21 diciembre 2011

'EL CAMINO EQUIVOCADO' de Tahis


EL CAMINO EQUIVOCADO

Suena el despertador. Un día más. Un puñetero día más de la triste vida de Lucía. Lucía era una chica extravagante y complicada, no había nadie en el mundo más antipática que ella. Pero un día, un día que pintaba ser tan aburrido y gris como todos los demás, conoció a Martín.

Martín-Tintín, como ella lo llamaba por ser rubio de ojos claros y tener una especie de tupé en la cabeza, era un chico encantador. Era buen estudiante, de familia adinerada y con un futuro prometedor.

El día en el que estas dos personas se cruzaron, algo muy gordo pasó. Martín acabó en la cárcel y Lucía en el hospital. Y todo por culpa de Alex, un chico muy parecido a Lucía en cuanto a carácter. Alex estaba metido en el mundo de las drogas y había metido a Lucía, la cual se dejó manejar como un títere por su querido novio. Esa noche había una fiesta en la ciudad y Alex estaba allí con Lucía comprando algo de droga a un grupo de chicos y chicas menores de edad. Lucía se había hartado y aburrida se separó del grupo y comenzó a caminar. Iba tan borracha que no vio al pobre Martín que se cruzó en su camino ajeno a lo que estaba a punto de pasar. Alex vio a su novia a lo lejos hablando con Martín y el grupo de chicos que le vendía drogas se esfumó pensando que la chica se había ido de la lengua y que Martín era de la secreta.
Me acabas de joder el negocio, zorra - dijo Alex mientras miraba con odio a su “querida” chica.
Menudo negocio ese y yo no hice nada, solo me fui de allí porque no me gustaba esa gente – dijo Lucía mientras se miraba los pies y dejaba que su cuerpo se moviera de un lado a otro por los efectos del alcohol.
¿Y tú donde vas? – le dijo Alex a Martín que comenzaba a alejarse con disimulo.
A mi casa – contestó asustado Martín.
Anda, con que el niño rico se va a casa, ¿eh? – dijo en tono amenazante Alex – Pues eso será sin un duro en los bolsillos. ¡Vamos! Me jodiste el negocio, ahora quiero una recompensa…
No tengo nada encima – concluyó Martín antes de salir corriendo de allí al ver la navaja que Alex acababa de sacar.
Tranquilo, que este regalo no es para ti – dijo Alex mientras clavaba la navaja en el vientre de Lucía.

Alex se fue corriendo sin mirar atrás y Martín volvió para ayudar a Lucía. Ella estaba bocabajo y un charco de sangre iba creciendo poco a poco bajo su cuerpo. Gritó ayuda desesperado y Alex rió a lo lejos al escucharlo. Lucía pudo abrir los ojos y solo dijo: “Siento haberte metido en esto” y luego se desmayó.

La ambulancia tardó unos 10 minutos en llegar, puesto que no estaba muy lejos de allí atendiendo a un chico que se había roto una pierna al correr borracho. Se la llevaron a Urgencias y Martín decidió acompañarla, pues se sentía responsable de Lucía, ya que si él hubiera ido más pendiente en la calle no hubiera tropezado con ella y ella no hubiera tenido que disculparse, Alex no se hubiera enfadado y ahora estarían los dos drogándose en cualquier baño y él… él ya hubiera llegado a casa.

En la ambulancia Lucía despertó y alguien le preguntó quién la había apuñalado. Lucía, sin quererlo señaló al pobre Martín.

Ella lo que quería era que Martín se acercara para disculparse de nuevo con él, pero no inculparle. Al llegar a Urgencias, un agente de la policía se llevó detenido a Martín, y Lucía fue operada hasta bien entrada la madrugada.

La familia de Lucía ya estaba acostumbrada a ir a visitarla al hospital, pero siempre por temas de drogas y alcohol, nunca por algo así. Se asustaron mucho y enseguida culparon a Alex, porque sabían que era el novio de Lucía y porque sabían que él estaba metido en problemas con gente que no es de fiar.

Al mediodía Lucía despertó con mucha hambre. Buen síntoma. Comió y se durmió para volverse a despertar pidiendo más comida. Su familia la pudo visitar por la tarde y la Policía que esperaba ansiosa preguntarle todo lo ocurrido a Lucía, entró en la habitación.

Preguntas y más preguntas después Lucía terminó de aclarar el malentendido que hubo en la ambulancia. Martín estuvo libre al fin, pero recibió una llamada del hospital. Era Lucía, quería verle. Había conseguido su número gracias a la Policía y ellos mismos, después de disculparse ante la familia de Martín, decidieron acompañarlo a visitar a Lucía.
Lo siento. En la ambulancia te señalé porque quería hablar contigo, no quise culparte.
Bueno, ya da igual. Me alegro de que estés bien. Se te ve mucho mejor.
Me imagino que ahora pesaré dos kilos más que anoche, con todo lo que he comido.
Eso es bueno.
Lo sé, pero de nuevo me gustaría disculparme contigo.
Tranquila, en serio. Estoy bien. Si necesitas algo, ya sabes…
En realidad sí.
¿Qué?
Quiero cambiar.
¿A qué te refieres?
Quiero dejar las drogas y la mala vida. Necesito a alguien a mi lado que me ayude, mi familia ya está cansada, llevo diciendo esto mucho tiempo.
Y no creerán que esta vez sea verdad.
Exacto.
Te ayudaré.

Efectivamente, la familia de Lucía no creyó en ella, pero Martín sí. Poco a poco su amistad comenzó a ser más fuerte y las visitas eran diarias. Meses más tarde, Lucía salió del centro de desintoxicación y Martín decidió declararse. Una bonita amistad que surgió de una horrible noche y un noviazgo dulce que convirtió a una drogadicta rebelde y sin futuro en una chica dulce y brillante.

Un día, Martín decidió presentar a Lucía como su novia delante de toda su familia. La madre de Martín, Pilar, no aceptó a esta chica como nuera y le recordaba a cada momento su pasado como drogadicta y la noche en el calabozo que su hijo pasó por su culpa. El padre, Armando, tampoco aprobaba la relación, decía que años de sudor y lágrimas trabajando para procurarle a Martín un buen futuro no había dado sus frutos, pues él se había ido con la primera que encontró. Por el contrario, Cata, la hermana de Martín, era un encanto con Lucía y era la única que la trataba bien.

Lucía estaba cansada de sus suegros y prefirió no visitar a Martín en su casa nunca más. Pero esa medida no fue suficiente, a su casa llegaban cartas que le decían a Lucía que se alejara de Martín por el bien de todos. Una familia rica emparentada con una chica de barrio, sin estudios, ex drogadicta y con un novio que intentó asesinarla. Debían tomar más medidas contra Lucía si querían separarla de Martín. Y Lucía cansada de la situación y lejos de querer dejar a su salvador, a su Martín-Tintín, se presentó en casa de Pilar y habló con ella. Intentó convencerla de que había cambiado, pero nada funcionó, se rieron de ella y tuvo que irse de allí con el cuerpo temblando de la rabia contenida que tenía. Al marcharse, Lucía pudo escuchar como Cata la criticaba con su madre y se reía de ella. Nadie la quería en esa casa, pensó.

No hacía ni un mes que había comenzado a ser novia de Martín y ya recibía amenazas serias por parte de su “familia” política. Lucía estaba sola, no quería contárselo a Martín y menos a su familia que pensaría que hasta para conseguir novio era una fracasada. Así que se lo calló y sin nadie que la aconsejara nunca supo que esas amenazas eran denunciables y lo único que hizo fue destruirlas y seguir con su vida… y con Martín.

Parecía una buena familia, de fiar, pensó Lucía el día en el que se encontró cara a cara con Pilar, Armando y Cata en su propia casa. Estaba cansada de todo y de todos y Martín, su querido Martín encontraría fácilmente a otra chica más adecuada para él si ella le dejaba.

Así fue, llegó el día y Lucía se decidió a dejar a Martín. Las amenazas cesaron y pudo rehacer su vida de nuevo, pero se sentía vacía, triste y sola. Salió de casa a tomar aire y allí estaba él, Alex.

Pelearon, discutieron, hubo mucho ruido, pero nadie la ayudó ni llamó a la Policía. Y Alex armado de nuevo con su navaja se acercó a Lucía con intención de matarla. Pero lo que no sabía ninguno de los dos era que Martín, despechado y dolido seguía visitando los alrededores de la casa de Lucía esperando que ella saliese para hablar. Esta vez pudo intervenir antes de que Alex clavara su navaja en ella. Lucía aprovechó el despiste de Alex y se metió en casa para llamar a la Policía. Pero Alex había ido a matar y no se iba a quedar con las ganas y Martín por mucho que corrió no logró escapar a alguien que llevaba muchos años corriendo para no ser pillado por la Policía en sus “fiestas”.

Cuando Lucía, después de llamar a la Policía y de coger el cuchillo más grande que encontró en la cocina, salió de su casa para matar, o al menos, asustar, a Alex y se encontró con Martín desangrado en una esquina. Esta vez, Alex se había asegurado de matar a su víctima y Martín ya no respiraba.

Llorando y gritando, la pobre Lucía dejó caer el cuchillo al lado de Martín, el cual se llenó de la sangre que formaba un charco a su alrededor. La Policía y la ambulancia llegaron y las cosas fueron como el primer día que Martín y ella se conocieron, solo que esta vez Lucía acabó presa y Martín en el cementerio.

El cuchillo de Lucía no coincidió con las puñaladas que tenía Martín, pero para la familia de él, la culpable de todo había sido Lucía.

Dos días más tarde del entierro de Martín y cumpliendo su amenaza Pilar cogió la vieja escopeta de caza de Armando y le disparó a Lucía en la cabeza que cayó al suelo, ya muerta. Nadie sospechó de ella, la misma Lucía había eliminado las únicas pruebas: las cartas.




Relato enviado por Tahis
Gracias Tahis por enviar tu relato ;)
Blog de Tahis : http://www.loca-entre-cuerdos.blogspot.com

1 comentario:

Arturo dijo...

Tahis:
El cuento está bien redactado, el argumento suena como bastante creíble, no tanto en aquello relativo a la rehabilitación casi instantánea de una adicta. Aclaro que el género no es de mi agrado, las historias truculentas no me atraen. En general es demasiado negro todo el ambiente. Quizás la parte luminosa del cuento es poco remarcada, muy ensombrecida por un ambiente agobiante de maldad, indiferencia y egoísmo de los personajes.
No obstante, es un buen intento. Se le podría enfatizar la felicidad de los momentos de amor de la pareja, pese a los obstáculos, de modo de hacer más tajante el desenlace. En fin, son solo opiniones desinteresadas; un cuento siempre es pasible a ser modificado por su creador y lo peor que puede pasarle al escritor es que no tener ninguna crítica constructiva, u oir simples halagos de compromiso.
A perseverar, entonces.
Con todo afecto.
Arturo.