25 septiembre 2016

'El día de la boda' de Marta Zurera

'El día de la boda' de Marta Zurera
Había llegado el día, 25 de Septiembre. Me puse mi mejor corbata y mi mejor esmoquin y marché para la boda. Me temblaban las manos y no podía parar de sudar. No podía creer que hubiera llegado este día, estaba muy nervioso. Sabía que iba a ser la boda más bonita de todas porque, ella era la novia más hermosa del planeta. La quería más que a nada. No podía dejar de pensar en su larga melena rubia, en sus mejillas sonrosadas, en sus labios carnosos que tanto me gustaban y, en esa media sonrisa que ponía cada vez que se ruborizaba. Me encanta. No podía haber mujer más perfecta para mí. Era mi chica, lo sabía.
Cada vez venían más invitados. Todo era precioso. Era la boda que siempre habíamos soñado los dos. Se podía apreciar hasta el atardecer en la gran explanada del jardín. Había unas elegantes sillas blancas para los invitados que estaban colocadas en el verde césped y unas preciosas luces colgadas de los árboles. El suelo camino al altar estaba repleto de pétalos blancos y, el arco, estaba cubierto de flores y algunas telas blancas transparentes. A los lados, había dos grandes floreros con rosas azules. Sus preferidas. Podía observarse las grandes vistas al mar desde el arco del altar. Todo era perfecto.
De pronto, comenzó a sonar el Canon de Pachelbel. Todos giramos nuestras miradas hacia ella. La vi a lo lejos con su vestido blanco y su ramo de flores. Que preciosa estaba y qué ganas tenía de casarme con ella. Sus ojos brillaban y su sonrisa iluminaba el lugar. Se fue acercando poco a poco al altar, me miró por un momento y enseguida apartó sus ojos de los míos. Seguía sin creerme que hubiera llegado este día porque, no me imaginaba que al final fuese a casarse con él. Tenía que ser nuestra boda, era tal cual lo habíamos planeado los dos hace tiempo.
Ojalá fuese yo quien estuviese ahí y que supiese cuánto la sigo queriendo. Aun así, se la veía tan feliz... Pero, no pude aguantarme en cuanto oí las palabras "que hable ahora o calle para siempre".

Relato enviado por Marta Zurera
Gracias Marta por enviar tu relato ;)

20 septiembre 2016

'REFLEJO' de Jesús Cano

'REFLEJO' de Jesús Cano

Cuando echas a la mentira de tu casa...

Mónica miró al delator espejo horrorizada. Día tras día ganaba peso sin cesar. Comenzó
mil dietas que demostraron ser inútiles. Sentía como sus tobillos se inflamaban a causa
de su obesidad.

Los amigos la intentaban engañar con piadosas mentiras. Pero ella captaba las furtivas
miradas de los transmutes y las escondidas risas. Procuró salir lo mínimo e
indispensable.

En un arrebato de impotencia exilió todos los espejos de la casa... ¡No fue un remedio!

Su inmensa y amorfa silueta se reflejaba, cual cruel mofa, en las vitrinas, ventanas y
cualquier superficie brillante. Aprendió a caminar mirando al suelo para evitar el
espanto de su metamorfosis. Tampoco sirvió de nada, pues el cansancio de arrastrar
semejante cuerpo era un perpetuo recuerdo de su estado.

La extenuación apenas le permitió caminar unos metros hasta el sofá. Debería festejar la
perdida de peso. Aunque apenas se notarían los escasos gramos que asfixió su hambre.

Tocaron a la puerta. No pensaba abrir; serían sus amigos cargados de compasión. Tras
unos fuertes golpes la puerta cedió... Sus compañeros de risas y fiestas ahora le
gritaban con caras preocupadas. Pero el cansancio no la dejaba pensar. Sucedió algo
inexplicable: Uno de ellos la aferró alzándola sin dificultad. ¿Estaría alucinando? En
brazos la llevó hasta el coche para apearse en el hospital.

Fueron años de dura lucha. Aún era pronto para bajar la guardia. Aquel día, apartaron a
la muerte de su puerta para poderla derribar. Ahora la felicitaban por como estaba
superando la temida anorexia.

...Se refugia en los espejos.

Relato enviado por Jesús Cano
Gracias Jesús por enviar tu relato ;)

22 agosto 2016

'Viaje a Sevilla' por Daniel Lerma Vilanova

'Viaje a Sevilla' por Daniel Lerma Vilanova

He tenido la suerte de viajar por casi toda España y parte del extranjero. Y digo suerte porque han sido viajes de placer o de negocios, nunca porque me obligaban a abandonar mi hogar. Pero recuerdo un viaje que se convirtió en una auténtica pesadilla para mí y el grupo con el que iba.

Era la segunda vez que viajaba a Sevilla la ciudad natal de mi abuela y de mi padre. La primera fue en una Semana Santa donde pude recorrer Triana el barrio donde nació mi abuela, y el barrio de mi padre  San José Obrero. En ese primer viaje recorrí haciendo gala de buena memoria, los lugares que mi abuela y mi padre me detallaban en sus historias mezcla de alegrías, melancolía y tristeza cuando abandonaron a la fuerza su Sevilla natal.

No sabría explicar el por qué el destino en su inmisericorde decisión, los arrancó de sus raíces, trasplantándolos como si fueran arbustos a otras tierras, para empezar a crecer en ese lugar, en su nueva vida, pero sí puedo decir que su capacidad de adaptación me ha hecho más fuerte y versátil, gracias a sus genes.

Pude descubrir, inmerso en esa burbuja rodeada de recuerdos y ávido de conocer lugares, costumbres que formaban parte de mi acervo cultural heredado de mis ancestros, así como todos los rincones de la Giralda, La Judería, la calle de la Sierpe, el Barrio de Triana, el Parque de María Luisa, Los Reales Alcázares. Aparecían ante mis ojos acompañados de esa música placentera que eran las voces de mi abuela y de mi padre y que solo yo oía y disfrutaba.

La segunda vez que volví a Sevilla, pude asombrarme de las obras que se hicieron con motivo del V Centenario y la Exposición Universal de Sevilla del 1992. La ciudad se expandía hacía todos los puntos cardinales de la capital andaluza, aprovechando el evento. A pesar del desarrollo de la ciudad la atmósfera de inseguridad que se respiraba en la ciudad prendió en mi mente como un mal presagio.

No pude evitar sentirme inseguro y violentado por la gente, en las calles, en las terrazas de los bares, siempre con el bolso agarrado por si te lo robaban. En los pocos días que estuve allí, la imagen idílica que conservaba de antaño desapareció por completo para convertirse en la imagen del infortunio y de la desolación.

Las desgracias que el destino nos tenía preparadas vendrían el domingo, una por la mañana y la otra por la tarde. Esté donde esté un mercadillo, sea en Barcelona, Madrid, Alicante, siempre hay que tener mucha precaución porque los carteristas suelen hacer el agosto a costa de los despistados. Esta vez no fue una excepción, desvalijaron a unos cuantos, entre ellos al que llevaba el dinero de todos, recogido antes, para pagar las visitas guiadas a La Catedral y la subida a La Giralda entre otras muchas.

-Si alguien te amenaza con una navaja y te dice ¡dame el bolso o el dinero  que lleves encima!, no lo pienses mucho, dáselo. Eso es lo que nos sucedió visitando el Barrio de Santa Cruz. Y siempre quedará grabado en mi memoria por la sensación que tengo de que podía haber hecho algo más para evitarlo, pero como digo: el destino corre para cumplir con su recorrido, no hay nada que hacer se cumple, de forma irremediable.

Después de la visita a la Catedral y de la subida a la torre Almohade y con 40º grados a la sombra y dada la imposibilidad de ubicar a las más de 50 miembros que formábamos nuestro grupo, nos separamos por grupos de cinco o seis personas en busca de una terraza con sombrilla dónde nos pudiéramos tomar una cerveza fría.

Después de dar un par de vueltas por las afueras de la Catedral nos adentramos en el barrio de Santa Cruz, dónde allí si tuvimos suerte de poder sentarnos unos cuantos, para descansar y tomarnos esa cervecita fría.

Y aquí vino la otra desgracia, a lo lejos vimos un grupo de 4 personas que pertenecían al autocar nuestro. Me levanté y las reconocí eran Juana, Mercedes, Paqui y Mary, les hice una seña para que se acercaran y me dijeron de lejos y por señas que después, señalando al Barrio de Santa Cruz para disfrutar de sus calles estrechas y adornadas con multitud de macetas con flores colgadas de los balcones. Les insistí diciéndoles que vinieran que nos apretábamos un poco pero me dijeron con un gesto, luego, luego.

Las vi desaparecer por una de las callejuelas y después, unas horas más tarde ya en el hotel una de ellas se lanzó contra mí, dando golpes contra mi pecho y gritándome con un ataque de nervios:

-¿Dónde te habías metido? ¡Te estuve llamando!

En aquella plaza donde estábamos sentados tomando la cerveza, había una fuente de agua que no paraba de manar y que nos refrescaba la cara al chocar contra el suelo, pero que hacía un ruido ensordecedor al caer al suelo, lo que evitó que ni yo ni nadie oyera los gritos de socorro de nuestras compañeras cuando fueron asaltadas en el barrio de las dos cruces clavadas, y donde el amor se cantaba entre sus calles estrechas.

Unos ladrones montados en una motocicleta, intentaron mediante el clásico tirón robarles el bolso a una de ellas, pero ésta se resistió a soltarlo, entonces el tironero se bajó de la motocicleta amenazándola con un punzón y pinchándola en la mano para que lo soltara, tampoco lo soltó, y es entonces cuando Juana una mujer valiente, conocida por todos nosotros por haber superado varias adversidades en su vida, se puso por medio a defender a su amiga y en el forcejeo, el ladrón le clavó el punzón en el corazón. Fue cuestión de segundos que cayera fulminada al suelo sin vida.

El destino eligió una ciudad hermosa para acabar con la vida de una mujer valiente de la mano de un miserable, cobarde y asesino que disfrutaba de un permiso de fin de semana, firmada por un juez de prisiones.


Relato enviado por Daniel Lerma Vilanova
https://clubcreaccio.com/2016/06/18/viaje-a-sevilla/
Gracias Daniel por enviar tu relato ;)

16 agosto 2016

'Cita a ciegas' por Jose Ramón Vera Torres

'Cita a ciegas' por Jose Ramón Vera Torres

Me llegó la hora que todo padre quiere evitar, ese momento en que tienes que estrechar la mano del novio de tu hija. Dar la bienvenida a tu familia a un perfecto desconocido del que lo único que sabes es que se está tirando a tu pequeña.

-¿Y tú no sabes nada de él? A ti te lo cuenta todo ¿no?- Pregunté a Silvia nada más subirme al coche.

No me gustaban nada estos actos sociales. Me dirigía al restaurante como quien va a ver una obra teatral infantil. Sabes que será infumable pero tienes que sonreír y aplaudir todo el rato. Si no lo haces, eres un mal padre. Esto era exactamente igual.

-No, la verdad. Esta vez no me ha contado nada- Me contestó Silvia, que hoy se había puesto especialmente guapa- Aunque últimamente habla mucho de un chico de su trabajo.

-¿Ah, sí?- sonreí. Silvia estaba disfrutando con lo de esta cena, se la veía entusiasmada de conocer al primer novio oficial de Alicia- Y ese chico del trabajo, ¿tiene un nombre?

-Mohammed- Me soltó ella mientras hacía como que no pasaba nada encendiendo la radio.

Estuvimos un buen rato sin hablar y no era porque la canción que estaba sonando en la radio, una de Camilo Sexto, nos gustara especialmente. Simplemente, ella dejó de hablar por no profundizar en el tema del nombre y yo, simplemente dejé de hacerlo porque me faltaba el aire. El oxígeno, para ser más exactos.

-¡¿Mohammed?! No podía ser un Juan o un Jordi, tenía que ser Mohammed- dije yo, cuando conseguí respirar, intentando aparentar normalidad cuando lo que me pedía el cuerpo era estrellar el coche –Ya me dirás qué vamos a hacer, porque algo tendremos que hacer, ¿no?

Silvia ponía cara de resignación mientras bajaba el volumen de la radio del coche. Como siempre, le iba a tocar hacer de apagafuegos.

-¿Qué más da cómo se llame?, ella parece feliz. No pienso hacer nada al respecto.

– ¡Ya está! ¡Ya salió la madre perfecta y comprensiva! -Me estaba encendiendo por momentos- Pues tú ves dejando a tu hija que vaya con Ibrahims a ver lo feliz que va a ser cuando tenga que ir con un pañuelo de esos que solo dejan ver los ojos. ¡Síiii! Va a ser super feliz… Felicísima… ¡La hostia de feliz!- Volví a subir el volumen de la radio- ¿Sabes por qué van tan tapadas? Para tapar los morados de las hostias que les pegan sus novios y maridos. Por eso van tapadas.

-¿Qué demonios estás diciendo, Antonio?- dijo ella indignada- De verdad, cariño, pareces un cavernícola hablando… Estás a 4 meses de descubrir el fuego. Me da un poco de vergüenza y miedo que hables así- Volvió a bajar la radio para no tener que gritar- y una cosa te digo, ni se te ocurra montar una escenita en el restaurante, porque cojo y me largo.- Ahora fue ella quien subió la radio- Me gusta mucho esta canción.

Estuvimos 4 o 5 minutos en silencio, con la música a todo trapo. Pillábamos todos los semáforos en rojo y eso no me estaba ayudando a digerir lo de Said.

-¡Esa es otra! ¡El restaurante!- dije golpeando el cristal cuando tuve que parar ante otra lucecita roja. Silvia dio un salto en su asiento por el susto, mi grito la pilló desprevenida- ¿A ver a qué viene tener que ir a un restaurante? ¿No podría venir a casa? Noooo, tenemos que gastarnos el dinero en un restaurante pijo para que el muerto de hambre coma en un sitio bien… ¿Y a quién le va a tocar pagar? Pues al tonto del suegro porque este vendrá sin papeles y no tendrá trabajo… como si lo viera. Tendré que poner la sonrisa falsa y decirle: Ya lo pago yo todo, Abdul, no te preocupes.

-¿Tú escuchas a tu hija cuando habla? Lleva hablando de este chico desde hace meses, lo conoció en el trabajo. Es arquitecto, como Alicia- sacó un espejito del bolso y empezó a comprobar si estaba todo el maquillaje en perfecto estado de revista- Me vas a dar la noche, ¿verdad?

-Con lo bien que te sale a ti el cordero, Silvia, con esa salsita que le pones… pero no, El señorito Mustafá no puede comer carne porque se lo dice su Dios… El mismo que le dice que tiene que rezar mirando a no sé dónde. Y que las mujeres, como tu hija… sí, tu hija, Silvia, tu hija, tienen que ir vestidas de saco. Ese Dios de mierda es el que hace que YO no me pueda comer TU cordero en MI casa.

-Antonio, lo que no pueden comer es cerdo-Dijo ella muy seca.

-Pues nada, la perra gorda para ti. Que tu hija tenga un novio que no la va a respetar es genial… ¡genial! Ya sufriré yo por los dos porque está claro que a ti te da igual.

Otro largo silencio.
-Eso sí, tengo que mirar el lado positivo- dije sonriendo irónicamente- no tendré que preocuparme por mis nietos color café con leche porque tendrán todas las ayudas posibles- Silvia se llevaba las manos a las sienes, haciéndome ver que lo que decía le daba dolor de cabeza- Les pagaran los colegios, el comedor, la ropa y les darán trabajo. Estarán mejor que yo, eso está claro.
Silvia no habló más en todo el trayecto y yo, viendo su cara de mosqueo, decidí dejar de hacerlo. Nos quedamos los dos en silencio escuchando la música.

Llegamos a la altura del restaurante. Silvia, enfurecida, se bajó casi en marcha y dio un portazo cuando estuvo fuera. Después se acercó a la ventanilla y me obligó a bajarla. Estaba muy cabreada pero empezó a hablarme de forma muy tranquila. Me estaba perdonando la vida claramente.
-Mira Antonio. Vete a aparcar y yo me quedo aquí. Aparca lejos. Muy lejos si puede ser, así te da un poco el aire cuando vengas para aquí y te calmas. Si tú ves que esta situación va a poder contigo, me mandas un mensajito al móvil y te vas para casa. No pasa nada, de verdad, lo prefiero. Yo le digo a Alicia que te encontrabas mal y aquí paz y después gloria. Ya cogeré un taxi después.

-Ya Silvia, per…

-¡Que te vayas a aparcar!-Sentenció gritando.

Silvia solía tener razón. Era la parte racional de mi cerebro. Reconozco que esta cena con un morito, negrito, o lo que fuera, me estaba afectando más de lo esperado. Sé que no lo iba a llevar bien, pero también sabía que no podía ponerme en contra a Alicia y Silvia. Ellas eran lo más importante de mi vida y tenía que hacer algunos esfuerzos por ellas. La verdad es que si Alicia, mi inteligente y feminista Alicia, había visto algo en ese chico es que realmente merecía la pena. Ella no es de esas que se deja avasallar por un hombre, lo sabré yo que llevo 23 años sin poder ver un partido de futbol estando ella en casa porque ella siempre quiere ver algún documental de La Dos. Decidido, le iba a dar una oportunidad a Alladin.

Me acerqué al restaurante andando con las manos en los bolsillos. Hacía mucho frío para ser septiembre. “Dans le Noir?”, el restaurante francés donde habíamos quedado con Alicia, tenía una pinta estupenda, unos precios desorbitados y las luces apagadas. O Habíamos llegado demasiado pronto o ese día estaba cerrado. No se veía absolutamente nada en la sala y solo había una pequeña luz encendida encima de un mostrador en recepción. Estaba, literalmente, con la nariz pegada a los cristales para ver si conseguía ver algo, llenando de vaho toda la cristalera cuando oí que Silvia me llamaba desde la puerta.

-Antonio, ven. Están dentro, esperándonos.-De repente, parecía que se le había pasado el enfado. ¿O no? Parecía saber algo que yo no sabía y no me gustaba esa situación.
-Vale, vamos dentro. ¿Al final qué? ¿Es el tal Samir?-Pregunté indiscreto mientras le ayudaba a quitarse el abrigo.

-Ya lo verás- Sonrió.- Ya lo verás.

El hombre del mostrador nos pidió que aguardáramos hasta que viniera el metre a llevarnos a la mesa. Parecía un buen restaurante, un sitio serio… Hasta que apareció la persona que nos debía acompañar a la mesa. Se presentó como Jorge y si tuviera que definirlo con una palabra lo haría con el término Ciego. Yo me quedé perplejo, pero por cómo reía Silvia deduje que ella ya sabía de qué iba este sitio y por alguna extraña razón, me relajé.

El metre nos pidió que le siguiéramos haciendo un trenecillo y nos hizo acompañarlo hasta la sala. Él pasó primero seguido de Silvia y yo, tras ella. Doble puerta, como en las salas para revelar fotos. Lo que se suponía que iba a ser un gran salón lleno de mesas, resultó ser una habitación totalmente negra, a oscuras. No se veía absolutamente nada, de ahí que los camareros fueran invidentes, acostumbrados como estaban a aquella situación. Yo no sabía si estábamos realmente en un restaurante o si era alguna especie de broma macabra para algún programa de televisión. Oía la risa de Silvia justo delante de mí pero también otras voces, otras risas, ruidos de platos y vasos.

No creo que anduviéramos mucho pero a mí se me hizo eterno. Cansa mucho caminar intentando a cada paso no caerte o chocarte con nada. El metre nos hizo sentarnos en unas sillas y me reconfortó oír la voz de Alicia cerca de mí. Parecía que Silvia y ellos ya se habían visto antes porque se saludaron con un simple hola y a mí me obligaron a volver a levantarme para saludar, simplemente para reírse de mí, estoy seguro. Conseguir darnos dos besos fue una odisea.

-Hola Papá. ¿Te gusta el sitio?-dijo ella riendo.

-No, de momento no, la verdad- Dije sincero- ¿Cómo estás, hija?

-Estupendamente- dijo cuando consiguió encontrarme la mano- Te presento a Mohammed, un amigo.
Creo que yo estaba en frente de él, por como me dirigió ella la mano para que estrechara la de su acompañante. Me dio un buen apretón, tenía la mano grande. Hacía años que había desarrollado una teoría sobre cómo conocer a las personas según su apretón de manos y este era de los buenos, de los que tras ese apretón hay una persona noble, seguro de sí mismo y con valores. De momento no estaba mal para ser moro.

En seguida nos tomaron nota de la bebida aunque para mi sorpresa no podíamos elegir la comida. Todos teníamos que comer lo mismo. No podía dejar de pensar qué pasaría si había algo en ese menú que llevara cerdo. Menos mal que nadie podía ver dibujada mi sonrisa pícara ante tal perspectiva.
Tiré 4 copas de vino y metí la corbata en el plato unas 15 veces, pero la verdad es que la cena estaba resultando bastante placentera. Una experiencia agradable. Además Mohammed parecía simpático, para qué vamos a engañarnos. Era francés, hijo de argelinos, pero llevaba en España más de 15 años, aunque aún conservaba un poco el acento islámico, por llamarlo de algún modo. Era delineante y según Alicia, de los buenos. Hubo risas, complicidad y algo que parecía pescado con soja que me estuvo repitiendo toda la cena. A Moha, como nos pidió que le llamásemos, le gustaba leer, viajar y los programas de Buenafuente, como a Alicia. Me empezó a caer bien cuando supe que era culé, que le encantaba el ciclismo, los gatos y Julia Roberts, las mismas cosas que me gustaban a mí, pero me conquistó cuando me dijo que le gustaba el cordero y que pagaba él. Pasó el examen con nota. Alicia estaba en buenas manos.

Cuando salimos a recepción, la escasa luz de la barra nos hizo daño en los ojos a pesar de ser tenue y suave. Me alegraba poder ver. Ver la cara de mi hija y de poner rostro al chico al que tan mal había juzgado de antemano. Resultó ser un tipo alto, guapo y muy bien plantado. Me avergonzaba habérmelo imaginado bajito, con chilaba y con los dientes podridos. También Silvia debía estar deseando ver porque lo primero que hizo fue inspeccionarme la corbata. Mi mujer es maravillosa pero su obsesión por la limpieza cualquier día de estos va a hacer que nos divorciemos. Me obligó a intentar lavarla en el servicio antes de que fuera demasiado tarde y hubiera que tirarla por no írseles las manchas.

Mientras secaba la corbatita bajo el soplador de aire caliente me dio por pensar lo bien que había ido la cena a oscuras. Se suponía que era para disfrutar de la comida con el resto de sentidos pero creo que eso también era aplicable a las personas. No dejarte engañar por las apariencias. Darle una oportunidad al resto de los sentidos. Escuchar hablar a alguien, estrechar su mano, descubrir que pese a ser morito no olía mal… Quizás Alicia, sabiendo cómo era yo había decidido presentármelo así, a oscuras. Que lista es mi niña. Supo antes que yo que era un racista de mierda. Silvia tenía razó otra vez, era un hombre de cromañón.

Cuando salí del lavabo ellos ya habían salido fuera y se estaban despidiendo. No sé qué se estarían contando Moha y Silvia pero estuvieron un rato hablando y riendo. Yo aproveché para decirle a Alicia que su novio me había encantado.

-¿Novio?-Rio a carcajada limpia- Moha no es mi novio. Ya os lo he dicho, es un amigo. Hice hace tiempo una reserva para cuatro aquí, para que conocierais a mi chica, pero a última hora le ha salido algo del trabajo y no ha podido venir. Moha ha ocupado su plaza- siguió riendo.

-Tu… ¿Tu chica?- De repente todo me daba vueltas. No me lo podía creer. Tampoco estaba preparado para esto.

Relato enviado por Jose Ramon Vera Torres
Gracias Jose Ramon por enviar tu relato ;)

09 junio 2016

'La playa' de Miguel Selt

'La playa' de Miguel Selt

Como cada tarde, iban los tres al borde del mar. Y como cada tarde él se quedaba atrás. No sabía hasta que lugar, detrás de las rocas que a esa hora de la tarde ya las bañaban las olas, llegaban, lo que hacían, el porqué de esa sonrisa o ese brillo especial en sus ojos cuando regresaban, él, solo quería que ellos vieran su sonrisa, esa sonrisa medio boba que dibujaba su cara cuando cerraba la mano atrapando la piedra o la concha que ella cariñosamente le entregaba.
No esperaba más.  Sabía, lo había oído con sus propios oídos, cómo los médicos le habían desahuciado. Su deterioro paulatino, su lentitud de pensamiento, ahora apenas salían palabras de su boca, el andar era lento, necesitaba su ayuda, la ayuda de ella, para todo: vestirse, lavarse, comer e… ir al baño. Estaba seguro que pronto no podría llegar hasta la orilla, esa orilla del mar que tanto había amado y cuyos recuerdos le perseguían.
Por eso esa sonrisa suya. No quería que se sintieran culpables. Se amaban, a pesar de él y su presencia. ¿Cómo hacerles comprender que lo entendía y que lo único que deseaba era poder participar de su felicidad, de su amor?
Esa tarde, tenía que ser hoy, las olas apenas rozaban la orilla, el cielo estaba azul.
Él, con un esfuerzo enorme en el que a cada paso sus piernas parecían no querer avanzar más, llegó al borde de las rocas, y allí estaban, solos, abrazados y desnudos, el mar con su rumor envolvía delicadamente sus cuerpos, cuerpos morenos, envidiablemente vivos, sanos, encantadores. No le veían, no sabe cuánto tiempo pasó él, mirándoles, hasta que ella dulcemente se le acercó entregándole la concha como cada tarde, y como cada tarde él cerro la mano mientras que en su cara aparecía la sonrisa de cada día.
Ahora ellos ya no le dejan atrás en el borde del mar. Con sus fuertes brazos le ayudan a llegar hasta las rocas. Allí mirándole y mirándose a los ojos, como en una ceremonia piadosa se van quitando despacio toda su ropa, se besan, abrazan y dejan que el agua del mar lama sus cuerpos desnudos. Él los mira, y… cuando de nuevo ella le entrega una piedra blanca y lisa ve como los labios de él se mueven diciendo con gran esfuerzo una sola palabra, G R A C I A S y una lágrima se desliza suavemente por su cara.    

Relato enviado por Miguel Selt
Gracias Miguel por enviar tu relato ;)

02 junio 2016

'UN LUGAR PARA EL SABER' de Jesús Cano

'UN LUGAR PARA EL SABER' de Jesús Cano

Y un día creí saber, porque alguien me halagó…

El misionero se sentía satisfecho. Diez años con los nativos había requerido gran
esfuerzo. Pero muchos ya sabían sumar, leer e incluso escribir.

Deseaba volver a su tierra y sentir la civilización. Cada día se levantaba de la cama
dispuesto a que fuera el último. A mitad de clase tomaba fuerzas preparándose para dar
la noticia. Entonces veía sus negras caritas y los grandes ojos esperando aquello que
tenia que decir, sus intenciones mermaban y se rendía un día más.

Consciente de que nadie iría a aquel inhóspito lugar, si marchaba todo se detendría y la
ignorancia invadiría las pequeñas mentes. Para que el rebaño existiera era
imprescindible el pastor.

Aquel día, caminó absorto en sus asuntos. Demasiado se alejó del poblado. Durante
horas intento volver, mientras el hambre y la sed lo entorpecían haciéndolo caer y
herirse.

Un nativo de seis años se cruzó en su camino. El niño partió el tallo de una planta con
una piedra para ofrecérselo al misionero, este sació su sed con el dulce néctar de su
interior. Luego aceptó unas raíces que masticó matando el hambre. Y sus heridas fueron
cubiertas por un cieno que le alivió de inmediato. Entonces su salvador le cogió con su
manita acompañándolo al poblado.

Nada más se sabe de este señor, pues al día siguiente marchó. Y su rostro mostraba
preocupación. Unos dicen que por haber abandonado a los nativos... Otros creen que por
haber perdido el tiempo.

.... Hoy no lo sé.

Relato enviado por Jesús Cano
Gracias Jesús por enviar tu relato ;)

31 mayo 2016

'¿Qué te pasa?' de Cristina Pino

'¿Qué te pasa?' de Cristina Pino

Me acomodé en el sofá con una cerveza en la mano y agotado después de un duro día de trabajo. Frente a mí, una presentadora de informativos con unos grandes pechos, me explicaba por enésima vez la situación política del país. Que si éste está imputado, que si el otro no está de acuerdo con las medidas económicas del actual gobierno, etc. Y yo, en modo “encefalograma plano” dejaba mi mirada perdida sobre la pantalla luminosa del televisor, sin prestar apenas atención.

-¿Qué te pasa? -Me dijo ella, sentada en el otro lado del sofá.
-Nada. -Respondí escueto.
-Algo te pasará. Estás muy callado. -Insistió.
-Estoy cansado. -Aclaré.
-Siempre igual. –Resopló ella. -En algo estarás pensando.
-No. No pienso en nada.
-Eso no puede ser. Algo te tiene que pasar por la mente. -Debatió.
-Que no pienso en nada, ni me pasa nada. -Contesté cansino.
-No entiendo por qué no me cuentas tus problemas. Yo siempre te cuento lo que me pasa. Y si no es a ti, se lo cuento a mis amigas, que para eso las tengo. Pero es que tú ni eso.
-Por favor. -Supliqué. -Déjame tranquilo. Me estás agobiando.
-Entonces, ¿soy yo el problema?

No me lo podía creer. Es increíble cómo las mujeres tienen la capacidad de darle la vuelta a la tortilla con esa facilidad. Era verdad que no me pasaba nada. Llevaba todo el día discutiendo con proveedores y dando explicaciones a mis jefes y lo único que quería al llegar a casa era tomarme una maldita cerveza fría frente al televisor. Nada más. Pero ella no era capaz a de concebir algo tan simple. Desde el otro lado del sofá, ya desmaquillada y enfundada en su pijama de verano, me miraba con fijación esperando unas explicaciones que yo no le podía dar, mientras a mí se me iba la mirada a sus piernas desnudas. Como no tenía ganas de discutir. Me levanté y fui a la cocina a preparar la cena.

-¿A dónde vas? Estamos hablando.
-A hacer la cena. ¿Puedo? -Pregunté, ya en un estado nervioso.
-Ya no te acuerdas, ¿verdad? -Me sorprendió.

Mierda. ¿De qué debía acordarme? Hice un rápido repaso mental por el calendario. ¿Era nuestro aniversario? ¿Su cumpleaños, quizá? ¿Habíamos quedado para cenar con algunos amigos y no me acordaba? Ante la duda, me aventuré.

-¿Felici…dades? -Le dije con cautela.
-Eres idiota. -Se rió. -No es mi cumpleaños.

Y yo me contagié de su bonita sonrisa. Durante los siguientes segundos, juro que no sé qué es lo que pasó, pero el ambiente había dado un giro de ciento ochenta grados y ahora los dos reíamos, sin saber muy bien por qué. Bueno, ella sí lo sabía, pero yo no.

-Me refiero a esto. -Dijo señalándonos a los dos. -Ya no te acuerdas. No recuerdas cuando reíamos sin motivo alguno. Cuando nos divertíamos con tan solo estar uno al lado del otro. Has olvidado cuando hablábamos de temas absurdos pero que para nosotros eran importantes. Importantes porque era tiempo de calidad que pasábamos juntos. Ya no te acuerdas, ¿verdad?

Sus palabras de cernieron sobre mí como un jarro de agua fría. Siempre conseguía sorprenderme y hacerme ver más allá de donde mi mente podía alcanzar. Tiempo de calidad… me repetí. Solamente era eso lo que ella quería. Volví al sofá y me senté a su lado acariciándole la pierna desnuda. Estaba tan suave y tersa como siempre.

-Perdona. -Me disculpé. -Estoy agobiado con el trabajo. Tengo problemas con los proveedores y mis jefes me presionan para arreglarlo cuanto antes.
-¡Aja! –gritó victoriosa. -¡Lo sabía! ¿Ves cómo sí te pasaba algo? -Concluyó con dulzura mientras acariciaba mi nuca poniéndome la piel de gallina.

Maldita sea. Al final iba a tener ella razón. Supuse en aquel momento que lo que para mí era “nada” para ella era “algo”. Tal vez no quise contarlo por no agobiarle con mis problemas, o tal vez no supe expresarlo con palabras. Esa gran mujer con la que tenía la suerte de vivir, me había vuelto a abrir los ojos. Me acerqué más a ella, apagué el televisor, y me olvidé de la presentadora de grandes pechos, de los proveedores, de mis jefes e incluso de la cena.


Relato enviado por Cristina Pino
https://clubcreaccio.com/2016/05/09/que-te-pasa/
Gracias Cristina por enviar tu relato ;)

29 mayo 2016

'La naturaleza ha hecho que naciera mujer' de Daniel Lerma Vilanova

'La naturaleza ha hecho que naciera mujer' de Daniel Lerma Vilanova

Me llamo Rosa; es el nombre que me pusieron mis padres cuando nací. Supongo que les inspiró la estación del año en la que tuvo ocasión el evento; la primavera. Detrás de cada persona hay una historia y esta es la mía: Soy muy inteligente. ¿Arrogancia? No, las pruebas que me hicieron en el colegio de las monjas me otorgaron un C.I. de 130 %, y así se lo hicieron saber a mis padres, (de todas formas, por si alguien lo leyera, le recuerdo que esto es un diario y soy arrogante para mí misma). La nota que me dieron para mis padres, decía que se pasaran por el colegio para hablar de mí. Al trabajar mi padre de sol a sol, le tocó ir a mi madre y allí las esposas de Jesús le dijeron: “esta niña saca buenas notas en matemáticas y tiene muchas leyes, así que, según nosotras, podría estudiar derecho”, pero le advirtieron que debía, estar más calladita en clase y no distraer tanto a sus compañeros de clase. Era la líder del grupo. La verdad es que me aburría mucho en clase, y por eso cascaba tanto. Con solo una ojeada, me aprendía las lecciones, que me mandaban como deberes a casa. Por eso, la mayor parte del tiempo me lo pasaba leyendo novelas cupidorománticas; esas en las que aparecía un príncipe azul montado en un caballo blanco. Me sumergía en esas novelas esperando que algún día me sucediera algo parecido, aunque en realidad era todo un deseo. Descubrí por aquellas fechas que yo, de lo que estaba enamorada era del amor. En el instituto conocí al que en la actualidad es mi marido; Carlos. Con él pasaba la mayor parte del tiempo cuando acababan las clases. Él también era un fuera de serie, pero no tanto como yo. La mayoría de las tardes que estábamos juntos, le dedicábamos una hora al estudio y dos horas al sexo. Y sucedió lo que no esperábamos ni deseábamos en aquel momento; me quedé embarazada y él acojonado. El lio que se montó fue tremendo, al final nuestras familias, que eran de ir a misa, se pusieron de acuerdo en que debía seguir con el embarazo. Ellos nos echarían una mano. Cuando nació Sara tuve que dejar los estudios para dedicarme plenamente a ella, mientras Carlos, siguió adelante con ellos dedicándose a la informática. Por suerte encontró un trabajo en una empresa externa dependiente del Ministerio de ocupación y a pesar de que el sueldo, de momento no era muy alto, nos sirvió para no depender tanto de nuestros padres. Con la ayuda de nuestros padres dimos la entrada para un piso, con una hipoteca de veinte años. Con la tranquilidad que da tener casa propia e intimidad, un día estrenamos la cama nueva y me volví a quedar embarazada. Nuestros padres seguían ayudándonos hasta que un día se pelearon entre ellos, bueno nos peleamos todos contra todos. No me acuerdo como empezó la cosa, creo que nos echamos la culpa mutuamente por quien de nuestros padres ayudaba más. Es entonces que decidí hacerme peluquera. Con mi coeficiente sería pan comido. El curso que tenía una duración de dos años, lo saqué en uno, por suerte tuve un profesor muy bueno, aunque un poco tocón. Me ayudó mucho y creo que desperté en él su lado más paternal, porque se volcó en mí totalmente, facilitándome el camino para obtener el título de peluquera. Y aquí me tienen con un negocio de peluquería con cuyos ingresos, unidos al sueldo de Carlos, ha servido para independizarnos totalmente de nuestros padres. Por supuesto que nuestra vida ha dado un giro de 360º. Os pongo un diario semanal ilustrativo de esta nueva vida.

LUNES.

Hoy es mi día de fiesta y no abro la peluquería. Carlos se ha ido al trabajo a las siete y media. Yo he desayunado con mis hijos, los he llevado al colegio y he hecho unos ingresos en el banco, para pagar a proveedores. He vuelto a casa, he hecho las camas, la comida, he puesto la mesa y recogido la casa. Me he sentado cinco minutos antes de ir a recoger a mis hijos. Durante la comida le he comentado a Carlos que tenía un curso de peluquería y saldría sobre las ocho de la noche, pero que no iría, porque aún tenía que poner una lavadora y el lavavajillas y no me daría tiempo. Carlos me ha dicho que fuera, que él se encargaría de hacer todo. Llamé a mi amiga Ángela para que me recogiera y se quedara con los niños hasta que viniera Carlos del trabajo.

MARTES. Hoy he llegado tarde al trabajo. La culpa no ha sido mía. Ayer me acosté cerca de las dos de la madrugada, tuve que esperar a que acabara la lavadora y el lavavajillas. Si mi marido se hubiera acordado de hacerlo, no estaría ahora dando explicaciones a las clientas, que llevan más de media hora esperando en la puerta de la peluquería. Mi hija, que es un sol y muy responsable, me ha despertado con muchos besitos y mucha paciencia, para que los llevara al colegio; adoro a mi hija, y cada día “odio” más a mi marido. Carlos siempre tiene tiempo para todo. Ayer, como estaba mi amiga Angi con los niños, se cogió la bici y se fue a correr al Puerto Olímpico. Dice que para que tiene la bici. Yo también la tengo, pero antes hay que hacer otras cosas. Le he dicho.

MIÉRCOLES. Hoy he tenido un día horrible. Y eso, que lo he empezado bien. Esta mañana antes de levantarnos, Carlos, mi marido, que estaba muy cariñoso, me ha pedido perdón y hemos hecho las paces, sí, pero no, como él quería. Le he dicho que eso, no se arregla con besitos y sexo. La química funciona muy bien entre nosotros, el puñetero me pone a cien nada más tocarme y yo a él también claro y…nos liamos y acabamos como siempre. Pero hoy me he puesto fuerte y le he dicho; ¡NO! -Pero ¿Por qué?-, me ha preguntado con esa carita de pena, ¡Dios! es más niño que los dos que tenemos. -¿Por qué?-. Porque tenemos que poner lavadoras, lavavajillas, recoger la casa, tender la ropa, recoger la ropa, atender a los niños y…SI-LO-HAGO-YO-SOLA, me canso, y si me canso no tengo ganas de hacer nada; así que ahora estoy cansada-. Se ha quedado mudo durante un buen rato, pero luego me ha dicho que tengo razón, y que en adelante estará más atento. ¡Carlos, entre nosotros tenemos que organizarnos! Le he dicho enfadada, pero con tono conciliador. Después en la “pelu”, la señora María, que tenía hora a las once ha venido media hora más tarde, y no me creo ninguna de sus excusas, se de muy buena tinta, que está enganchada a la novela de la mañana, me ha desorganizado todo mi trabajo. La señora Isabel que tenía la siguiente hora, y es muy puntual, quería que la cogiera. Entre las dos me han armado una, que ni la de San Quintín. Me tienen harta. Dicen que tienen mucha prisa, pero después de pagar, se quedan un rato hablando entre ellas, sin importarles el tiempo. Estoy histérica.
Menos mal que, cuando he llegado a casa estaba todo recogido, la mesa puesta, los niños haciendo sus deberes y la cena hecha; Carlos se había encargado de todo, adoro a Carlos. (Pero estoy cansada, por si alguien piensa que le voy a premiar).
JUEVES.
El niño se ha levantado con fiebre. Lo he llevado de urgencias y me han recetado un apiretal. La pediatra me ha dicho que, con tantos cambios de tiempo, es normal que suceda, además lo coge uno y se contagian todos. Le he dicho a mi suegra que si puede venir a quedarse con el niño, hasta el mediodía, que a esa hora, ya estaremos nosotros, me ha dicho que sí, que viene.
Le he recalcado que no haga nada en el piso. La última vez se puso como una loca a fregar toda la vajilla, me rompió dos vasos de la cristalería nueva, y para postre se dejó el grifo del fregadero abierto y con el tapón puesto, se fue al sofá a ver la tele y se durmió. Hasta que no subió el vecino de abajo, para avisar que se estaba inundando su piso, no se despertó. Tuve que cerrar la peluquería para esperar al del seguro y arreglarlo. Me ha dicho que solo estará pendiente del niño, pero por la cara que ha puesto, no le ha gustado nada lo que le he dicho.
VIERNES.
Carlos y yo nos hemos peleado otra vez. Ha sido por su madre. Él dice que bastante hace para que la esté criticando todo el rato. Que ya está bien y que dónde está mi madre, que también podría echar una mano. Le he recordado que ahora vive a 700 kilómetros de nosotros. Este hombre no piensa, y a su madre… ¡que no se la toquen!
A ver si corta de una vez el cordón umbilical. No se da cuenta que siempre lo manipula. A mí me pone negra cuando suspira y dice:
¡Ay, pobre hijo mío! con todo lo que trabaja, el pobre tiene que estar cansadísimo.
¡Y yo que, me estoy tocando la flor!
Menos mal que al niño le ha bajado la fiebre. Carlos ha salido del trabajo un poco antes para relevar a su madre y me ha llamado para decírmelo, me quedo más tranquila, también me ha dicho que se queda a cenar.
-Vale, de acuerdo- Le he contestado escuetamente.
Después de cenar ha llevado a casa a su madre, se ha sentado y se ha quedado dormido, debe estar rendido el pobre. Antes no estábamos tan cansados. Nos dábamos un beso antes de dormirnos. Ahora míranos, él durmiendo y yo cuando acabe de preparar la comida para mañana, también me acostaré.
SÁBADO.
Carlos después de ducharse y afeitarse ha dejado pelos por todas partes, la taza del wáter levantada y la botellita de las lágrimas, vacía, encima del depósito del lavabo. Estoy harta de ir detrás de él recogiendo sus cosas. Le he dicho que, cómo él tiene fiesta, pase el aspirador por el lavabo y por toda la casa. Y el polvo, no sé como lo hace pero cada vez hay más. Le he vuelto a recordar que el aspirador se pasa de adentro afuera. Dice que soy una maniática del polvo.
-¡Ah! y limpia el espejo del baño-. Le he recordado.
No sé lo que hace pero siempre lo deja salpicado de pasta de dientes. Le he recordado que mire el tiempo meteorológico, por si tiene que recoger la ropa tendida y si está seca que planche todo lo que pueda. No sé si todos los hombres son iguales, pero el mío se queda embelesado escuchando la radio o viendo la tele, y con la escoba en la mano, como si estuviera haciendo guardia. Es un cuadro.
Y para comer es lento de cojones. Dice que hay que masticar los alimentos veintisiete veces, parece una oveja. Y claro se levanta el último de la mesa, bueno miento el último es el niño. Yo lo que quiero es acabar y sentarme un ratito en el sofá ¿es mucho pedir?
Estoy preocupada, todavía no me ha bajado la regla, sólo faltaría que ahora me quedara embarazada. Como sea así lo mato. Aquel día le dije que se pusiera el preservativo, pero él me decía que no pasaba nada, que haría marcha atrás, que con el preservativo no tenía la misma sensación de placer. Que no me preocupara que él controlaba. Cuando me decía lo de la marcha, me acordé que se sacó el carnet de conducir a la tercera y eso no me dio buenos presagios.
DOMINGO.
Esta mañana Carlos me ha comentado que, con nuestros dos sueldos, nos podríamos permitir contratar a alguien, para que nos recogiera la casa y nos planchara la ropa durante la semana. Me ha parecido una buena idea nos hemos sonreído y besado y cuando íbamos a hacer el amor, los niños han entrado como dos elefantes en una cacharrería y se han metido en la cama con nosotros. Otra vez será. Cuando vayamos más descansados.
Espero de vosotros, as vuestra opinión pero si es negativa os la guardáis al fin y al cabo solo soy una chica que tiene un coeficiente alto, pero que se enamoró del amor y el amor le dio inteligencia emocional a su vida.

Relato enviado por Daniel Lerma Vilanova
https://clubcreaccio.com/2016/05/08/la-naturaleza-ha-hecho-que-naciera-mujer/
Gracias Daniel por enviar tu relato ;)

27 mayo 2016

'Bajo mi cama' de José Ramón Vera Torres

'Bajo mi cama' de José Ramón Vera Torres

Desde pequeña, ya con 4 o 5 años, siempre había sentido la necesidad de, cada vez que estaba nerviosa, triste o enfadada, meterme debajo de mi cama, totalmente a oscuras. Dejaba pasar las horas, hasta que los problemas y los enfados, por la razón que fuera, desaparecían. Aún hoy, ya con 36, lo sigo haciendo, pero en lugar de meterme bajo la cama con Alfredo, mi osito de peluche, lo hago con mi hija Susana.
Yo era la pequeña de 4 hermanos, todos ellos varones. Siempre me hacían rabiar porque era muy fácil conseguirlo. “No soy yo. Son ellos, que me tienen manía” decía a grito pelado por el pasillo mientras me dirigía a mi cuarto. Mis hermanos decían que era una privilegiada porque solo yo tenía habitación propia en toda la casa y la verdad es que es de lo poco bueno que recuerdo de ser única en mi género, y casi en mi especie, en aquella casa.
Odiaba a todos mis hermanos por no dejarme jugar con ellos a indios y vaqueros o por no querer hacer peleas conmigo, por miedo a hacerme daño. Mi madre no ayudaba tampoco mucho. Se empeñaba en vestirme de cucurucho de fresa o de Sisi emperatriz. Ahora lo veo con perspectiva y la entiendo. Después de 3 niños, ¡muy niños!, le apetecía tener una princesa y jugar conmigo a ponerme ropita o peinarme como si yo fuese una muñeca, cuando lo que yo quería era ser uno de los del equipo A, como mis hermanos. Ya la perdoné por ello. Mi padre, en cambio, ni jugaba conmigo ni me vestía de repollo, simplemente llegaba a casa, se ponía el más feo de sus pijamas y se ponía a ver los toros o el futbol. Al menos con mis hermanos, viendo partidos, interactuaba. Conmigo no. Mi madre me obligaba a coser con ella o fregar platos cuando ellos estaban disfrutando del sofá viendo a 22 tíos correr tras un balón. Me moría de envidia.
Con esta perspectiva, no era de extrañar que me pasara un mínimo de 6 horas al día bajo mi cama, a oscuras. Al rato, cuando el sueño se apoderaba de mí y empezaba a quedarme dormida, alguien entraba en la habitación encendiendo el interruptor. Recuerdo, físicamente, el dolor que me producía en la vista cada vez que alguien lo hacía. Un fundido en blanco y unos minutos sin ver, hasta que mis pequeños ojos marrones se acostumbraban a la luz. Cuando por fin conseguía visualizar algo, solo recuerdo ver pies. Aprendí a interpretarlos, es lo único que veía desde debajo de la cama.
Así, si veía los pies de mis hermanos y estos estaban descalzos sabía que estaban jugando al escondite o algo similar, se los quitaban para no hacer ruido. Si veía a mi madre con solo una zapatilla es que llevaba la otra en la mano, con ganas de usarla como arma arrojadiza. Si mi padre aparecía por mi habitación con bambas, sabía que era lunes y que había decidido, como cada inicio de semana, empezar su peculiar operación biquini. Jamás salió a correr en martes y el biquini se convirtió en un bañador de señora mayor de los años 20.

Un buen día vi aparecer cuatro pies. Dos de chica, con tacón de aguja y dos de chico, con los pantalones a la altura de los tobillos. Él era mi hermano Fernando, lo reconocí por una mancha de nacimiento en el gemelo derecho. Los zapatos de tacón pertenecían a la que fue su primera y única novia. Salí de debajo de la cama corriendo porque pensaba que Fernando estaba asfixiando a la chica, por los ruidos que esta hacía sobre el colchón. Les jodí el polvo y les dejé a ambos a medio desvirgar. Mi hermano me empujó como pudo, con el pene aún erecto, contra la pared y se desplomó sobre mi cabeza el poster de Iron Maiden que tenía colgado. Mientras me lo quitaba vi huir despavorida a la vecina del quinto, la que ahora es mi cuñada, con las bragas por las rodillas mientras mi madre, que había venido a ver qué eran esos gritos, zarandeaba a mi hermano al grito de “¿ahora qué les digo yo a sus padres? ¡Te la voy a cortar, para que aprendas!”.
Después de semejante escena, digna del mismísimo Berlanga, jamás volví a meterme bajo la cama… hasta que empecé a hacerlo con Susana.

-¡¡¡Ahhh!!! ¿Qué es esto?- dije lo más bajito posible mientras miraba mi mano. Me había cortado y no sabía con qué. Volví a tantear, con cuidado, en la penumbra. Tenía que saber qué era eso y me daba igual lo perdido de sangre que estuviera dejando el suelo. Finalmente lo descubrí. Un cuchillo, el más grande de toda la casa. – ¿Qué hace esto aquí, Susana?
-Lo puse el otro día, mamá- dijo susurrando, con los ojos tan abiertos que podía ver en ellos el miedo, la tristeza y la rabia que yo misma también debía tener- Pensé que si Papá volvía a hacernos daño, deberíamos protegernos… ¿no?
Cogí la mano de Susana y la acerqué hacia mí, poniéndola bajo mi brazo, a modo de protección. Con la otra agarré firmemente el cuchillo mientras me resbalaba sangre de la herida por todo el brazo.
-Tranquila, mi vida. Papá no volverá a hacernos daño nunca más.
Mis ojos ya se habían acostumbrado a la luz, como cuando era pequeña, ya podía ver con claridad. No sé cómo íbamos a salir de esta pero no podía permitir que mi hija también se escondiera. Ya había permanecido demasiado tiempo bajo la cama.

Relato enviado por José Ramón Vera Torres
https://clubcreaccio.com/2016/05/06/bajo-mi-cama/#more-1349
Gracias José Ramón por enviar tu relato ;)

29 abril 2016

Podcast de Taller Literario

Hace un tiempo que llevo escuchando el Podcast 'Taller literario' de Álex Hernández-Puertas que podéis encontrar en: http://alexhernandez.es/taller-literario/

Decir que son muy interesantes y se aprenden bastantes consejos que nos vienen muy bien a la hora de escribir nuestros relatos o analizar los que leemos.

Sólo quería compartiros el enlace para que le echéis un oído y espero poder subir nuevos relatos dentro de poco.
Si queréis enviar vuestros relatos los podéis enviar a relatoscortos@gmail.com


Nos leemos ;)

07 abril 2016

'Jugando a ser militares' de Antonio Castro

'Jugando a ser militares' de Antonio Castro

Aquella mañana tocaba misión militar. Hacía frío de otoño, y la lluvia guiñaba el ojo en el horizonte con destellos metálicos. Pero no había excusa alguna: éramos militares. Mi hermano, mi vecino Edu y yo nos ataviamos con el chándal más confortable y las zapatillas de deporte ’que andaban por las paredes’ y nos marchamos al 'Campo de Tiro'. 

La aventura debía ser al puro estilo ‘Goonies‘, realmente fuimos pioneros en ese género, como cualquier niño nacido a mediados-finales de los setenta. Por entonces la tecnología seguía sometida a los juegos tradicionales. Aquel sábado de octubre no servían las bicicletas ni los monopatines Sancheski naranja; íbamos a atravesar la zona de las charcas, por lo que era mejor ir a pie. Tras decir en casa que íbamos a jugar al fútbol, nos pusimos manos a la obra. De fondo, el eco de los disparos nos encendía sonrisas cómplices.

“Podemos coger ranas…”, oferté con la voz entrecortada por el ritmo de la expedición y el frío de aquella mañana; “hemos venido a buscar balas, deja las ranas para otro día, tenemos que concentrarnos en esto”, proclamó mi hermano; “Claro, hoy tenemos otra misión”, apostilló mi vecino con ‘rintintín’ de pelotilla de turno. Y seguimos con rumbo fijo. Ellos mantenían la mirada al frente, casi ausentes e hipnotizados, mientras que yo caminaba entre dos mundos: el de la pólvora que tanto respeto me provocaba, y aquellos reptiles que hoy me despiertan tanto repeluco y entonces me fascinaban. 

“¡Al suelo!”, exclamó mi hermano con voz firme. Como tres limones caídos del árbol nos acurrucamos en la base de un eucalipto armado de maleza. Pocos segundos después pasó justo a nuestro lado el ‘tanque’ que transportaba a nuestros enemigos, o al menos eso decían mis ojos y mi mente. Por entonces, mi hermano tenía más que claro que sólo era el camión en el que se desplazaban aquellos militares que aprendían parte de su trabajo con prácticas de tiro, pero el verme con los ojos inyectados por la adrenalina del momento supongo que no tenía precio. 

Reanudamos la marcha con paso firme y cuando terminaba de sacudirme las hojas y los restos del camuflaje arbóreo de mis ropas se abrió ante nosotros un inmenso océano sin agua. “Ya hemos llegado", dijo mi hermano. Yo me dispuse a sacar mi bolsita de plástico del bolsillo con el rostro encendido. ‘El campo de Tiro’, aquí es donde lucha a muerte el enemigo, pensé para mis adentros. Era una especie de campo de fútbol gigantesco hundido en el suelo, y en las paredes, forradas de arena arcillosa, era donde mi hermano y mi amigo ya estaban buscando munición de todo tipo. Me sentía una persona importante; más incluso que quienes salían por la tele; uno de los más famosos de mi colegio con diferencia. “¡Una bala redonda!”, grité a un cielo que devolvía mi voz de inmediato. “Son bolas de goma, las usan con escopetas especiales. Aunque no suelen matar hacen mucho daño”, me explicó el sabiondo de mi hermano. Una hora después tenía mi bolsa repleta de casquillos de bala, alguno que otro entero a modo de trofeo de valor incalculable, y bolas de goma. Tenía incluso más que ellos. Había demostrado que podía ser militar y combatir en una guerra. 

Comenzaba a chispear, y el jolgorio de las ranas nos anunciaba que era mejor regresar a casa, además en nuestros estómagos también comenzaba otra fiesta. Solía verme envuelto en ‘accidentes‘ imprevistos, y aquella mañana, de vuelta a casa, quedó de nuevo claro. Mis amigas croaban cada vez con mayor intensidad y quise verlas de cerca, como siempre. Pero el borde del cauce del riachuelo ya estaba húmedo, y mis ‘paredes’ no eran infalibles, así que la curiosidad me hizo resbalar y ni mi hermano ni Edu pudieron evitar el chapuzón. Mi vecino rió, mi hermano le dio una patada en el culo y yo lloré por él; el vigoroso militar en potencia yacía panza arriba y rodeado de ranas en una charca helada…

Ya en casa y con el chándal en el bombo de la ropa sucia, recuerdo el ruido de la olla Express afinando un guiso que alimentaba con su olor. Yo estaba jugando con mis juguetes en la bañera y me sorprendió mi madre. “Vamos, arriba que hay que comer. Y a ver si me puedes explicar cómo te has puesto así jugando al fútbol”. “Nos cogió la lluvia, mamá“. “¿A ti sólo? Porque tú hermano está sequito. O tú eres más tonto que nadie”. Entonces fue mi padre quien entró en escena con mi bolsa de municiones en la mano. “¿Puedes decirme de dónde has sacado esto, jugador de fútbol?”. Mi madre terminaba de secarme y yo me vestía cabizbajo, implorando el socorro de mi hermano, que jugaba al Scalextric en nuestro cuarto. Y gracias. Él vino para ser generoso y repartirnos el castigo. “¿Nos lo explicas? “, exclamaron mis padres a coro con la mirada clavada en Gonzalo. “Pablo jugó a la pelota con sus amigos y yo fui con el vecino al 'Campo de Tiro'. Él se mojó al venir a casa, en unos charcos que hay bajando la montaña del campo de fútbol. Yo le regalé todos esos casquillos de bala”. “Gonzalo, ¡estás castigado!”, gritó mi padre. Se hizo un silencio profundo y fui a comer. Al terminar pregunté a mi madre si podía ir a jugar con mi hermano. “Está castigado”, respondió mi padre por ella. Pero hice oídos sordos y cuando se echaron la siesta entré en mi cuarto. Mi hermano leía un libro en su cama y yo me senté a su lado. “Gracias”, le dije, al tiempo que le di un beso y me eché a leer junto a él.

Relato enviado por Antonio Castro
Gracias Antonio por enviar tu relato ;)

04 abril 2016

'Un recuerdo' de Agua clara

Hace ya varios días que está nevando.
Me gusta en estos días revisar papeles viejos y ver fotografías.
Mi esposa ha salido de viaje y puedo beber mis licores preferidos y gustar de mis habanos sin recibir reprimendas.
Esta foto con Yoli me trae muchos recuerdos.
                Pasó que cuando teníamos dieciocho años nos enamoramos.
                 Fue cuando me dijo: -Te adoro.
Nunca me lo había dicho una mujer. Será por eso que toda la vida recordé esas palabras. Ahora ya hombre mayor, valoro aquel sentimiento y me digo: Fui amado, que suerte que tuve, alguien me amó. ¿No es eso acaso una dicha?.
Era huérfana de madre y padre. Tenía dos hermanos mayores, el más grande de ellos hacía las veces de padre. Eran de una familia aristocrática sin fortuna ya, pero conservaban la  altura de aquel linaje.
Era una dulce niña. Yo la trataba con respeto.
Aquello no duró mucho, un día me cita a su casa. Estaba demacrada, apretaba en sus manos un pañuelito blanco. Se alzó en las puntas de sus pies y me besó.  Volvió a decir: -Te adoro y una lágrima rodó por su rostro.


-No podemos vernos más –musitó a través del sollozo contenido. -Mi hermano no quiere que tenga nada por ahora.
Salí de aquella casa humillado. Yo no era de la clase de aquella familia. Era un muchacho humilde y de trabajo.
Pasaron algunas semanas y logré que me recibiera en su casa. Entonces volvía a tener aquel pañuelito apretado en sus manos. Lo apretaba y apretaba. No me besó. Aquella lágrima apenas asomó a sus ojos pero no rodó por su mejilla.
Le dije que nos casáramos. Le supliqué, le rogué: Tomemos los días que hagan falta para los trámites y nos casamos en silencio, sin que nadie lo sepa. Entonces nadie podrá separarnos ya.
Me dijo que lo pensaría. Me pidió que la llamara y me daría la contestación.
Fue la última vez que la vi.…
No atendió nunca mis llamadas…
Volví a sentirme humillado.
Mucho tiempo llevé el dolor y la humillación.
Pensé entonces que todos construirían sus vidas alrededor de Ella, se casarían, formarían sus hogares, tendrían sus hijos.
Poco a poco Ella iría quedando sola, relegada. Si, eso pensé siempre.
Se que la humillé con este pensamiento, pero así lo veía.
Sin embargo algo la comprendí. Entendí un poco su sentido de la obediencia hacia su hermano y algo me hizo ser un tanto solidario en este aspecto aunque me doliera y me afectara.
Me casé con una gran mujer. Hace cincuenta años que estoy casado con una gran mujer.
Durante todos estos años pienso en Ella.
Por eso me dije siempre que aquel besó me marcó.
Hoy después de tanto tiempo quise  salir de la duda. Sentí el impulso de verla y saber de Ella. Viajé mil quinientos kilómetros  de ida y otros tanto de regreso.
Di con un amigo en común.
-Hace treinta años que está en una casa de retiro –me dijo.
Fui a visitarla previa llamada telefónica.
Aparentaba noventa años. Destruida… Totalmente sola.
En el fondo de sus anteojos gruesos estaban dos ojitos sin vida. Las manitas sarmentosas temblaban.
-¿Te casaste? –Me preguntó.
-Si. -¿Y vos?
-No. -me dijo en un susurro, sacó un pañuelito blanco y comenzó a estrujarlo en sus manos.
-Aquí estoy bien. -Me cuidan…
-Quedé sola muy joven…
-Todos se fueron…
Volví a buscar el fondo de sus ojitos.
-Nosotros tendríamos que habernos casado –le dije. Apenas pareció mover los labios, algo así como una sonrisa.
Me puse de pie.
-¿Te vas?-preguntó.
-Si, me voy…
Bese su milla, apreté una de sus manos.
A la salida alguien me dijo: -Venga a visitarla. Está totalmente sola. Nadie la viene a ver. Lleva así más treinta años.
Se que la humillé con aquel pensamiento: “Todos se casarán, todos harán sus vidas”…
Ella enriqueció mi existencia entonces. –Te adoro,. me dijo en aquella oportunidad.
Ya en la calle me pregunté:-¿Realmente se habrá acordado de mi alguna vez?
No se como y porqué tenía en mi mano su pañuelito estrujado.


Relato enviado por Agua clara
Gracias Agua clara por enviar tu relato ;)

10 marzo 2016

'VOLAVERUNT' de José Ignacio Andolz Munuera


'VOLAVERUNT' de José Ignacio Andolz Munuera


Como de costumbre salía el último de la oficina, una llamada tan inoportuna como ineludible – todos tenemos quien nos mande – le había retenido justo antes de abandonar su despacho y ahora todo su séquito de abogados, economistas e ingenieros ya debía de estar esperándolo en el mostrador de facturación de Barajas. Se trataba de plantar otra banderita en un nuevo rincón del mapamundi de la compañía.

Dirigía una importante empresa de actividades aeroportuarias perteneciente a un grupo multinacional, o al menos para él sí debía de ser importante, a juzgar por lo que había pagado por servirla: un divorcio, dos hijos a los que no había criado y una cincuentena mal llevada por el desgaste de tantos años trabajando de sol a sol, dormitando en los aviones y alimentándose del cátering de las líneas aéreas.

La nieve – un fenómeno cada vez más inusual en Madrid – que estaba cayendo en los últimos días se convertía enseguida en barro sucio bajo las ruedas de los miles de vehículos que atravesaban la ciudad y no llegaba a complicar demasiado la circulación. Su coche dejó atrás la ciclópea corpulencia de Torre Europa y se incorporó al tráfico de la Castellana, con destino al aeropuerto a través del túnel de María de Molina.

Ese coche, un Ferrari Testarossa de segunda mano, era para él una especie de “veranillo de San Bartolomé”, un poco de sol tibio al comienzo de su otoño. Su ex – mujer, con la que seguía manteniendo buena relación, le dijo cuando se lo compró: “ vas a parecer un viejo verde buscando ligue”, y probablemente le faltó añadir: “pero mientras me sigas pagando la pensión todos los meses, por mí como si te compras un submarino”. Él estaba de acuerdo en que podían tomarlo por lo que no era, pero le daba igual, había llegado a sentirse una especie de calvinista, dedicando toda su vitalidad a producir sin descanso una riqueza que no tenía tiempo de disfrutar, y no estaba dispuesto a privarse de aquel único antojo que lo hacía sentirse un poco más luminoso por dentro.

El deportivo continuaba su marcha Castellana abajo cuando, retenido un instante por los caprichos del tráfico a la altura de los Nuevos Ministerios, como vapor sublimado de las sólidas formas del edificio surgió la imagen de ese niño tímido que había venido de Logroño cuando a su padre lo trasladaron a Madrid - ¡qué diferente de los demás se sentía cuando iba a jugar a aquellos jardines con sus compañeros de instituto, porque no era bueno jugando al fútbol y prefería evitar las peleas!- Entonces comprendió que el cristal de la ventanilla del Ferrari era la mejor metáfora del tiempo, de los - ¿cuarenta años ya? - que lo separaban del niño al que no había dejado de tener presente.

Después vendría la reválida, la Escuela de Ingenieros Aeronáuticos y un recorrido ascendente por las empresas del sector hasta llegar a ser alguien en ese mundo, alguien acostumbrado a la rutina de decidir cuántos cientos de trabajadores le sobraban de cada vez que compraba una empresa. Nunca se sintió culpable por ese tipo de decisiones, era la aritmética del negocio y, en el fondo, sabía que se la estaba aplicando con idéntica frialdad a sí mismo; él también era un peón que había sacrificado su propia vida. Seguramente estas Navidades también las pasaría en algún hotel.
La vivencia inesperadamente recobrada de su infancia lo sumió en un estado mental extraño: se sentía invadido por una claridad de conciencia extraordinaria, casi hiriente, pero al mismo tiempo era como si su voluntad se le estuviera escapando por momentos como una gota de agua que se va deslizando pendiente abajo hasta incorporarse al destino de todas las cosas; una gota arrastrada, suave pero inexorablemente hacia ese punto en constante huida donde por fin se abrazan el que somos y el que fuimos. Continuó conduciendo como un autómata y en las proximidades del aeropuerto se desvió de su ruta habitual hacia la terminal de pasajeros para dirigirse a la zona de carga. Una vez en la entrada sacó la cabeza por la ventanilla del bólido para facilitar su identificación mientras tendía una tarjeta al vigilante. En ese instante comprendió que la posesión, aquí y ahora, de ese trozo de plástico era lo que daba sentido a toda su existencia; muy pocas personas disponían de una  pase para circular con su vehículo por el lado aire y él era uno de ellos.

Una vez dentro dejó atrás las naves de mercancías y se aproximó a las pistas, que las máquinas limpiadoras mantenían despejadas de nieve. Sabía que no tenía tiempo que perder, porque el Ferrari era demasiado conspicuo como para permanecer allí mucho tiempo sin una razón admisible; pero tampoco sentía prisa, sólo que tenía que terminar lo que había ido a hacer allí. A unos quinientos metros de donde él se encontraba, un Airbus 320 completaba su recorrido en solitario hacia la cabecera de la pista de despegue. Como no tenía ningún avión delante, seguramente en un segundo, sin detenerse, el piloto daría gas a fondo para despegar. Aceleró y, sorteando a un vehículo de asistencia en pista, describió un amplio círculo para situarse detrás del avión. Al iniciar el despegue la aeronave tenía que romper la inercia de su inmensa mole y su Ferrari, ligero como una flecha, podría competir con el gigante pero, ¿por cuánto tiempo sería capaz de mantener esa ventaja contra los 120.000 kilos de empuje de las cuatro turbinas del Airbus? Ahora lo iba a comprobar.

Completó el giro y se encontró a unos cincuenta metros detrás del avión, justo al mismo tiempo que el rugido ensordecedor de las turbinas le confirmó que éste iniciaba el despegue. Continuó acelerando y cambió de marcha: tercera, cuarta, quinta. Aceleraba a fondo haciendo bufar rabiosamente al motor antes de cambiar para evitar que el bólido perdiera un ápice de potencia, pero ese bufido era como la queja de un mosquito frente a un huracán. De cada vez que pisaba el embrague el cuenta revoluciones se desplomaba hacia la izquierda para, inmediatamente, volver a escalar posiciones hasta la zona roja una vez que había cambiado de marcha. El escape de las turbinas del Airbus formaba una especie de bruma gris que deformaba su visión de la aeronave, como si ésta estuviera en el fondo de un estanque lleno de agua sucia. La vibración de las turbinas era estremecedora y contrastaba con el mundo de silencio en que se encontraba; ya no podía oír nada.

Sin duda ya lo habrían visto lanzado detrás del avión desde la torre de control. Imaginó el éter crepitando furiosamente con los mensajes por radio advirtiendo al piloto, pero el Airbus aceleraba cada vez más. Probablemente el piloto había preferido continuar el despegue, seguro de dejar atrás al coche, antes que abortarlo y ponerse al alcance de un terrorista o un loco.  

El asiento le presionaba la espalda como la manaza de un gigante y el reposacabezas era el único sostén para sus cervicales, proyectadas hacia atrás por la tremenda aceleración del Ferrari. Los gases de combustión de las turbinas del avión le envenenaban los pulmones. ¿A dónde le llevaba esa persecución sin sentido? Como si estuviera explorando las alternativas de un videojuego, su mente registró varios escenarios posibles: si lograba alcanzar al Airbus y se metía entre sus ruedas, probablemente pasaría a ocupar un lugar de excepción en las estadísticas de la aviación civil española de aquel año. A menos que, al acercarse, resultara calcinado por el chorro de los motores o las turbulencias despedazaran el coche, lanzado a cerca de trescientos kilómetros por hora, en cuyo caso él quedaría reducido a una pequeña anécdota en la historia del aeropuerto. Y si no, el avión despegaría sin incidentes, pero para él todo habría acabado de igual forma. La idea de detención, de prisión preventiva, de juicio, aplicada a sí mismo, le hacía sonreír; nada de eso importaba ahora.

Perdido un instante en sus pensamientos, volvió a concentrarse en lo que tenía delante del parabrisas esperando que se le revelara su destino, sin esperanza, sin aversión, sin temor. No vio el avión, tal vez en esa fracción de segundo había alcanzado la velocidad crítica y había levantado el vuelo. Tampoco vio el final de la pista, sino una inmensa extensión de nieve, de un blanco purísimo, que se confundía con el cielo, de una luminosidad extraña. El Ferrari se deslizaba ahora sobre esa nieve sin ruido, sin turbulencias, sin imponerse. No había ningún punto de referencia; evidentemente no se trataba de la franja de terreno que separa la pista de despegue de la Nacional II; estaba en algún lugar desconocido que no figuraba en sus mapas, sin nada a lo que asirse, pero por primera vez desde que guardaba memoria sentía que había encontrado su sitio.

Detuvo el coche y comenzó a caminar por la nieve hasta perderlo de vista. Los copos que caían sin cesar iban borrando sus huellas; ya jamás podría encontrar el camino de regreso. La paz que lo rodeaba era tal que ni siquiera dejaba lugar al deseo de paz. Algo que ya no era él seguía caminando mientras esa paz absoluta lo iba disolviendo como a un terrón de azúcar. Hasta que sólo quedó la paz.


Relato enviado por José Ignacio Andolz Munuera
Gracias José Ignacio por enviar tu relato ;)