya que era una chiquilla muy curiosa y a la que le gustaba aprender, pero, las monjas no me apoyaban mucho en ese aspecto. Ellas tenían una vida más sencilla y dedicada únicamente a Dios. Claramente, no me apetecía acabar de esa forma.

Cuando cumplí la mayoría de edad me prepararon todo el convento una fiesta sorpresa increíble, pero, me di cuenta que no había nadie de mi edad. No tenía ningún amigo ni amiga. Eso me hizo estar triste, aunque, no duró mucho ese sentimiento. Era muy dispuesta y salí en búsqueda de ellos.
Iba todas las tardes al “Jardín des Tuileries” (Jardin de Tuileries) a pasear y desconectar de la rutina aburrida del convento. Un día choqué con un muchacho cargado de una guitarra al hombro.
-Discúlpeme por mi descuido._Le dije mientras me agachaba para recogerle la libreta de partituras del suelo.
-No te preocupes, también ha sido mi culpa. Andaba despistado. _ Me dijo sin levantar la vista de la libreta.

Seguidamente, hubo contacto visual y comenzamos a reír. Estuvimos hablando de lo maravilloso que era el jardín y me dijo de quedar al día siguiente para tomarnos un café en Le Nemours, unas de las mejores cafeterías parisinas.

A los pocos pasos dados al marchar, se giró y me dijo: “Por cierto, me llamo Alex..”
No podía estar más feliz. Iba a quedar como una persona normal que toma un café con su amigo. Me faltó dar pequeños brincos de emoción mientras volvía al convento.
Al llegar, se lo conté rápidamente a Amelie. Noté que no se alegró tanto como yo.
Ella me dijo: “Los hombre no son buenos. Se aprovechan de las mujeres y les hacen daño.” Sabía perfectamente cómo se comportaban algunos hombres, pero, no todos son iguales. Alex se le veía en la mirada que era buena persona.
No me equivoqué. La quedada fue genial. Me divertí mucho y hasta me tocó un poco la guitarra. Nos estuvimos viendo con frecuencia y me presentó a su grupo de amigos. Con el tiempo, me incorporé para formar parte de él. Estaba encantada de tener un grupo en el que me sentía tan acogida y querida.
Unos meses después de conocer a mi primer amigo, encontré un trabajo como florista en la calle Saint Honoré, la misma en la que estaba la cafetería. Me pagaban bien y no podía tener más ganas de alquilar un piso para alejarme un poco de la vida tan devota de las monjas.
Un viernes, mi vida cambió mientras estaba en la floristería haciendo un ramo de girasoles, mi flor favorita. Entró Alex con una chica y dijo: “Te presento a mi hermana Alicia. Quiere un centro de mesa para su vigésimo cumpleaños.”
Se me paró el tiempo cuando contemplé sus ojos verdes oliva, su nariz proporcionada y su sonrisa mejor que la de Julia Roberts.
-Me gustaría un centro de mesa con tulipanes rosas. _Me dijo con sonrisa de oreja a oreja.
-Sí, claro. ¿Para cuándo te hace falta?
-Para esta noche.
-Me tendré que dar prisa entonces. Lo intentaré tener hecho en una hora.

Le enseñé los tulipanes que utilizaría y después de charlar un rato, les acompañé hacia la puerta. Sentí aquello a lo que le llaman “papillons dans l'estomac” (mariposas en el estómago), algo totalmente nuevo para mí.
A la hora volvieron a pasar y allí estaba, listo para decorar una mesa.
Por la cara que se les quedó, supe que les encantó. Hice el mejor centro de mesa hasta el entonces hecho. Quería causar a Alicia buena impresión. Tras recibir sus felicitaciones, me invitó a su fiesta de cumpleaños. Alex también quería que fuera para hacerle compañía y me sabía mal decirle que no. Acabó la conversación diciéndome: “A las nueve y media paso a recogerte en la puerta del convento.”
Me puse una falda negra hasta las rodillas, una camiseta marinera, una chaqueta y no me olvidé de ponerme mi boina. Alex me estaba esperando con su Peugeot 205.

La cena estuvo genial. Había buen ambiente y buena música. Después de tomarnos unas copas, fui a recoger mi chaqueta para salir al jardín a fumarme un cigarro. No me dio tiempo a colocármela bien cuando Alicia cerró la puerta de la habitación y comenzó a besarme. Me agarró del culo y me sentó en el escritorio. Mi corazón latía a mil por hora. Cada beso, cada acaricia y cada susurro en el oído se me hicieron muy intensos. Lo peor fue cuando abrió la puerta Alex. Nos quedamos los tres paralizados sin decir nada. Alicia rompió el silencio diciendo: “Acéptalo. Nos gustamos.”
Le costó reconocerlo. Su hermana me dijo que le gustaba a su hermano, haciéndolo todo más vergonzoso.
A la semana se tranquilizó todo un poco y se lo conté a Amelie. Su reacción fue horrible. Se avergonzó de mí y me dijo: “Yo nunca te enseñé eso. Arderás en el infierno y ahora vete del convento.” Ella me enseñó a querer a las personas y yo quería a Alicia, pero, era incapaz de entender que estuviera con una chica.
Aún no me lo creía. Me abandonó la persona que me salvó y me dio el amor de una madre. Desde ese día no supe nada de Amelie.
Me fui llorando a casa de Alicia. Ella me dijo que me quedase con ella a vivir y comenzáramos una relación como una pareja normal. Las dos juntas formamos una familia.
Diez años después apareció la monja Ivette en mi floristería. Me dio la mala noticia de la muerte de Amelie por una neumonía y me dijo que sus últimas palabras fueron: “Perdóname Juliette. Te quiero.” Rompí a llorar inmediatamente y cerré la floristería para poder ir al entierro.
A las seis de la tarde salió el coche fúnebre dirección al Campo Santo. Me acompañó mi pareja Alicia y mis dos hijas que adoptamos. Ellas eran huérfanas como yo. Les quise dar un hogar y dos madres maravillosas.
Cuando acabó el cura de dar el discurso del funeral, le dejé un ramo de girasoles preciosos encima del ataúd. Y le dije: “Te perdono Amelie y te doy las gracias por haberme criado. Te quiero.”
Tenía muchas cosas que agradecerle y me hubiese gustado decírselas en vida, pero, la muerte llega a su hora y no tiene la culpa de nada.
Actualmente trabajo en mi propia floristería Los Girasoles, Alicia trabaja en una tienda de ropa y mis dos hijas guapísimas están acabando el colegio.

Quería acabar diciendo que no importa si amas a alguien del mismo sexo. Es totalmente normal porque somos personas. No te tiene que afectar la presión de la sociedad. Tú puedes amar a quien quieras y sigues siendo igual que los demás. No te sientas un bicho raro.

Relato enviado por Inés Navarro
Gracias Inés por enviar tu relato ;)

09 octubre 2017

'Ola de Calor' de Jaime Lapela

'Ola de Calor' de Jaime Lapela

Raúl no podía quedarse quieto. Se sentaba, aguantaba diez segundos, se volvía a levantar. Caminaba hasta el fondo de la cabina de vigilancia. Se detenía ante la puerta que daba acceso al campo de fútbol de la prisión, y volvía otra vez hasta su silla. Estaba muy nervioso, y me estaba empezando a poner nervioso a mí, su compañero aquel día en la vigilancia del módulo cinco.
 Procuré concentrarme en la lectura del periódico, a ver si así evitaba alterarme yo también, pero no era posible. El 'ABC' me estaba cabreando más aún, lo cual es algo bastante habitual. Así que decidí darle a Raúl algo de conversación, un poco de charla amable, a ver si así distendíamos el ambiente.
 -¿Y a tí qué cojones te pasa?- Pregunté tan pronto se sentó a mi lado por enésima vez.
 - Que estoy dejando de fumar.- Me respondió, con los ojos fijos en el patio. - Y estoy que no cago.-
 Eso saltaba a la vista, pensé. Raúl se volvió a levantar, caminó los seis metros que había hasta el fondo de la habitación y se quedó de nuevo mirando hacia el campo de fútbol. No tardaría en volver.
Me estaba jodiendo la mañana, principalmente porque el típico tío nervioso que no se está quieto más de un minuto en la silla suelo ser yo. Que Raúl no parase de moverse me impedía moverme a mí, porque lo que estaba claro es que como yo también empezase a danzar de un lado a otro de la cabina, aquello iba a parecer un puto pinball.
  Volví a intentar concentrarme en otra cosa. Eché a un lado el 'ABC' y me puse a mirar el patio, que en el fondo es para lo que me pagan.
  Fuera hacía calor, más de cuarenta grados, y aún no eran las doce de la mañana. La mayor parte de los internos combatía el calor mediante frecuentes duchas, o remojándose al menos con botellas de agua que rellenaban periódicamente en los grifos disponibles. Algunos valientes, no obstante, aprovechaban para broncearse tumbados en bañador encima de unas toallas. Prácticamente todos los usuarios del improvisado solarium eran internos que disfrutaban de permisos de salida o de visitas de sus familias. Que veían a gente 'de la calle', vamos, y que por ello intentaban cuidar un poco su imagen.


  Y luego estaba Mari. Mari no sale de permiso, porque aún le queda mucho, mucho tiempo de condena. Y aunque pudiese disfrutar de un permiso, no tendría a donde ir. Porque Mari mató a su pareja, con rabia y con ensañamiento, y el juez había dictaminado que además de su tiempo de condena, Mari no podría acercarse por el pueblo donde ambos residían en la fecha del crimen durante diez años más. Mari tampoco tiene familia, porque a la gente como él, la familia la repudia (o la repudiaba, porque ésto por suerte pasa cada vez menos) cuando la adolescencia florece, y los condena a una vida sórdida y marginal. Pero no quisiera que os llevaseis una impresión equivocada. Mari es buena persona, en serio, y la mayoría de mis compañeros, y yo mismo, creemos que en el fondo el tipo al que mató Mari debía ser un hijo de puta, y probablemente se lo merecía.


 Mari es un travesti de unos sesenta años de edad, que como todos los travestis de la vieja guardia, y los viejos músicos de rock, aparenta veinte años más de los que declara su DNI. No pude dejar de observarlo mientras, con unos movimientos de una  vulgar delicadeza y que intentaban ser lo más femeninos posible, extendió una toalla en el suelo de cemento y procedió a quitarse la camiseta y el bañador, quedando cubierto únicamente por un tanga rojo. Mari tenía tetas, unas tetas que colgaban como dos huevos fritos suspendidos de un par de  alcayatas. En lo demás, su cara y su cuerpo eran los un señor mayor, un señor mayor que no ha llevado una buena vida a ninguno de los niveles en los que una vida pueda ser llevada. Pero tampoco es que se pudiera quejar. Al menos estaba vivo, algo que la mayoría de profesionales del sexo de su edad y trayectoria vital no pueden decir por culpa del SIDA.
 Mari en tanga no es un espectáculo agradable, y pude ver en el modo en que Raúl torció el gesto al ver el espectáculo un reflejo de mi propia expresión.


- Bueno, - dijo Raúl finalmente, tras un largo suspiro de resignación - esto ya ha sido la gota que colma el vaso. Necesito un pitillo. A tomar por culo.-


 Raúl se puso en pie, por enésima vez, pero en esta ocasión giró a la izquierda, hacia la puerta de nuestra cabina, y la abrió. Los cuarenta y pico grados de temperatura del aire exterior le golpearon en la cara, y hasta yo mismo pude sentir la oleada de calor. Igual que cuando abres un horno para comprobar si el asado está listo. Raúl achinó los ojos, se puso las gafas de sol, y salió, cerrando la puerta tras de sí.


  Desde la cabina le vi atravesar con determinación el patio de cemento hasta la pared que estaba justo frente a nosotros, a algo más de treinta metros. Allí, en esa pared, una ventana enrejada hacía las veces de ventanilla de despacho del economato. Pude ver a Raúl golpeando la portezuela metálica que la cerraba. Nadie abrió y, pasados unos instantes, Raúl giró sobre sus talones para dar media vuelta y volver la cabina de funcionarios. A mitad de camino, sin embargo, pareció dudar, y acabó por dirigir sus pasos hacia donde Mari tomaba el sol, tumbado en su toalla.


 No pude oír lo que decía, claro, pero no había que ser un lince. Mari se incorporó levemente, apoyando los codos en el suelo, para escuchar a Raúl. Raúl se tocó la boca con los dedos índice y corazón de su mano derecha, en el gesto universal con el que los fumadores sujetan sus pitillos. Mari negó con la cabeza.
 Poco después, mi compañero entraba otra vez a la cabina, acompañado de una infernal vaharada de aire caliente. Se sentó a mi lado.


  -¿No ha habido suerte?.-Pregunté.
  - No. El economato no abre hasta dentro de media hora, y Mari no tiene tabaco.-
  - Qué feo, pedirle tabaco a un interno.- Comenté, sin quitar la vista del patio. Raúl me miró con recelo. No estaba seguro de si mi recriminación iba en serio o no. Sonreí y le guiñé un ojo, y él sonrió también, más tranquilo.
  - Bueno, muchos pitillos me tendría que dar Mari a mí para que quedáramos igualados.- No le faltaba razón en eso. Como ya he dicho, la mayoría de funcionarios apreciábamos a Mari. Siempre estaba ahí para ayudarnos a localizar a cualquier otro interno cuando el psicólogo, o quien fuera, quería hablar con él. O para encargarse de limpiar las duchas, o incluso para darnos algún pequeño soplo de vez en cuando. Y Raúl, y otros funcionarios, no dudaban en compartir un pitillo o invitar a Marí a un café, porque en una conversación con él podías enterarte de muchas cosas que estaban sucediendo en el patio y que a tí te habían pasado completamente desapercibidas.
 Pasaron unos minutos. Raúl parecía más tranquilo ya, quizá el calor le había ayudado a relajarse. Menos mal. Durante los siguientes minutos, pudimos concentrarnos en observar a los internos mientras disfrutábamos del aire acondicionado graduado a toda potencia.


  Fuera, en el patio, Mari recogía su toalla. La sesión de sol había terminado. Se puso el bañador y, con el torso todavía desnudo, se encaminó a uno de los bancos del lado derecho del patio, que todavía estaban a la sombra.
   Sentado en él estaba Luca, un joven de no recuerdo qué provincia del levante español. Con sus ricitos castaños y su aire angelical, tenías que mirar en lo profundo de sus ojos verdes para darte cuenta de que había algo muy feo anidando dentro de aquella hermosa carcasa. No me había molestado en mirar por qué estaba Luca cumpliendo condena, casi nunca hago eso. Pero me habían llegado rumores que hablaban de un delito sexual. Bueno, quién sabe.


  Mari se quedó de pié ante Luca. Empezaron a hablar y, al igual que en la vez anterior, no pude oír qué decían. En un momento dado, Mari hizo un gesto con la cabeza hacia su izquierda. Luca miró en esa dirección, y siguiendo sus ojos descubrí que miraba hacia la puerta de las duchas.


 Intercambiaron unas palabras más. Pocas. Mari se fue hacia la puerta de las duchas, y pasó al interior de la dependencia. Fuera, Luca encendió un pitillo y se lo fumó con calma. Al acabar, tiró la colilla al suelo, la pisó con sus chanclas, y se metió en la ducha también. Raúl y yo nos miramos, y nos encogimos de hombros. Teníamos una A y una B. Era evidente que luego venía la C.
 Un cuarto de hora más tarde, Luca salió de las duchas. Sacó un paquete de tabaco y un mechero  de su bañador, y con un gesto rápido se llevó un pitillo a la boca. Lo encendió, se guardó el mechero, y volvió a sentarse en el banco del que se había levantado momentos antes.


 Poco más de cinco minutos después, Mari salió también. Venía recién duchado, y se había peinado hacia atrás su rala melena rubia. Así, con el cabello ordenado y una camisa de manga corta, Mari podría pasar por un respetable caballero jubilado, el abuelo de cualquiera. Hasta que te fijabas, porque era imposible no fijarse, en el bulto de sus tetas. Pero bueno, también hay por ahí muchos abuelos con un buen par de tetas, que los años no perdonan, y...

 Mari llamó a la puerta de la cabina, poniendo fin a mis reflexiones. Raúl y yo nos miramos, extrañados, y finalmente él, que era el que estaba más cerca de la puerta, se levantó para abrir.
 Mari le acercó un pitillo.
 - Tome, don Raúl.- Raúl se quedó quieto, mirándolo. No sabía qué hacer. Mari insistió.
 - Tome, don Raúl. He conseguido un paquete de 'Chester'. Coja un pitillo.- Raúl, pasado el primer momento de duda, levantó su mano derecha, y movió decidido su índice de izquierda a derecha, para reforzar su negativa.
  - No, Mari. No puedo aceptarlo. Te lo agradezco, pero no puedo. Me parece que te ha costado demasiado conseguirlo.- Mari sonrió de medio lado, con su habitual mirada de divertida amargura.
 - Que va, don Raúl. Ha sido un placer.- Y sin dar tiempo a que Raúl respondiera, le metió el cigarrillo en el bolsillo de la camisa, dio media vuelta, y se fue.
  Mi compañero cerró la puerta, algo de agradecer, porque se estaba empezando a perder el frescor del aire acondicionado, y se sentó de nuevo a mi lado. Sacó el pitillo del bolsillo donde lo había deslizado Mari, y lo observó en silencio durante varios minutos.
 -¿Te lo vas a fumar o no?.- Pregunté, no porque me apeteciese compartir el humo de su tabaco, sino para sacarlo de su hermetismo. Y porque me aburría. Raúl sacudió la cabeza, como si lo acabase de despertar de una siesta, y me miró. -¿Que dices?.-
 - Que si te vas a fumar el pitillo.- Repetí. Raúl lo miró unos segundos más, y se lo volvió a guardar donde lo había sacado.
 - No. No me lo fumo. Ahora estoy más decidido que nunca a dejar de fumar. Y este pitillo me lo voy a guardar como recordatorio.- Me espetó, así del tirón y con voz casi podríamos decir que solemne.
 - ¿De recordatorio de qué?- Pregunté.
 - Del daño que le puede hacer a tu cuerpo el vicio de fumar. Y no sólo a los pulmones.- Asentí en silencio, valorando sus palabras. Mira, todos los días se aprende algo.
  Continuamos observando el patio en silencio. Pronto sería la hora de comer.


Relato enviado por Jaime Lapela
Blog de relatos de Jaime: Bolaygrillete.blogspot.com.es
Gracias Jaime por enviar tu relato ;)

17 mayo 2017

'Alcañiz' de Sandra Freijomil


'Alcañiz' de Sandra Freijomil

La mujer es vieja. De edad indefinida entre los ochenta y los cien. No tiene dientes. 
Se le nota en las hendiduras de los labios sobre las encías. El pelo cano y clareando. 
Un blanco grisáceo, sin tratar. Lleva una falda negra larga hasta los tobillos. Sin medias.
Unas alpargatas también negras, deformadas por unos pies de gancho. La camisa es negra con un pequeño dibujo en blanco. Son aves minúsculas. Se sienta en el balcón. Un balcón de un metro y medio por setenta centímetros. Con las barandas de hierro forjado. A sus pies, una maceta con unas margaritas blancas.

Lleva gafas. Le cuelgan en la parte baja de la nariz, más allá del puente. Observa. Sin decir nada. La calle, abajo, las gentes. Redoblan los tambores. Ella parece no estremecerse. La semana santa irrumpe de un soplo. Las calles se llenan, las gentes aplauden, lucen al sol, las mujeres sonríen, los niños corren, los hombres acarrean los bombos.

La mujer se queda en su balcón. Quieta. Se acerca un chico joven. Rondará los veinte.
Se detiene bajo el balcón. El príncipe y su Rampunzel. Señora, ¿le gustan los tambores? La mujer le mira. No contesta. Al poco arranca, un discurso atropellado. 
Le cuenta que ha visto la semana santa cada año, desde pequeña, le detalla como era antes, cuando ella era una mujer joven y desfilaba tras los pasos, con su mantilla, sus perlas y sus tacones. Le habla de las tradiciones, de la virgen de los Pueyos que ya no está tan guapa como antes. El chico escucha. De vez en cuando la interrumpe para hacerle alguna pregunta pero ella no responde. Prosigue su letanía, los años remotos, los tiempos pasados. El chico se impacienta. Señora, ¿cómo se llama usted?

La mujer lo observa unos segundos con detenimiento, como si rumiara para sus adentros. Luego prosigue. El chico insiste, le confiesa su nombre, ¿cuál es el suyo? La mujer vuelve a detenerse, lo ignora y prosigue. El chico mira el reloj, lo esperan en la esquina de abajo, ha hecho una apuesta y quiere ganarla. Tan sólo necesita saber un nombre, ese nombre, el de la mujer vieja que se sienta en el balcón.

Ella prosigue, la semana santa del año cincuenta cinco fue especialmente bonita. Le habla de la vecina, que de tan guapa todos los chicos la miraban. Miranda. La vecina se llamaba Miranda. El chico aprovecha, pregunta de nuevo, y usted, ¿cómo se llama?

La mujer se detiene. El chico menea la cabeza. No oye nada, piensa, está sorda. La mujer se rasca la nariz. El chico insiste impaciente, a gritos, ella se llamaba Miranda y usted, ¿usted cómo se llama? ¿Yo? No me acuerdo.


Relato enviado por Sandra Freijomil
Gracias Sandra por enviar tu relato ;)

12 enero 2017

'Elegir un hombre' por Luis Alberto Serrano

'Elegir un hombre' por Luis Alberto Serrano

Tenía un dilema grande. Después de algunos años de desencuentros, había roto con su novio. ¿Qué hacer?. ¿Cuál es el siguiente paso?. Que jodidamente absurda es esa fase de las rupturas en los que nos da miedo el “qué pasará ahora”.

Dos opciones. La primera era simple, suavizar la situación y retomar la relación con su pareja y no tirar los ocho años por la borda. No era descabellado intentar una reconciliación en el sitio adecuado para ello: la cama. Bego era una chica guapa, de cierta edad, pero no lo aparentaba. Además, su sonrisa siempre la hacía más atractiva. Es del tipo que los machos dicen que “puede conseguir a cualquier hombre que se proponga”.

La otra opción era más misteriosa. Sería la de reconciliarse consigo misma manteniendo una relación con otro chico. He ahí el dilema. ¿Qué hacer? ¿Cuál es el siguiente paso?, se volvió a preguntar de nuevo y llegó a la misma conclusión: estaba perdida.

Abrió el Facebook apresurada. Contactó con Lourie, una amiga que había hecho hace poco pero con la que había conectado muy bien. Además, aunque la francesa no había terminado la carrera, había estudiado psicología y pensó que podría ayudarla. Quedaron para echarse una café y unas risas. Sabía que aceptaría porque hacía demasiado tiempo que no se veían y tenían ganas.

Aunque nadie quiera reconocerlo, todos fantaseamos con tener sexo con gente de nuestro entorno. Bego se sentó a tomar una infusión mientras dejaba volar su imaginación. Empezó a imaginarse a los posibles candidatos. En su cabeza pasaban figuras de amigos y conocidos con los que no le importaría tener una noche loca. A cada uno lo ponía en una balanza de “pros y contras”. Decepcionantemente, ninguno tenía más pros que contras. Ella misma se noto negativa. Con Ramiro fue diferente. A él no lo evaluó como una figura abstracta. A él lo imaginó desnudo. Tenía más defectos que virtudes y si lo hubiera puesto en la balanza hubiera dado negativo en el control, seguro. Pero a él no, a él lo evaluó desnudo. No importaba lo demás. Se dio cuenta que, a veces, hay que separar el sexo de la amistad. Si era para mantener una relación sin implicaciones, ¿qué importancia tendría la personalidad?. Sólo tenía que pedirle dos cosas, que la tratara bien y que le diera placer.

Se lo contó todo a Lourie, incluido lo de su objeto de deseo.  Sin dar nombres, por supuesto, porque la discreción es un valor que ella sabía que tenía que respetar. La gente confía en ti cuanto más discreto eres. Y ella lo era y mucho. La becaria francesa estaba haciendo prácticas de enfermera en un hospital y tenía muchas tablas en el trato con la gente. Tenía claro que no podría aconsejar a su amiga porque no la conocía lo suficiente. Si no conoces a alguien, es demasiado peligroso dar un consejo, le dijo. “Una cosa que para tí puede ser la solución a todos los males, para otra persona puede ser el comienzo de todas sus desgracias”, sentenció.

Terminó la conversación con risas y más risas. ¡Qué necesarios son los amigos que te ayudan a reír! (aunque no aporten nada más). En este mundo, cada uno de nosotros cumplimos una función en la vida de los demás y los demás cumplen una función en la nuestra. Lo ideal es que una persona cumpla todas las funciones en tu vida. En este caso, y siempre que sea recíproco, se convierten en parejas y viven la vida en común hasta el final. Pero a veces no pasa así, con lo cual puedes tener un amigo con el que te encanta ir al cine por su espíritu crítico y poder disfrutar de su conversación después de la película y, por otro lado, tener un amigo con el que salir de fiesta nocturna y disfrutarlo al máximo pero con el que no irías al cine ni equivocada.

Se decidió a probar con Ramiro y a Ramiro. Total, por echar un ojo no se pierde nada. Y si nadie se entera de nada, ¿que tendría que perder?. Se decidió a llamarlo.

“Hola, soy Bego, no sé si te acuerdas de mí”, balbuceó cortada. Le tuvo que dar tres o cuatro datos de ella porque él, a pesar de haber coincidido con ella en cuatro o cinco fiestas, no se acordaba de ella. Aunque le decepcionó un poco, pensó que quizás fuera mejor que no se conocieran de nada. Así habría menos vínculo.

Esa tarde, Bego, recibió una llamada que la sorprendió. Aarón era el nexo entre su exnovio y Lourie. El chico había estado en Francia estudiando enfermería y allí la conoció. Un año después fue el que la ayudó gestionar todo el papeleo necesario para que la chica pudiera venir a trabajar a España. Lo hizo como justo pago y en honor a la amistad y el apoyo que él había recibido de ella en su tortuosa estancia en París. Aarón y Marco, el ex de Bego, habían sido inseparables toda la vida, desde la época del colegio. Pero al llegar a la inevitable separación universitaria cada uno cogió su rumbo y, ya, prácticamente solo se veían en los cumpleaños. De hecho fue en el último que celebró Aarón donde Bego conoció a Lourie y se hicieron amigas y, con el tiempo, confidentes.

Marco, como suele pasar con las rupturas, necesitaba llenar el tiempo libre y el vacío que deja la persona que estaba siempre a tu lado y ya no está. Una de las mejores maneras es la de retomar amistades que estaban estancadas. Eso hizo él. Llamó a su antiguo amigo de hazañas y le invitó a salir.  De esta forma fue que Aarón supo de la ruptura y se lanzó a una aventura que no sabía que le depararía. Llamó a Bego y le pidió una cita.

Bego no salía de su asombro. Uno de los amigos de su ex le estaba pidiendo quedar una tarde para merendar juntos. Tenía que decidir pronto. Su mente se arrebató desconcertada. Quiso decir no, pero acabó diciendo que sí. Cuando se relajó, pensó, “quizás haya sido una señal del destino que mi mente cambiara, sin mi voluntad, mi propia decisión”. Ella creía en esas cosas. Decidió darle una oportunidad a la providencia, ya fuera divina o no.

Se acercaba el fin de semana. Se lo tomó como un juego. Tendría una cena con Ramiro el viernes y con Aarón el sábado. Sacaría las conclusiones finales el domingo y quedaría con el ganador de tan absurda competición para el fin de semana siguiente. Ellos no lo sabían. Pero el ganador tendría un premio muy especial: el cuerpo de Bego.

Para ser lo más ecuánime posible, decidió vestirse igual para las dos citas. Se guapeó bastante porque, a pesar de no ser una obsesionada de los maquillajes y los coloretes, algo coqueta sí que era. Se vistió sencilla pero elegante. Se perfumó poco. Mientras lo hacía, fantaseaba con el sexo con Ramiro. ¿Cómo sería en la cama? ¿Cómo “la” tendría?. Partió con tiempo, no le gustaba llegar tarde a los sitios y tampoco llegar apresurada. Quería disfrutar del “examen” y necesitaba hacerlo relajada.

La cita estaba a punto pero Ramiro le mando un wasap media hora antes. Ya ella estaba organizando el bolso para salir. Le había surgido un contratiempo y tendrían que posponer el encuentro. Ella, muy digna, contestó que no había problema. Por dentro le dolió y la sumió en una rabia que no se le quitó en toda la noche. La ilusión que tenía mientas se iba arreglando se desvaneció y se convirtió en decepción.

Al día siguiente volvió a repetir metódicamente el proceso de vestido y maquillaje. Esta vez, medio influida por la decepción del día anterior y por la tensión de quedar con un amigo que no sabía qué es lo que pretendía, lo estaba haciendo sin ilusión ni ganas. Cuando estuvo preparada, le mando un wasap de confirmación para que él no la hiciera esperar. “Voy saliendo”, escribió. A lo que el contestó, “estoy llegando”. “Bueno, por lo menos no es impuntual, que algo es algo”, pensó.

Entre que Aarón era tímido y lo tenso que estaba, no lograba tomar el mando de la conversación. Bego se dio cuenta y decidió echarle una mano influida por el cambio físico, para bien, que había notado en él. Nunca había sido guapo ni tenía una personalidad arrolladora. Era, como se suele decir, un segundón. Pero parece que los años empezaban a sentarle bien y estaba, ella no notó, más atractivo de cómo lo recordaba. Ella, con más tablas, fue relajando la conversación y él empezó a sentirse cómodo. Eso y el vino terminaron de limar las tensiones de una cita casi forzada.

Lo pasaron genial. Ella hacía mucho que no se reía tanto. Y lo necesitaba. Él se fue a su casa mucho más que contento. Aunque a la hora de la despedida, la inseguridad se volvió a apoderar de su persona. Como Bego sabía lo que le quería preguntar y estaba dando demasiados rodeos para hacerlo, volvió a ayudarle de nuevo. “Espero que volvamos a quedar pronto, la noche ha sido genial y hay que repetirla”, le dijo para quitarle un peso de encima. Tras un abrazo que duró más que los normales, se despidieron. Ella sintió ese abrazo más que la mayoría de los que le habían dado en la vida. Sintió que se sentía querida de nuevo. Fue de esos abrazos en los que los dos corazones, quizás por la cercanía, se sincronizan y laten unísonos.

Durante la semana evaluó. Aarón había pasado el examen pero, quizás, Ramiro superara la nota. Lo llamó para verse el viernes. Sus excusas, inconsistentes, la incomodaron. Insistió poniendo fecha para el sábado. Más excusas. La conversación acabó con un compromiso de que él, cuando tuviera un hueco, la llamaba para quedar. Ella esperó durante la semana esa llamada. Nunca se produjo. Decepcionada, quedó con Aarón para ir al cine.

Una comedia francesa no estaría mal. A los dos les gustaba el cine. De hecho, él había ayudado a su hermano a realizar pequeños cortos. A la chica no le apetecía ver algo trascendental para no tener luego una conversación profunda con Aarón. Esa noche estaba un poco “depre” y no necesitaba cosas profundas. Sólo quería reírse.

La película les gustó a los dos más de lo que pensaban y eso que él era gran adepto de la comedia francesa. Después de la película no quisieron romper la armonía y decidieron ir a cenar algo. La conversación empezó superflua y con muchas risas. Él, cada vez, se sentía menos tenso con ella y se notaba. Ella cada vez más a gusto de que él fuera cada vez más él. Hubo un rato que hasta se dedicó a observarle si escuchar lo que decía. Por un rato, se aisló para observarle el rostro, la forma de hablar, su forma de gesticular y la forma tan natural en que sonreía. La sacó del trance una pregunta que terminaba con una “¿no lo crees así?”. Ella contestó un tímido “sí”, sin saber que es lo que le había preguntado. Pero se sintió bien de que esa afirmación hiciera feliz a Aarón.
Se despidieron de nuevo en la puerta de la casa de Bego. Ella, directamente, abrazó al chico. Necesitaba ese abrazo y no lo pidió, lo cogió. Fue más largo que el del primer día e igual de sentido. Recordó que tenía un libro en casa sobre la abrazoterapia. Buscaría una librería para comprarle una copia a su amigo en señal de agradecimiento.

La siguiente semana la pasó debatiendo en si llamar a Ramiro para pedirle la ansiada cita o hacer valer su dignidad y esperar que fuera él el que la pidiera. La llamada no se produjo. Sintiéndose despechada, ese fin de semana volvió a quedar con Aarón. Una noche de risas y confesiones los unió bastante más. Pero las dos veces que se había masturbado esa semana, lo había hecho pensando en Ramiro, no en Aarón.

Tragándose la dignidad, llamó para intentar concretar el encuentro. Por fin, le arrancó un compromiso para el viernes. Pasaban los días y se sentía feliz. Tenía ganas de que llegara el momento. El viernes, se puso más guapa de lo normal, quería impresionarlo a toda costa. Pero su gozo en un pozo. Una hora antes de la cita un mensaje la volvía a la realidad. Un compromiso ineludible hacía que él no pudiera acudir a la cita. Ella se enfrentó. Ya le pareció una falta de respeto la forma en que la trataba. Y eso si que no. Le dijo que si no se veían el sábado no volvería a intentarlo más. Él, aprisionado, dijo que “por supuesto”. Ella, dolorida, se desvistió y se fue a la ducha.
Aarón la llamo para quedar, pero ella puso una excusa absurda. No quiso decirle que había quedado con otro, se tomó sus cereales con leche y se fue a la cama.

La cita con Ramiro ya no era tan ilusionante. Ella se había prometido no ilusionarse hasta no tenerlo delante. Decepciones, las justas. Por fin estaban sentados en la mesa de un restaurante. Ella se sentía un poco atemorizada. Le había costado mucho esa cita y no quería echarla a perder. Durante toda la noche, él demostró que era un cretino integral. Se pasó la velada hablando de tópicos de las chicas y de sus anteriores conquistas. Cosa que, a ella, le incomodaba en demasía. Pero más la estaba poniendo tensa el no poder ver, y querer, cómo abultaba el paquete debajo de su pantalón.

La cena fue rápida. Pagaron a medias y para casa. Pararon el coche en la puerta de la casa. Ella, resignada a una noche tan corta después de tanto esfuerzo, se despidió. Él, a lo que ella dijo “pues bueno” para empezar la despedida, la besó. Bego sintió un placer intenso en todo su cuerpo y no tardó en meter la lengua en la boca del chico.

Cuando despertó y se había apartado la nube de su mente, ella estaba desnuda en la cama y Ramiro durmiendo al lado. Le vinieron los recuerdos de la noche y le salió una sonrisa. El concurso había finalizado y a su lado yacía el ganador.

Con las semanas se fueron repitiendo los encuentros. O mejor dicho, la mayoría de las veces, desencuentros. La relación siguió como había comenzado. Ella lo buscaba y él acababa cancelando la cita. Sólo se veían cada vez que ella lo presionaba. Cada vez tenía más claro que la relación continuaba porque el empeño que le ponía. Era como un calesa de dos caballos en la que sólo uno de ellos tiraba hacia a delante. El día que ese caballo no tirara, la calesa se pararía en seco.
Las decepciones de los días de cancelación los cubría llamando a Aarón, que siempre estaba dispuesto para ella. Además, tenía la capacidad de convertir un día decepciónate de despecho en una noche de risas y complicidad. Y ella, para lo lista que era, no logró darse cuenta que eso tenía que tener, forzoso, un tiempo de caducidad.

Pero él ya no aguantaba más. Tenía que decírselo. A ella le extrañó que la citara en un parque. Eso le sonaba a película americana. Y no se percató del detalle hasta no estar sentada en el banco. En lo que él llegaba empezó a pensar y a darse cuenta que hoy se podría producir una declaración de amor. No, no quería. Si su amigo cruzaba esa barrera ya nada sería como hasta ahora. Se acabarían las risas, las complicidades. Su presencia la sacó de esos pensamientos. Se puso tensa como hacía mucho tiempo que no lo estaba. El chico no se anduvo con rodeos. Se lo soltó sin anestesia. Ella no pudo hacer otra cosa que echarse a llorar. Todo se desmoronaba.
Aarón intentó consolarla, se sentía culpable. Incluso, hasta pidió disculpas por el atrevimiento. Ella lo miró y deseó, con todas sus fuerzas, que encontrara una chica que lo quisiera. Era de las mejores personas que había encontrado en su vida y se lo merecía. Se secó las lágrimas y se tomó un momento para pensar. Decidió que debía ser honesta con él.

La tarde pasó, ella hablando y él escuchando. Le contó todo lo que había acontecido desde la ruptura con su novio hasta ese momento de los dos sentados en el banco. La habló de Ramiro con todo lujo de detalles. Él reaccionó triste. Se lo esperaba pero no se imaginaba que su contrincante fuera un rival tan decepcionante. Le pidió a la chica que entendiera que ellos dos debían dejar de verse. Ella volvió a romper a llorar, pero lo entendió y aceptó una rendición sin condiciones.

Aarón sintió rabia por dentro. Es normal que, con lo atractiva que era, tuviera las más variadas ofertas de relación. Eso lo sabía, lo aceptaba y podría aceptar la derrota siempre que fuera digna. Pero no aceptaría nunca ser derrotado por alguien que sabía que no la iba a hacer feliz. No estaba dispuesto a ser el motor de la felicidad de nadie para que los frutos los recogiera otra persona. No, no, eso sí que no. Se levantó, y se fue. No volvió a aparecer más por la vida de Bego por dos razones: una porque él era muy disciplinado y consecuente con sus decisiones y otra, porque ella siempre respeto su decisión de desaparecer, por el cariño que le tenía.

Fueron pasando los meses. Ella se acordaba de vez en cuando de Aarón. Lo hacía mucho más los días que Ramiro la dejaba colgada en casa con cualquier inverosímil razón. Ella sobrevivía cada vez con menos autoestima y, poco a poco, empezó a perder aquella sonrisa que enamoraba.

Un día coincidieron Bego y Aarón en la estación de tren. Él iba a pasar unos días a un hotel rural con una amiga y ella decidió ir a visitar a sus padres, que había pasado mucho tiempo desde que no lo hacía. Ella lo miró. Lo analizó en un segundo. Lo vio más guapo por lo que intuyó que estaba muy feliz. Saludo a su amiga con un gesto forzado. Pero les sonrió a los dos cortésmente. Él la vio a ella avejentada y como si hubiera perdido la magia que había conseguido enamorarle hace unos meses atrás.

FIN


Relato enviado por Luis Alberto Serrano
Twitter: @luisalserrano
Gracias Luis Alberto por enviar tu relato ;)

08 enero 2017

'Fuego' de Pencil emotions

'Fuego' de Pencil emotions
Y llegas como franca llamarada de labios entrecortados, consumiendo la palabra de aquel al que miras.
Del color de la vida dicen que les vuelves. Y es que sonrojarías hasta la más seria historia. Venus de mis campos.
Tu que eres el incendio que nuca se consume. Y yo que estoy hecho del más inflamable material.
Déjame acariciar el rojo de tus mejillas y juntos ser fuego.


Relato enviado por Pencil emotions
Gracias Pencil emotions por enviar tu relato ;)

25 septiembre 2016

'El día de la boda' de Marta Zurera

'El día de la boda' de Marta Zurera
Había llegado el día, 25 de Septiembre. Me puse mi mejor corbata y mi mejor esmoquin y marché para la boda. Me temblaban las manos y no podía parar de sudar. No podía creer que hubiera llegado este día, estaba muy nervioso. Sabía que iba a ser la boda más bonita de todas porque, ella era la novia más hermosa del planeta. La quería más que a nada. No podía dejar de pensar en su larga melena rubia, en sus mejillas sonrosadas, en sus labios carnosos que tanto me gustaban y, en esa media sonrisa que ponía cada vez que se ruborizaba. Me encanta. No podía haber mujer más perfecta para mí. Era mi chica, lo sabía.
Cada vez venían más invitados. Todo era precioso. Era la boda que siempre habíamos soñado los dos. Se podía apreciar hasta el atardecer en la gran explanada del jardín. Había unas elegantes sillas blancas para los invitados que estaban colocadas en el verde césped y unas preciosas luces colgadas de los árboles. El suelo camino al altar estaba repleto de pétalos blancos y, el arco, estaba cubierto de flores y algunas telas blancas transparentes. A los lados, había dos grandes floreros con rosas azules. Sus preferidas. Podía observarse las grandes vistas al mar desde el arco del altar. Todo era perfecto.
De pronto, comenzó a sonar el Canon de Pachelbel. Todos giramos nuestras miradas hacia ella. La vi a lo lejos con su vestido blanco y su ramo de flores. Que preciosa estaba y qué ganas tenía de casarme con ella. Sus ojos brillaban y su sonrisa iluminaba el lugar. Se fue acercando poco a poco al altar, me miró por un momento y enseguida apartó sus ojos de los míos. Seguía sin creerme que hubiera llegado este día porque, no me imaginaba que al final fuese a casarse con él. Tenía que ser nuestra boda, era tal cual lo habíamos planeado los dos hace tiempo.
Ojalá fuese yo quien estuviese ahí y que supiese cuánto la sigo queriendo. Aun así, se la veía tan feliz... Pero, no pude aguantarme en cuanto oí las palabras "que hable ahora o calle para siempre".

Relato enviado por Marta Zurera
Gracias Marta por enviar tu relato ;)

20 septiembre 2016

'REFLEJO' de Jesús Cano

'REFLEJO' de Jesús Cano

Cuando echas a la mentira de tu casa...

Mónica miró al delator espejo horrorizada. Día tras día ganaba peso sin cesar. Comenzó
mil dietas que demostraron ser inútiles. Sentía como sus tobillos se inflamaban a causa
de su obesidad.

Los amigos la intentaban engañar con piadosas mentiras. Pero ella captaba las furtivas
miradas de los transmutes y las escondidas risas. Procuró salir lo mínimo e
indispensable.

En un arrebato de impotencia exilió todos los espejos de la casa... ¡No fue un remedio!

Su inmensa y amorfa silueta se reflejaba, cual cruel mofa, en las vitrinas, ventanas y
cualquier superficie brillante. Aprendió a caminar mirando al suelo para evitar el
espanto de su metamorfosis. Tampoco sirvió de nada, pues el cansancio de arrastrar
semejante cuerpo era un perpetuo recuerdo de su estado.

La extenuación apenas le permitió caminar unos metros hasta el sofá. Debería festejar la
perdida de peso. Aunque apenas se notarían los escasos gramos que asfixió su hambre.

Tocaron a la puerta. No pensaba abrir; serían sus amigos cargados de compasión. Tras
unos fuertes golpes la puerta cedió... Sus compañeros de risas y fiestas ahora le
gritaban con caras preocupadas. Pero el cansancio no la dejaba pensar. Sucedió algo
inexplicable: Uno de ellos la aferró alzándola sin dificultad. ¿Estaría alucinando? En
brazos la llevó hasta el coche para apearse en el hospital.

Fueron años de dura lucha. Aún era pronto para bajar la guardia. Aquel día, apartaron a
la muerte de su puerta para poderla derribar. Ahora la felicitaban por como estaba
superando la temida anorexia.

...Se refugia en los espejos.

Relato enviado por Jesús Cano
Gracias Jesús por enviar tu relato ;)