23 noviembre 2011

'El color de mis días' de Piedad


El color de mis días

Desde bien chiquita  etiquetaba los días de la semana con colores. Los lunes normalmente eran verdes, comenzaba la vida adormecida por el azul claro de los domingos, lunes seguidos como siempre del rojo intenso de los martes; los miércoles solían ser dorados por la concentración de grandes oportunidades dormidas a la espera de los fluidos jueves, que asomaban lentos, con su profundo tono añil. Que contar de los viernes, asaltaban de pronto en mi vida mostrando todo aquello que anteriormente soñaba durante la colorida semana, su color amarillo intenso irrumpía en mi interior, abriendo las compuertas contenidas, dando paso al majestuoso sábado impregnado de color y aroma; era el único día de la semana que no tenía un color definido, variaba como cambiaba la marea, suave y lentamente siguiendo ritmos invisibles. 

¿Cómo contar lo ocurrido?, cómo expresar la incertidumbre de esos meses en los que el color de mis días, de pronto,  cambiaba a merced de algo que nunca había sentido...

Todo comenzó bajo la cálida suavidad del color verde de los lunes, como casi siempre me despertaba con tiempo suficiente para no tener que correr y comenzar la semana estresada, era hermoso despertar en los lunes, mi cuerpo descansado del fin de semana se mostraba ágil y feliz por incorporar de nuevo la disciplina que le permitía sentirse firme y seguro.

Ya al despertar algo me  hizo sentir extraña, notaba  el rojo intenso en mi piel de los martes, pero el calendario me indicaba una y otra vez que estábamos a lunes, mi mente quería traer el verde cálido, pero en su lugar la fuerza juguetona de los martes irrumpía haciéndome sentir inquieta y a la vez intrigada, no sabía a qué se debía ese agradable e inusual cambio en el recién estrenado lunes.

En casa, mientras desayunaba y aseaba mi cuerpo adormecido, podía controlar la fuerza de mi querido rojo martes, pero una vez fuera, en la calle, mientras esperaba al autobús, mis pensamientos volaban a zonas desconocidas y misteriosas, sentía que algo dirigía las secuencias que pasaban por mi mente, me mostraba un rostro sereno y desconocido para mi, con una voz dulce y templada que susurraba mi nombre, acariciaba mi piel y rozaba mis labios haciendo que estos emularan un beso, mi cuerpo respondía a caricias invisibles que me hacían sentir desnuda en plena calle ante la mirada de la gente.

Como  una autómata  iba realizando movimientos rutinarios aprendidos día tras día,  nunca antes fui tan consciente de lo robotizados que estamos, de cómo la mayoría de nuestros actos no son sino simples repeticiones que escapan a nuestro verdadero control, como pasamos por las horas inventadas de un reloj que nos marca la agonizante perdida de  un tiempo inmortal. Nunca antes fui tan consciente de la gran mentira en la que nos encerramos.

De pronto, la voz dulce y templada se dirigió a mi haciendo unas extrañas preguntas, "¿Acaso no me pediste que viniera?,  ¿Porqué pones tanta  resistencia a sentirme?, ¿Porqué no quieres abrir los ojos y reconocerme?". ¡Estaba  despierta!, estaba en la calle, yendo al trabajo, me chocaba como siempre con ciento de personas adormecidas en el metro, con caras serias y grises, ese color por cierto, nunca entro en mis días, nunca le di paso. ¿Cómo que tenía que abrir los ojos, a quien tenía que reconocer?

La mañana transcurría lenta y a la vez con la sensación de estar precipitándome a una parte de mi misma que durante mucho tiempo ignore de su existencia. El trabajo se realizaba prácticamente solo, mis compañeros no apreciaron nada raro en mí, pero yo si en ellos. Veía sus rostros dormidos, sus voces muertas en un mar de silencio que no transmitía la vida que poseían. ¿Era yo una más de estos seres etiquetados y dormidos que ambulaban día tras día por la ciudad? ¿En qué momento se nos olvido ser felices?  ¿Donde habíamos aparcado nuestras vidas, donde nuestros sueños?

Volviendo a casa, buscaba dentro de mí el orden que hasta el día anterior me había servido, no estaba, mí interior era una marea de preguntas sin respuestas, la voz templada que me sustento toda la mañana desapareció a fuerza de negarla, y fue duro sentir que su ausencia abrió un agujero en mi interior que anteriormente no sentí nunca. Anhelaba la calidez de mis lunes, con sus acogedores brazos verde cálido.

Una vez en casa, después de una ducha reparadora, me detuve a sentir, me permití de nuevo traer a mí su cálida y templada voz, su angelical rostro. Cerré los ojos y fue cuando pude verlo.
Se mostraba a mí libre, sin forma, pero podía sentirle como algo definido, sería por su belleza, o por el Amor que transmitía su voz, realmente estaba ante mí  lo que tantas veces había pedido. El tiempo no existía, pude ser testigo de la gran inmensidad en la que estamos, de la que formamos parte, de lo que somos. Nos fundimos en un todo que no preciso de nombre, sentimos la unión de todos los seres que día tras día ambulamos sin sentido, sin consciencia de lo que somos realmente y pude ser todo y nada a la vez, no había deseo, no había ausencia, ni culpa, ni pena, ni dolor, solo la gran inmensidad del Amor, de ese sentimiento que confundimos tantas y tantas veces. Me atreví a reconocerle, a reconocerme.

Después de ese momento, de ese breve instante en que la eternidad se mostró ante mí y en mí, el color de mis días se transformaba a merced de un inmenso aroma de paz y calma instalado desde entonces. No me hizo falta etiquetar más los días previamente antes de su llegada, como tampoco etiquetaba o juzgaba lo que acontecía ante mí, me permitía vivir libremente sin dar nombre a lo innombrable, sin analizar todos los actos que protagonizaba, sentía  o veía.  Respetaba cada situación como la única, no había un podía, debería... todo era, sencillamente ocurría y era aceptado.

Relato enviado por Piedad  
Gracias Piedad  por enviar tu relato ;)

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