25 febrero 2016

‘Alcohol de Café’ de Maggie Tobar


‘Alcohol de Café’ de Maggie tobar
Estaba caminando, y pensaba, que era imposible que se la encontrara ahí, a ella, ella tan especial, ella que trastornaba su vida. Ella no era muy especial, pero tenía las características que él buscaba en una mujer y eso la hacía especial. Ella le recordaba a su primer amor, quien no es que había fallecido pero su amor se había tornado en una rutina pesada. Si, el tenia compromisos, y serios, pero ella los hacía olvidar todos, los hacía ver más ligeros.
Ella lo admiraba a él, mas no sabía que él la adoraba a ella. Cada vez que el la llamaba por su nombre, ella lo miraba con una luz en sus ojos especial y siempre con esa maldita sonrisa que lo volvía loco, que lo hacía querer acercarse a ella y con agresividad tomarle de su rostro y sentir su aliento, su calor, su olor, su amor.
Hubo un tiempo en que frecuentaron, a horas apropiadas e inapropiadas, teniendo un límite en sus pláticas para no tocar ese tema que los quemaba pero sabían que era un tema prohibido.
Ella se fue, como se marchan las olas del mar, de regreso a donde pertenecía, decidió que era lo más sano, una sirena como ella no pertenecía a un mundo tan terrenal, donde lo único que él le podía ofrecer era un coqueteo fugaz, nada estable y una admiración total e incondicional hacia ella.

Entonces, el se quedo buscándola, en todo lugar, en todo momento, aun en lugares que el sabia que ella jamás frecuentaría, la sentía en todas las miradas de las demás mujeres, pero no era lo mismo. Se había marchado para siempre y se había ido con su  maldita sonrisa dulce como el alcohol de café.
Relato enviado por Maggie Tobar
Gracias Maggie por enviar tu relato ;)

22 febrero 2016

'LA PRIMERA COMUNIÓN' de Miguel Selt

'LA PRIMERA COMUNIÓN' de Miguel Selt

Dice la señorita que el día de la primera comunión siempre lo recordaremos, que seremos mayores, muchas de nosotras nos casaremos, tendremos hijos que harán también su Primera Comunión, pero yo, ahora, solo quiero que mi mamá se ponga buena, se cure de su enfermedad, no quiero que esté todo el día en la cama, que llore.
Ella me llama, me quiere, me acaricia el pelo, pero cuando piensa que yo no estoy, que no la veo, grita, llora, llama a papá, a Simona…
Hoy, la señorita ha venido a casa, y me han llamado a la habitación de mamá. Estaban los tres muy serios, la señorita, mamá y papá. Tuve muchas ganas de escapar, esconderse como otras veces hacíamos mi hermano y yo. Me abracé a mamá y la seño me preguntó si quería hacer la comunión el mismo día que todas mis compañeras. Muy seria dije que sí, pero que lo que más quería era que mamá se pusiera buena y que si no se ponía buena yo no quería hacer la comunión.
Pero la hice, y mamá no se puso buena. Yo tenía que recitar una poesía al Niño Jesús, lo hice muy, muy alto para que me oyera bien, y luego le pedí que mamá se pusiera buena muy pronto, y que Simona no me peinase, me hacía mucho daño, y yo lloraba…

Fue hace días, tomando un café con tu hija, me preguntaste si recordaba cuando nos habíamos hecho amigas. Yo riendo te dije que éramos amigas desde los dos años. Ahora después de una semana de vértigo y sentada delante del ordenador, recuerdo como nos conocimos y el principio de nuestra inalterable amistad.   

Y después de la comunión en la capilla del colegio, comimos chocolate con bizcochos. A veces he explicado como era costumbre en el pueblo, que a los niños vestidos de primera comunión les llevasen por todas las casas de los familiares y conocidos. Todos nos decían lo mismo: Los “buenos niños” que teníamos que ser a partir de este día y lo guapos que íbamos, además de darnos el aguinaldo correspondiente o la preceptiva caja de bombones. Pero yo solo quería ver a mi mamá, que me estaba esperando y que estaría buena porque se lo había pedido al Niño Jesús muy alto para que me oyese bien.
Pero no, cuando llegué a casa, contenta para enseñarle a mamá todos los regalos que me habían hecho, ella seguía en la cama, muy enferma. Apenas me dejaron acercar a su cama, ni darla un beso y me enfadé, grité, pataleé todo lo fuerte que pude. Grité con todas mis fuerzas que nunca más iba a ir a comulgar, el Niño Jesús no me había escuchado. En un ataque de furia me arranqué el velo, y durante todo el día no quise comer ni hablar con nadie.  Pero todos se habían olvidado de mí. Solo al final de día, recuerdo, como en un sueño, que Simona me sacó de debajo de la mesa donde estaba acurrucada, me lavó la cara y me obligó a cenar. Entre lágrimas vi a papá cómo entraba en mi habitación, me besaba y me decía que mamá estaba muy malita pero que se pondría buena muy pronto. A partir de entonces podía ver a mamá, ella no me hablaba pero me acariciaba el pelo y me sonreía.

En el pueblo, ese invierno, hacía mucho frío. Nevaba y en el patio del colegio se habían formado grandes placas de hielo por las que patinábamos. Fue ese invierno cuando nos conocimos. Ese curso compartimos pupitre. ¿Recuerdas esa especie de crucigrama tonto, al que jugábamos en nuestras horas de estudio?, su nombre era AMADEON, y se jugaba haciendo coincidir nombres de chicos con las iniciales: amor, matrimonio, deseo, odio etc. ¿Cuántas veces, la hermana encargada de vigilarnos, nos castigó por encontrarnos en flagrante delito, jugando ese juego lascivo y pornográfico?, y nos expulsaban al patio. Allí fue donde verdaderamente comenzó nuestra amistad, nuestra intimidad, nuestra confraternidad.
La imaginación de los niños es infinita. Tú también lo recordarás. Nos contábamos todo, nos hicimos inseparables. Yo, después de todo el sufrimiento con la enfermedad de mi madre, había llegado a la absurda conclusión de que mis padres no me querían, y que no era su hija, sino que me habían adoptado, sacado de un orfanato. Todavía recuerdo cómo al cabo de unos días, muy seria, tú me explicaste que también eras hija adoptiva, que tus padres solo querían a tu hermano, ya que tú no eras su hija.
Pero supongo que, como es común en todos los niños, todo esto lo vivíamos en secreto, solo nosotras dos lo sabíamos. Y éramos extrañamente felices, rebeldes, traviesas…

Había una sola cosa que nunca te dije y que la guardaba solo para mí, como un pecado inconfesable. En mi entendimiento de niña, pensaba que “eso” no debía decírselo a nadie, ni siquiera a esta amiga que era mi otro “yo”.  
Han pasado sesenta años. Yo era una niña ¿seis, siete, ocho años? Pero aún hoy, y en este momento, podría hacer el retrato robot de ese hombre que nunca he olvidado, sentir cómo muerde mis labios, sus manos buscando mi cuerpo, pero nunca te dije nada, ni a ti ni a esa madre que por no saber no defendía a su hija, que no era mi madre, ni yo su hija.      
No podía hablar, sentía una enorme vergüenza, pero… fue tu amistad, tu presencia casi continua la que me dio valor. Valor para enfrentarme a él, primero esquivándole, y cuando me tenía entre sus brazos, dándole patadas  y arañazos para escapar de sus asquerosos besos.

Pero esto ya es historia, aunque sea una historia triste, que, desgraciadamente, generación tras generación pueda repetirse. Y… quizás, como en las fábulas de Esopo, Iriarte, Lafontaine,  Samaniego,  puede tener su moraleja:
-LA AMISTAD PUEDE COLMAR DE VALOR AL SER MÁS INDEFENSO, TRANSFORMÁNDOLO EN UN SUPERMAN…               
                                                              A M. Carmen, por su amistad                       
Relato enviado por  Miguel Selt
Gracias Miguel por enviar tu relato ;)

19 febrero 2016

'Ángeles rebeldes' de Jose Wallace

'Ángeles rebeldes' de Jose Wallace


Walter era un chico que jamás había peleado o discutido con los pibes del barrio. De trato dócil y mirada franca, se había ganado el afecto de todo el vecindario.

Lector empedernido, las aventuras de Tarzán, Mandrake, Misterix y tantas otras, eran su pan de cada día. Vivía esas aventuras con tanta intensidad, que en su memoria prodigiosa se hacían demasiado reales, a tal punto que los chicos del barrio esperaban oír sus relatos, ansiosos por  liberar sus fantasías juveniles y viajar por selvas, montes y mares, enfrentando feroces criaturas primitivas al mando de exóticas máquinas voladoras.

Y fue una noche de verano, de límpido cielo y estrellas brillantes, cuando Walter relataba la historia de trece "ángeles rebeldes", cuando la magia del universo sacudió la tranquilidad de aquel pueblo perdido en la inmensa llanura pampeana.

Cautivados por el relato, los pequeños se fueron transportando al espacio imaginario de astros de otras galaxias, absorbiendo energías sobrenaturales provistas por su imaginación, que se acrecentaba en cada secuencia de aquella apasionante aventura galáctica que Walter desarrollaba con tanta maestría.

"...entonces el Capitán Zark, al mando de la Nave Mayor, ordenó atacar a los ángeles rebeldes... ‘¡Apronten el comando número uno!’ indicó el Capitán Zark, y las naves comenzaron a disparar torrentes de espuma gaseosa que rápidamente paralizaron las naves insurrectas..."

De pronto un relámpago iluminó el universo y un fuerte remolino cercó a los niños por segundos; luego el silencio envolvió la noche y cuando una suave brisa disipó el lugar, emergieron en el centro de la plaza las figuras petrificadas de los niños, con sus miradas perdidas hacia el infinito.

La inocente fantasía de aquellas almas infantiles plasmó en la tierra, una rebelión angelical desatada en el desconocido mundo del espacio.

Relato enviado por Jose Wallace
Gracias Jose por enviar tu relato ;)

16 febrero 2016

'Quiero Ser' de Javier Lasanta

'Quiero Ser' de Javier Lasanta

Hace muchos, muchos años, paseaba por las calles de Venecia el más afamado y laureado pintor de la época; sus obras eran admiradas por toda la sociedad, reyes y personajes ilustres pujaban por cada nuevo cuadro que pintaba, era símbolo de distinción conocer y comentar sus trabajos.  Fatigado por el paseo y la edad se sentó para contemplar la puesta de Sol junto al estanque de los cisnes. Cada tarde le gustaba alejarse del mundanal bullicio, reposar la mente e intentar no pensar en nada.
- Buenas tardes Señor.
 
Antes de girar la cabeza dedujo que esa voz suave pertenecía a algún muchacho joven, educado y con intenciones de solicitarle algún favor.
Con un gesto de desgana devolvió el saludo sin fijarse en el chico y continuó contemplando el atardecer.  El joven con paso lento pero decidido se acercó un poco más hasta ponerse muy cerca de él.
- Maestro, disculpe, necesito su consejo, quiero ser pintor, ¿qué debo hacer?
Esta vez no pudo evitar tener que mirarle, en otras ocasiones no hubiese contestado pero había algo en la mirada de aquel jovenzuelo que le hizo reconsiderar su postura.
- ¿Qué llevas ahí? - le preguntó el viejo indicando con su dedo.
- Son mis útiles de pintura, cada tarde salgo y dibujo, y pinto; todo lo que veo, todo lo que me parece especial..
- ¿Cada tarde?
- Sí, a veces pinto todo el día.
- ¿Y qué haces cuando no pintas?
- Estudio técnicas, pienso en las composiciones, invento escenas, leo los tratados de los clásicos,... sueño en ser un pintor afamado como usted. -dijo soltando un suspiro final bajando la mirada.
El afamado pintor pensó por unos instantes antes de contestar, lo más rápido y sencillo era decirle que siguiese así, que tarde o temprano el mundo reconocería su arte y que se haría rico pintando, pero le dijo:
- Ya eres pintor, no necesitas mi consejo.
- No,... pero ..., lo que yo quiero es ser admirado, tener fama, posición social, dinero.
El viejo llenó sus pulmones de aire antes de decirle:
- Mira muchacho, pintor es el que pinta, el que pone pasión en lo que hace, el que disfruta pintando, es el que cada día intenta mejorar su técnica, el que pinta por necesidad vital, porque tiene la obligación moral de transmitir lo que sólo él puede ver. Eso es ser pintor, poner tu alma en lo que haces.
El viejo hizo un pausa, bajó la cabeza, y con la sinceridad del que ya no tiene nada que perder continuó:
- Yo era pintor, yo disfrutaba pintando, yo amaba pintar.  Era mi vida, mi ilusión, mi pasión. Vivía para pintar.  Todavía guardo algunos de aquellos cuadros que a nadie gustaban pero que yo no me cansaba de contemplar y de admirar, cada uno que pinté era parte de mí, eran mi obra maestra, en todos les puse el alma.  Pasó por mi humilde y pobre estudio un rico comerciante de Nápoles, necesitaba hacer un regalo y me compró un par de cuadros, no precisamente los mejores, a todas luces el comprador ni entendía ni le importaba la pintura.  Los regaló a alguien poderoso diciendo que eran de un gran artista, al poco tiempo comenzaron a llegar más personas importantes a mi estudio para hacerme encargos de cuadros, como cada vez eran más los encargos, cada vez su precio era mayor, se disputaban mis servicios.  Y así, poco a poco, de esta forma, dejé de pintar lo que yo deseaba, pintaba lo que me encargaban; sosas y repetitivas escenas de caza, retratos de jóvenes doncellas ensortijadas, gordos ilustres subidos a caballo dirigiendo tropas ficticias; ¡qué horror! ¡toda mi vida pintando horrendas escenas, de horrendas personas, en actitudes horrendas!
Hizo una leve pausa antes de continuar.
- ¡Sí! ¡Yo, era pintor! Ahora soy un mercenario de la pintura. Soy tan desgraciado que sólo tengo fama y dinero.  Vendí mi alma.
Levantó lentamente la cabeza dirigiéndose a esos ojos jóvenes con mirada de pintor que le habían hecho recordar quién fue.
- Muchacho, ya eres pintor, lo demás es decisión tuya.

Relato enviado por Javier Lasanta
Gracias Javier por enviar tu relato ;)

04 febrero 2016

'Pequeños caprichos' de Jon C

'Pequeños caprichos' de Jon C
Yo me hallaba inmerso en uno de esos pequeños oasis dentro del desierto de la cotidianidad. 
Así los llamo yo… Pequeños caprichos, los llama el resto del mundo. Uno de mis pequeños capricho consistía en salir a mi jardín con unas cuantas latas de cerveza, al finalizar la tarde justo en ese momento en el que la luz es tan extraña. Ni el naranja cálido de la puesta de sol, ni el negro azulado de la noche. El gran arquitecto del universo debió mirar su paleta y decir algo asi como: ” Coño….Entre el naranja cálido y el negro azulado…pondremos….pues…. Esta especie de gris impersonal, plano y sin contraste!! “

Pues era precisamente en ese lapso de tiempo impersonal y descontrastado cuando yo enterraba mis pies descalzos en el descuidado césped de mi jardín, fresco generalmente, porque minutos antes recibía un manguerazo de urgencia. Solía hundir mi culo en una destartalada hamaca, beberme la primera lata de dos tragos largos, y esperar con expectación la aparición de la primera estrella.

En esa feliz situación me hallaba este atardecer, cuando de pronto, una mariposa enorme pasó por delante de mí saliendo de la nada. Era increíblemente grande, tanto como las que acostumbramos a ver en esos infumables documentales de la 2 que hablan de bichos que nunca llegaremos a ver, que chupan nectar de flores que nunca llegaremos a ver, que pueblan selvas de países que nunca llegaremos a ver.

Pero lo increíble de aquella mariposa no era el tamaño. La mariposa era completamente negra, parecía la antesala de la noche que estaba a punto de llegar. Esas impresionantes alas enlutadas batían desacompasadamente, con esa especie de bailoteo frenético y tan poco grácil que caracteriza a todas las mariposas. Seguí su vuelo como hipnotizado., tratando de decidir si era una de las criaturas más bellas que había visto, o la más antinatural y macabra.

De pronto, , en uno de sus quiebros sin sentido, fue a meterse irresponsablemente en un zarzal que crece al fondo de mi jardín y que espera desde la noche (otra vez la noche) de los tiempos a que lo arranque de raiz como el resto del 90% de las malas hierbas que forman su vegetación.

La mariposa, seguramente consciente de lo peligroso de su situación, se quedó inquietamente paralizada. Algunas espinas del zarzal ya habían horadado sus enormes alas, que habían pasado del negro brillante de la seda, al más opaco y muerto del terciopelo. De algún modo era consciente de que el mínimo movimiento podría ser desastroso para ella., porque aquella especie de morbosa crucifixión se prolongó al menos durante dos minutos.

Yo no pude reprimir una curiosidad malsana y me sentí espectador de lujo de aquella función. Rememoré aquellos pasajes de mi tierna infancia en los que yo y mis amigos arrancábamos las alas a una mosca, hacíamos fumar a un sapo para ver cómo se inflaba, o apedreábamos gatos hasta reventarlos. Los pelillos de la nuca se nos erizaban y el escroto se nos tensaba como la piel de un tambor ante la emoción. Siempre pensé que algún psicólogo debería tener los cojones suficientes para definir al niño como la bestia que realmente (naturalmente) es, hasta que la sociedad, la religión o su propio afán de supervivencia le pule convenientemente y lo reconvierte en persona “normal”

El caso es que esta vez era diferente. Ciertamente establecí una especie de vínculo con aquella mariposa. Deseaba fervientemente que consiguiera salir de ese desafío al que su madre naturaleza le había enfrentado, con el menor daño posible. Entonces su madre decidió que ese juego ya había durado demasiado y actuó.

Una leve brisa que apenas arrancó un pequeño destello naranja de la punta de mi cigarrillo, comenzó a mover el zarzal suavemente. Ese pequeño vaivén en las ramas comenzó a desgajar las alas de la mariposa tiñendo aquí y allá las espinas de jirones negros. Esas pequeñas dagas actuaban sobre ella como un cuchillo de carnicero sobre papel de fumar. El zarzal la fue engullendo hacia su interior dejando un rastro negro, como goterones de sangre pastosa que colgaran obscenamente de un alambre de espinos.

Por fin la brisa se detuvo, y yo pude parpadear. No aparté la mirada de aquella zarza mientras me llevaba la segunda lata de cerveza a los labios. Un sentimiento de inquietud me hizo levantarme de la hamaca y acercarme muy lentamente. La sola imagen de esa pobre mariposa agonizando en algún recóndito recodo de ese arbusto me hacía sentir demasiado mal. Me agaché, saqué el mechero Bic que siempre llevaba en el bolsillo superior de la chaqueta, y prendí fuego al zarzal para librar a la mariposa de su tormento, y a mi mismo de la angustia de convertir mi pequeño capricho favorito en un patíbulo asqueroso que estaría condenado a ver todos los días a partir de aquel.

Pero no contaba con el jaque mate que la madre naturaleza tenía preparado. Al resplandor de la pequeña hoguera comenzaron a venir cientos de pequeños insectos salidos de todos los rincones de mi jardín. Al acercarse al fuego crepitaban en un fugaz instante antes de caer inmolados a las llamas. Mosquitos, moscas, polillas, que iban a reunirse en aquel infierno con la mariposa, atraídos por aquella fuente de luz tan inesperada a esas horas.

Aquello fue suficiente para mí. Me di media vuelta con el estomago revuelto y decidí dar por zanjado mi pequeño capricho de aquella noche, no fuera que se me ocurriese alguna otra genialidad y me fuese a la cama con muchas más muertes hurgandome la conciencia.

Relato enviado por Jon C.
Gracias Jon por enviar tu relato ;)

01 febrero 2016

'Hacia el cielo' por Laura Barrios

'Hacia el cielo' por Laura Barrios

Llega el frío invierno. el día amaneció, dieron las 7 de la mañana en el reloj, y comenzó a sonar. Rafael se levantó como cada día, se puso sus viejos zapatos de estar por casa y bajó a hacerse el desayuno. A continuación se asomó al buzón, estaba vacío, miró su contestador, ni un solo mensaje nuevo.
Rafael comenzó a hacer sus tareas diarias, limpiar, hacer la compra, ir al bar y prepararse su comida. Después de la siesta, se sentó en su polvorienta mesa del estudio y comenzó a escribir; -Querida Teresa, ha pasado solo un día desde que te escribí la última carta. Miro todas las mañanas el buzón, para ver si he recibido tu contestación, pero todavía no me ha llegado, se ve que los carteros se han confundido de calle o algo así ¿Recuerdas nuestra dirección?.

Desde ayer no ha pasado nada nuevo, mi rutina sigue siendo la misma, me levanto todavía echando de menos el olor a café, cuando tú lo preparabas, o me decías ''Buenos días, cariño'' con tanta ilusión e incluso cuando me prometías que me querrías durante toda nuestra vida. No me hago aun la idea de que te hayas ido, han pasado ya seis meses, y te añoro desde el primer día. la casa está vacía, me faltas tú. Teresa, Kiko, nuestro perro, también te echa de menos, aun se pone en la puerta a esperar a que vengas con la barra de pan y le des un trocito.

Te necesito más que nunca, la soledad se apodera de la casa, no hay nada de ruido, no hay gritos ni tampoco risas y es la sensación más mala del mundo, sé que donde estés, estás bien cuidada, también sé que estás cuidándome día a día para que todo me vaya bien, pero no me acostumbro, desde Noviembre, no volví al cementerio, espero que me perdones Teresa, pero me quiero ir, quiero emprender un viaje en el que pueda estar a tu lado, quiero irme contigo.
Hasta la próxima carta mi amor, hasta mañana.
Te quiero. Rafael.

Se levantó de la silla, y como siempre, enrolló la carta, como si fuera un tubo muy fino, lo metió en el globo, rojo con forma de corazón, lo hinchó con helio y salió al patio trasero, donde lo soltó viendo como se elevaba al cielo, con la esperanza de que su mujer pudiera leerla otra noche más.

Así acaba el día para Rafael, otro día mas acabado, con la seguridad de que a la mañana siguiente si recibiría una carta de ella, otro día menos para reencontrarse con su verdadero y único amor, Teresa.


Relato enviado por Laura Barrios
Gracias Laura por enviar tu relato ;)