19 marzo 2012

"como hermanos" de Jesús Cano


¿Qué es el odio? ¿Un enemigo del amor? ¿Cuál más poderoso?

En el pequeño pueblo fue un nacimiento sonado. Dos hermosos gemelos rebosantes
de salud. El primero alumbró con facilidad, como si ansiara llegar a este mundo. El
segundo se agarró a las entrañas de la madre hasta matarla... Algo que el padre no
perdonó jamás.

Al primero lo llamó Carlos, dedicó todo su tiempo y esfuerzo para darle felicidad. Las
mejores ropas, los halagos más dulces, los mejores colegios.

Al segundo lo llamo Pedro... Y asesino en privado. Lo vestía con harapos y le dedicaba
palizas e insultos a la menor oportunidad. Era fácil distinguirlos a pesar de ser idénticos;
El mal vestido y cabizbajo, aquel de expresión triste y amargada era Pedro. El de faz
resplandeciente, que dedicaba una sonrisa al aire en plena mañana, era Carlos. El
amado.

El padre dedicó toda su vida a odiar y amar sin prejuicio alguno ni disimulo. Los hijos,
cada cual con su destino establecido, alcanzaron la madurez a la par que su padre la
vejez.

Ya en su lecho de muerte, mandó llamar a su hijo Carlos.
- Dime, padre.

- Muy pronto abandonaré este mundo, y te quiero dejar todo aquello que he conseguido
en la vida.

- Padre. ¿No sería el momento de perdonar a Pedro?

- ¡Jamás! –Bramó.- si por algo me voy satisfecho, es por la vida que le he dado.

- Debo confesarte algo, padre; tanto mi hermano como yo hemos tenido tu amor y tu
odio.

-No te comprendo... Nunca le he demostrado la más mínima muestra de cariño.

- Nos cambiábamos la ropa... Nos hacíamos pasar el uno por el otro.

- ¡Maldito seas! Al menos tengo el consuelo de haberle amargado la mitad de su vida.

- Pero, padre... ¿A quién? Porque uno tuvo el cariño de su padre la mitad de su vida, y el
afecto y sacrificio de su hermano la otra mitad.

- ¿Quién de los dos eres tú? –Preguntó desconcertado.

-Un no de tus hijos. Uno que te quiere.

Y marchó sin mirar a tras.

Sospecho que el amor y el odio, se acercan más a un instinto que al sentimiento.



Relato enviado por Jesús Cano  
Gracias Jesús por enviar tu relato ;)

16 marzo 2012

'Nota de ébano sobre un mar de marfil' de Edna lópez


Treinta y seis negras… cincuenta y dos blancas… encerradas en su jaula de abeto… bajo la despiadada opresión de unas tensas cuerdas de acero. Acariciaron mis dedos el frío marfil. Se deslizaron por el refulgente ébano dando forma a mi canto de cisne. Y el padre Aurelio, como
tantas otras veces, suspiró y murmuró conmovido “¡qué extraordinario!…, ¡qué belleza!”
Después, los acordes armónicos quedaron sumidos en el rugido ensordecedor de un mar embravecido. Apareció la soledad, la incertidumbre y el miedo apenas disimulados por aquel sonido estridente que, al final, nos indultó a todos de quedar atrapados para siempre en su letal fosa marina de sueños truncados. Y llegó el momento que el padre Aurelio había vaticinado henchido de orgullo y de esperanza. Por fin estábamos en la playa y el rumor de las olas cantaba en nuestros oídos. Un hombre se acercó con una manta en la mano. Sonreía mientras me la colocaba sobre los hombros, pero cuando movió los labios sólo pude escuchar un ruido monocorde y constante. Ya entonces echaba de menos la precisión armónica del piano, las notas melodiosas que se escapaban de la vieja partitura de Chopin. Aunque me esforcé mucho, no pude entender el ruido que provenía de aquel hombre de mirada amable. No obstante, algo me sonaba curiosamente familiar. Treinta y seis negras… Cincuenta y dos blancas… Tan diferentes, pero tan necesarias para componer la armonía. Sí, treinta y seis negras y cincuenta y dos blancas. Como siempre.
Cuando mi padre murió yo tenía diez años. Mi familia se vio forzada a trasladarse a otra región para vivir de la agricultura. Entonces, en Awama aún no había agua corriente potable, ni carreteras, ni siquiera un doctor. Mi hermano y yo estudiamos un tiempo en la única escuela existente para convertirnos en hombres de provecho. A mí me gustaban las clases y pronto aprendí a leer y escribir. Mi hermano mayor, Yussef, sin embargo, nunca quiso aprender nada.
Sólo pensaba en huir de las desvencijadas aulas de la escuela, en escapar lo más lejos posible.
Solía decir que cuando llegase a España conseguiría un buen trabajo y podría ganar dinero para que mi madre no tuviera que trabajar vendiendo aceitunas. Al final del verano, el mismo día del segundo matrimonio de nuestra madre, Yussef cumplió su palabra, aunque más impelido por los acaloradas disputas que mantenía con nuestro nuevo padrastro que por su ánimo altruista de beneficiarnos. Mi madre lloró sin tregua su ausencia durante una semana entera.
Después abandonó su pena de inmediato y para siempre, sobre todo, porque nuestra miseria la reclamaba, pero también porque la frágil cadena que suponía nuestra nueva familia no la tenía más que a ella como eslabón fuerte. Dos nuevos hermanos mayores que yo entraron en nuestra casa y el primero de ellos no tardó en usurpar el lugar del primogénito evadido, sin que nadie pensara siquiera en decir una palabra. En el naciente puzle de mi vida, yo ya no sabía en qué lugar encajaba.
Luego, me las arreglé para que uno de los desamparados chicos del puerto de Tánger me confirmara lo que yo ya sospechaba: Yussef había cruzado el Estrecho oculto en los bajos de un camión aquel mismo mes de septiembre. No supimos nada de él hasta casi medio año más tarde, cuando nos envió algo de dinero desde Barcelona. Su antiguo amigo del escuadrón de los relegados me dijo que el éxito de la huida de mi hermano había sido toda una proeza.
Aquella noche, la policía, suspicaz ante la inminencia de las fiestas populares, vigilaba con más recelo que de costumbre, inspeccionando hasta el más recóndito resquicio de los camiones.
Como una macabra advertencia de que sólo sin vida podrían cruzar a la otra orilla, los guardias habían utilizado máquinas especiales para detectar los latidos del corazón y sólo los de Yussef se les habían pasado desapercibidos. Aquel muchacho infeliz me relató orgullosamente estoshechos, pero yo hubiese preferido que no me hubiera dado tal exactitud de detalles. Desde entonces, represento en mi mente el endeble cuerpo de mi hermano grotescamente retorcido entre los amasijos de hierro de las atracciones de los feriantes. Mi imaginación da forma a su angustia y es como si pudiese verle, con la respiración atenazada por el miedo, rogando para que los delatores latidos de su corazón no frustrasen su fuga. Muchas noches sueño con esto y al despertar me parece escuchar el sonido leve de un insistente metrónomo muy lejano que repite mi nombre en busca de auxilio, como un eco distante que susurra en la oscuridad de la noche.
A mi madre no le entusiasmaba la idea de que yo pasara entonces tanto tiempo con aquél que yo le había definido como un “hombre santo”, pero que inexplicablemente no era musulmán ni parecía profesar fe alguna. El padre Aurelio había pertenecido a la orden de los franciscanos
muchos años atrás, hasta que un desacuerdo de opinión le había llevado primero al exilio y más tarde a la expulsión definitiva. Parecía que esto último a él le había resultado intrascendente porque siguió viviendo en la casa de la orden y vistiendo los hábitos más de
treinta años después de que se hubiese decretado su despido. Probablemente, este factor temporal, unido al hecho de que estuviera siempre allí para ayudar a quienes lo necesitaran en la medida de sus exiguas posibilidades, había conseguido que fuese tolerado por todos.
A mí me rescató de mi confusión tras la marcha de Yussef a través del sonido del piano, el más exótico artefacto existente en aquella paupérrima comunidad improvisada. Él me enseñó a leer las partituras, a extraer de cada nota una efímera belleza. Fue el padre Aurelio el que me animó a emprender el viaje a Europa para pulir mi talento innato. Con esta idea y no otra, me decidí al cumplir los trece años a cruzar los catorce kilómetros y cuatrocientos metros que me separaban de mis sueños. El día de mi partida, hacinado con otros catorce chicos en una barca de remos que un día fuera de juguete, sólo pensaba en el irreparable daño que el agua debía estar causando en mis “mariposas blancas”. Aquella partitura de Mustafa Aich Rahmani no sólo era el regalo de despedida de mi mentor, sino también mi única pertenencia valiosa en el mundo, mi malogrado tesoro víctima de un mar ingrato. Si mi madre hubiera tenido idea entonces de que aquel “hombre santo” me enviaba a cruzar el Estrecho en un bote de juguete con unos papeles inútiles como único equipaje, hubiera confirmado sus peores temores acerca de que aquel viejo desequilibrado no tardaría en suponer mi ruina.
Miro mis pies desnudos sobre la arena de la playa y no puedo creer que al final lo haya conseguido. El hombre de mirada amable continúa emitiendo su ruido monótono mientras me sonríe, sin importarle que yo no pueda entender ni una palabra. Paso muchos días en España tratando de encontrar la armonía que se me pierde en aquella lengua extraña. Tras meses de arduo trabajo, finalmente logro captar parte de la coherencia del ruido, pero la melodía me sigue pareciendo discordante. De hecho, todas las melodías que escucho en la Residencia Infantil me resultan ajenas. Añoro a mi familia y a la inquebrantable seguridad del padre Aurelio. Hago un esfuerzo por sonreír, a pesar de que el mundo se me quiebre por dentro, tan sólo porque sé que los adultos hablan de mí, que dicen que sufro “un trastorno”. Pienso en mi angustioso viaje, en todo el sufrimiento y en el miedo que pasé para estar aquí y ser como ellos. No quiero que me consideren uno de “los otros”, así que trato de adivinar qué es lo que quieren, qué es lo que esperan de mí. Es difícil precisar si ellos mismos lo tienen claro. Paraellos siempre estoy demasiado triste o demasiado alege, demasiado entusiasta o demasiado apático.
Un día cualquiera, sin que nadie me hubiese dicho ni una palabra, una de las educadoras me acompaña a un hospital y me deja allí solo. Las lágrimas se agolpan en mi garganta cuando el médico aparece y me dirige una sonrisa. “Sé que la sonrisa es falsa”, le digo mirándole a los ojos melancólicamente. “¿Por qué dices eso?”, me pregunta el médico en su tono más conciliador. “Es como la que yo represento para ellos”. Sorprendido in fraganti por la sinceridad de mis palabras, no tiene nada que responder a este comentario. Me receta drogas que me mantienen en un estado de aletargamiento durante casi todo el día. En aquel lugar frío, solo y confuso, sueño que paso la tarde en Tánger y duermo en España. Tarareo “Los murmullos del Sena” y tamborileo con los dedos en la mesilla de noche. A veces veo flotar en el aire una nota azul, pero sé que la música se ha marchado muy lejos y me cuesta recordar los acordes. Es posible que de mi situación esto sea lo que más me entristece.
Aunque añoro mucho el sonido del piano, las drogas parecen haberlo enmudecido. El día que me permiten salir a la calle, huyo del hospital corriendo hasta que me abrasa el calor en las piernas y un dolor intenso me oprime el pecho. Molto agitato. Es una noche gélida en la que la luna me sonríe de medio lado desde un cielo azabache sin estrellas. Presto con fuoco. Miro hacia atrás. Nadie me sigue. Sostenuto. No sé qué hacer ni a dónde dirigirme.
En la madrugada del tercer día, dos policías me encuentran hurgando en la basura como una rata. No sé si me están rescatando o deteniendo, ni siquiera sé a dónde nos dirigimos hasta que me encuentro a las puertas de lo que parece ser un centro de acogida. A pesar de que guardo ciertas reticencias al respecto de mi nuevo destino, mientras espero sentado en una sala vislumbro en una habitación cercana la silueta de un inesperado viejo amigo. Sin duda es muy diferente, pero guarda un vago parecido con el del padre Aurelio. Por fin he llegado al lugar en el que podré recobrar la música, en el que podré hacer aquello para lo que he venido. Mis esperanzas se ensombrecen cuando escucho a dos educadoras hablando de mí como si yo no pudiese entenderlas. Apenas pueden pronunciar correctamente mi nombre, ni siquiera me han visto nunca antes, pero con unos papeles en la mano escritos por otros desconocidos ya están convencidas de que lo que yo preciso es un centro de salud mental. No sé si es terror o ira lo que late en mi cabeza. Sólo puedo pensar que no permitiré que amordacen a mi música de nuevo. Así que echo a correr en dirección al piano tirando al suelo todo lo que encuentro a mi paso. A mis espaldas escucho gritos que repiten “¡Una crisis, una crisis!”, mas nada me aparta de mi objetivo. Cierro la puerta por dentro y coloco una silla contra el pomo. Mis manos tiemblan cuando las dejo caer sobre el teclado. ¡Hace tanto tiempo…! De pronto, me siento de nuevo como en casa. Es siempre lo mismo: treinta y seis negras… cincuenta y dos blancas… Puede que esta vez sí que sea la última sonata. Una agria melancolía se desliza por mi garganta y debo esforzarme para contener las lágrimas. Con persistente sutileza dejo correr las notas de la “Tristesse”. Las escalas fluyen de mis dedos como un mar acogedor, no como aquel hostil oleaje que me trajo hasta estas costas. Me parece como si una turba de sombrías miradas me observara desde el poniente, como si los acordes del piano diesen voz a sus súplicas. Hace rato que los otros han conseguido abatir mis fútiles barreras de estanterías, sillas y lámparas. Siento el eco de sus atónitas respiraciones en mi espalda. No sé por qué, perome dejan terminar hasta el último acorde de la pieza. Cuando me giro para enfrentarme a sus gestos severos, percibo en sus ojos un matiz de encandilada incomprensión que me resulta inesperada. ¿Puede ser acaso esta nota de esperanza la que me había resultado tan esquiva? Tanto tiempo vagando por este mar de marfil sin encontrar la melodía… y puede que sólo necesitáramos un diapasón para sincronizar nuestras afinaciones.



Relato enviado por Edna López 
 Gracias Edna por enviar tu relato ;)
Relato galardonado con el Premio Especial de Integración
de la Ciudad de Tudela 2011
Blog de la autora: www.ednalopez.es
Blog de relatos de la autora: www.aintervalos.com


Hola, hemos habilitado el canal de Twitter de Relatos Cortos (o no) para difundir vuestros relatos.
Os animo a seguirlo!


https://twitter.com/#!/RelatoCortoBLog

Nos leemos. ;)

06 marzo 2012

Preparando un concurso de relatos cortos o no...

Hola creadores de Relatos Cortos o no...!
Estoy haciendo los preparativos para organizar un concurso de relatos cortos temáticos con premio.
De momento os dejo la noticia para que le deis vueltas y más adelante ya iré soltando un poco más de información.
Muchas gracias por leernos.
;)

05 marzo 2012

'Humo de despedida' de Saine de Beauvoir



Y de repente, abrí los ojos y allí estabas tú. Envuelto en sombras, apenas podía adivinar el trazo
de tu contorno, pero veía tus bordes y hasta creía escuchar el sonido de tu voz. Al poco acabé
volando por el cielo de tu boca, jugándome la vida, robándote los gramos de oxígeno de tu piel
por cada rincón oscuro. Y te seguí, persiguiendo tú luz en la noche, perdiéndote entre mis manos
en la madrugada y comiéndonos al alba en mi cama. Te llevo en mi cabeza, como el que lleva
un sombrero, te devolví a los bolsos de los que te arranqué y me respondiste mordiendo cada
uno de mis sentidos.
Sin apenas darnos cuenta, convertimos en rutina el desayunarnos cada día al amanecer junto a
un café, aderezándolo con un par de melodías y algunos pedazos de sueños indomables.
Dibujando una sonrisa con los dedos en las esquinas de cada bar, en la espuma de la cerveza o
en el humo de cada noche en mi sofá, trasnochando entre palabras solitarias. Nos hemos
regalado momentos con fecha de caducidad, olvidando la caída inevitable de los días en el reloj
de mi vida, intentando secuestrar cada segundo.
Quizás fue el destino, la casualidad o el caprichoso deseo de probarte lo que nos hizo
encontrarnos y que me atraparas, o más bien, fueron tus aditivos. Sin apenas poder evitar la
fuerza gravitatoria que me arrastraba a tus labios, te he llevado directamente entre mis dedos en
infinidad de ocasiones… mi lengua en tu boca y tu aire recorriendo mis pulmones… y que tenía
tu veneno me pregunto, que me quita la vida pero me hace viajar entre botellas de alcohol,
varias chustas de polen y besos furtivos en cualquier banco en el que nos hemos encontrado.
A pesar de saber que aquello acabaría mal, me adentré de lleno, sin temor a por dónde saliera el
sol mañana, porque tal vez no salga, los reyes son así de caprichosos. Aprendí a través de
impulsos eléctricos a saborear unos cuantos minutos de tu voz varias veces al día, sin olvidar un
par de mensajes antes de dormir. Recuerdo aquella ocasión en que te quedaste dormido sobre mi
pecho, todavía tengo la marca, tu mirada es de fuego. Recuerdo cada vez que hemos hablado de
la dulce locura en la que nos habíamos embarcado, el sabor de tus labios, mitad arábico, y la
pasión de tu cuerpo, mitad occidental. Sin embargo, si te soy sincera, algunas noches desprecio
tu aroma en mis sábanas y los despertares contigo a mi lado. Te extingues cuando tu luz alumbra
más que nunca, abrasando mi alma en ella…
Ensangrentados mis ojos se quedaron después de las ostias que nos dimos en nuestra última
despedida. Aquel día estuve escondida, entre el humo de la noche y de los besos deambulantes,
flotando entre ríos de sudor y sal con algunos restos todavía de alcohol; todo quedó en un
silencio carnal, solo roto por el ruido de un par de coches circulando cerca de la plaza. Dejamos
esparcidas por las calles gramos de pasión y bajo cenizas quedaron millones de preguntas sin
responder, buscando tan solo la claudicación de  mis deseos junto a ti a los pies de mi cama.
Ayer te dejé olvidado en mi mesita de noche, no te marches, solo quiero encenderte y mostrarte
la luz de la luna de algunas madrugadas. Voy a hacerte temblar como si fuera la primera vez,
como si fuera a largarme y tú no quisieras, bañando todo con los sabores escondidos en los
rincones de tu piel.
El lunes te pedí que me agarraras fuerte la mano porque necesitaba aire en el pulmón de la
tranquilidad de tus labios. El tiempo durante unos minutos se detuvo para esos dos desconocidos
tan familiares sentados en mi cuarto, pero te acabaste ante mi. Ayer todavía cerraba los ojos e
intentaba dibujar en el aire tu silueta con mis manos, intentaba recordar el veneno que me has
dado y el volver a perder mis dedos buscando sueños en el infierno de tu cuerpo. Echo tanto de
menos
nuestras noches bañadas de acordes que empezaban al alba y no acababan
hasta bien entrada la noche. Antes nos adentrábamos sin rumbo en el mundo
que fabricábamos cada amanecer solo para nosotros.  Olvidarte? lo intento, pero es tan difícil …Has aparecido con alevosía en tantas de mis madrugadas, sin faltar a ninguna cita si yo te
solicitaba. Excepto aquella ocasión en la que tuve que ir a buscarte a horas intempestivas a la
gasolinera, escapándote ágilmente del lugar más oscuro, apareciendo como una luz entre la
bruma espesa que humeaba. Te había dibujado una vida, trazado preocupaciones y pintado
esperanzas; sabía a qué te dedicabas, cómo te gustaba pasar las tardes muertas de domingo y las
vivas noches de los viernes. Conocía el color que maquillaba tus días, el libro que alimentaba
gran cantidad de sueños errantes y la música que danzaba en tus oídos. No había ningún detalle
que me fuera oculto.
Hoy estoy sola en mi cama buscando un hueco libre donde perderme en mis pensamientos. Odio
cerrar los ojos y verte, como si algún poeta desdichado te hubiera colocado ahí en ese instante
premeditadamente, en ese preciso lugar para que yo te viera. Odio seguir perdiéndome en tu
aroma cuando lo descubro por la calle en manos de una desconocida, mirándome fijamente
apenas a un par de metros de mí, mostrándome la vida escondida en el fondo de sus pupilas.
Odio el enorme vacío que dejó tu cuerpo en mi cama y el aire puro de tu ausencia en mi
habitación cuando no estás entre mis sabanas.
Estas líneas nacen como disculpa o tal vez como despedida por enrredarme en el lío de otro,
entiéndeme, tu hogar tradicional por culpa de “los de arriba” ya no es asequible para alguien
como yo, o más bien, para alguien de pocas monedas en el bolsillo. Aún y así espero dejarte
para siempre a ti y a todas tus variantes algún día, por el momento seguiré encendiéndote
cuando me apetezcas y apagándote antes de entrar en las cafeterías, restaurantes, zonas
hospitalarias o escolares. Siempre nos quedará mi cama, o quizá no


Relato enviado por  Saine de Beauvoir
 Gracias Saine por enviar tu relato ;)