11 enero 2016

'Viaje al infortunio', de Eslibord

'Viaje al infortunio', de Eslibord

      Lo que voy a contar pertenece a un pasado muy reciente. Apenas dos semanas atrás. Y lejos de argumentar que esto le ocurrió a un conocido o inventar un personaje para esconderme detrás, admitiré sin tapujos que es a mí a quien se nombra en este escrito.
      Baso mi vida últimamente en intentar atender ciertas necesidades. Y digo “intentar”, porque no es función sencilla. Ocupan mi vida con obligaciones. Estoy tan harto de escuchar a lo que estoy obligado, a cual es mi deber, mi compromiso, mi cometido… que ya no recuerdo si me corresponde algún derecho, o si debo aprovecharme de alguna situación favorable sin sentirme asqueroso después. Luego dicen algunos —o muchos—: “Dios aprieta, pero no ahoga” ¿Y qué utilidad le saco yo a eso? ¿Qué se prolongue mi agonía? Manada de irracionales… Algunos refranes había que sacárselos de la cabeza a esta gente a guantazo limpio. Porque en la mayoría de los casos, quienes interpretan con más asiduidad estos dichos son los que gozan de buen capital, o quienes no desean salir de la incultura. Allá ellos… ¡Pues a lo que iba, que me enciendo cada vez que recuerdo estas cosas! Hablando una vez más de mis obligaciones, me hallaba en Barcelona.  El poco, el escaso, el ínfimo dinero que tenía ahorrado decidí invertirlo allí. Y digo “invertir”, refiriéndome en cuestión de encontrar trabajo, (manda cojones…). Lo que me iba a dar para pagar un mes y medio en un apartahotel y la comida de esos días. Contando por supuesto con los productos necesarios que todos comprendemos: condones, tabaco, whisky y juegos de Play Station 3. Por no mencionar los de higiene y limpieza del lugar y de uno mismo, si “encarta”,  como dirían en mi pueblo. Pero todo va por prioridad. Mencionar también, la enorme ayuda que recibí por parte de mi pareja. En la empresa en que ella trabajaba, tenían una impresora de esas de oficina con la que cada noche  hacía unas cincuenta copias de mi currículum para que al día siguiente yo pudiera repartirlos. También estuve más de dos semanas en la casa de sus padres cuando se agotó el dinero, al no poder seguir en el cochambroso apartahotel. Que a fin de cuentas, lo único con lustre que tenía aquel lugar eran las vistas, y que si te caías por la baranda de la terraza pegabas un panzazo en la misma orilla de la playa. Por el resto… ¡Ah!, se me olvidaba mencionar, que nada más llegar, el primer día, ya tenía dos entrevistas de trabajo confirmadas. Días antes me había dedicado a buscar por internet ofertas de trabajo en Barcelona y los pueblos de alrededor. Eché muchos currículums, a lo que sólo dos empresas se interesaron en mi perfil. Al llegar a la estación se Sants, me esperaban mi novia y su hermano para llevarme en coche al lugar de la primera entrevista. Nos tomamos un café en el establecimiento de enfrente del edificio puesto que faltaba una media hora para la cita. En una bolsa llevaba ropa “apropiada” para la ocasión, como bien me recalcó la chica que me llamó por teléfono. Pero por el momento tenía puestas mis galas: mis vaqueros rotos por treinta sitios, una camiseta de Tierra Santa, el pelo suelto, las muñequeras y setentaicinco quilos de cadenas a la cintura. Llegando la hora, fui a los servicios y cambié mi imagen por la de un “apropiado” soso. Después entré en el edificio. Me marearon un rato de aquí a allí. Subí en un ascensor acompañado de dos tíos que me hacían dar arcadas  por sus comentarios de prepotencia. “Supongo que ser jefe, implica ser gilipollas” —pensé—, y para mi sorpresa descubrir después, que los joyas esos venían a lo mismo que yo… A pasar por la criba. Rápidamente nos atendió un joven muy educado. Al poco rato me tocó entrar.
      -Buenos días, mi nombre es Filomena. ¿Y el suyo? —inquirió la pelirroja con gafas cuadradas, mientras estrechaba mi mano y me indicaba que tomara asiento.
      -Mateo, encantado —fui breve.
      -Pues mire. Lo que le ofrecemos es un puesto de atención al cliente. Estaría en un despacho atendiendo el teléfono. Ocho horas, de lunes a viernes. Mil novecientos euros netos. Treinta días de vacaciones y pluses por el contento que muestren los clientes que usted atienda.
      -Es que no sé… ¿No sería aprovecharme de ustedes? Las empresas que están emergiendo durante la crisis, y la banca, hacen una gran labor para que España pueda resurgir como el ave Félix —me sentí culto.
      -¡Por Dios, hombre! ¿Recuerda la cantidad de personas que había esperando su turno para la entrevista? Pues todas están siendo contratadas. Así que no se preocupe. Acepte, sin duda alguna.
      Supe entonces que no podría aceptarlo si aún me quedaba dignidad. Me despedí de ella, dejándola con una tristeza difícil de explicar. De la otra entrevista argumentar que más de lo mismo. Más tristeza en el rostro de aquella buena gente.  Pasaban los días y los trabajos que me ofrecían superaban los dos mil euros… ¿Qué había hecho yo para merecer tanto infortunio? Recorrí la Rambla en toda su extensión. En un restaurante, al entrar para dejar mi experiencia escrita,  dejé por error a una de las camareras la escritura de mi casa. La cual llevaba en el bolsillo de la chaqueta por gusto, como es costumbre. Rápidamente la chica salió en mi busca para devolvérmela y, después, recoger el currículum.
      Cada vez que ponía la tele a mediodía las mismas noticias: “los GRANDES bancos españoles, inyectan dinero privado a la sanidad y la enseñanza”. “Malditos ciudadanos haraganes… ¡Déspotas!”  —Pensaba mientras contemplaba tal injusticia—. ¡Coño! ¡Iba a empezar la Eurocopa! Se acabó la crisis. Por fin veríamos algo interesante, y no a esos lloricas babosos, quejándose con que el banco les regalaba una casa. ¡Qué asco me dan!
      Llegaba el momento de tener que volver a mi pueblo. No había encontrado nada, y el dinero, tan efímero como siempre. Mi novia buscaba más ofertas de empleo por internet. Intentaba por todos los medios que no me fuera. En una de sus cavilaciones se le ocurrió una idea que a mí no me gustó nada. ¡Que me prostituyera decía! Pero ojo, sólo con viejas y feas. Que sería mi chula, dijo con el tono más alegre… a lo que yo reclamé exponiendo, que puesto a sacrificarme sería con jovencitas y de muy buen ver.  Entonces ella decidió que no era tan buena idea. Y las horas pasaron sin resultado en beneficio nuestro alguno, pues al día siguiente debía coger el tren por la mañana bien temprano de vuelta a Jaén. Al menos en mi tierra podría arrancar unos jornales en la campaña de la aceituna para abrir una cuenta en Suiza. Pero serían a lo máximo una quincena, ya que la cosecha venía esta vez como una mierda —con perdón de la mesa— y no abría kilos ni para llenar una orza.
      El jornal rondaba los cuarenta y ocho euros. Así que hice mis cábalas: “cuarenta y ocho por quince… sí, me da de sobra para abrir la cuenta en Suiza”.
      El caso es que no pude evadir aquel viaje matutino del día siguiente. Ya en el tren, mientras buscaba el número que correspondía a mi asiento y arrastraba una maleta de setenta y cinco kilos, —llena de posesiones robadas a mis suegros—, vi a mi novia a través del cristal dirigirme frenéticamente cortes de mangas mientras movía sus labios con energía y el gesto de su rostro se tornaba felino. Sospecho, debido al no despedirme de ella y empujarle cuando me iba a dar un beso. Una vez encontrado el asiento coloqué la maleta delante de los pies de un anciano que había sentado en el de al lado. Me acomodé poniendo los pies sobre las rodillas de él y di una ligera cabezada, despertando en Vilches. La siguiente parada era la mía. La máquina recorría los últimos kilómetros y yo miraba al exterior, hacia el mar de olivos, ensimismado, imaginándome acompañado de mis ocho perros, corriendo por un carril en busca del río para echarlos, ahora que seguramente bajaría riada. El conductor anuncio por los altavoces que estábamos llegando a Linares-Baeza. En el andén me esperaba un buen amigo al que le debía muchísimo dinero para recogerme. Cuando me puse en pie, recordé entonces al viejo que había estado sentado a mi lado y me pregunté el cómo habría podido salir de allí estando yo delante…

Relato enviado por Eslibord
Gracias Eslibord por enviar tu relato ;)

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