21 abril 2018

'Girasoles' de Inés Navarro

'Girasoles' de Inés Navarro

Mis padres murieron con tres meses de diferencia por sobredosis de droga cuando tan solo tenía seis años.
Crecí sola en el “malaise des banlieues” (malestar del extrarradio) de París. Este término hace referencia a los barrios marginales habitados por obreros pobres, como lo fueron mis padres.
Mi infancia no fue fácil. Todos los días tenía que mendigar, rebuscar entre la basura y dormir bajo cartones.
Por desgracia, perdí la virginidad con tan solo once años por una violación. Ojalá hubiese sido solo una.
Con dieciséis años pasé una terrible gripe que casi me mata. Iba deambulando por el centro de París con una fiebre tan fuerte que me hacía delirar. Caí desplomada delante de “L'église de la Madeleine” (La iglesia de la Madeleine) cuando apareció la monja Amelie que me llevó a su convento y me dio un baño con hielo para bajarme la fiebre. Tras curarme con su cuidado, Amelie se convirtió en la madre que nunca tuve. Ella me enseñó a leer, a escribir, a hacer cálculos y lo más importante, me enseñó valores que no tenía.
Se acabó lo de mendigar y dormir en la calle. Por fin tenía un hogar y una gran familia formaba por todas las monjas del convento.
Francisque era la más mayor de todas, pero, la que más sabía de moda. Me enseñó a coser y a bordar mientras que Ivette, me enseñó a cocinar y a hacer repostería. Yo no quería saber hacer solo eso ya que era una chiquilla muy curiosa y a la que le gustaba aprender, pero, las monjas no me apoyaban mucho en ese aspecto. Ellas tenían una vida más sencilla y dedicada únicamente a Dios. Claramente, no me apetecía acabar de esa forma.

Cuando cumplí la mayoría de edad me prepararon todo el convento una fiesta sorpresa increíble, pero, me di cuenta que no había nadie de mi edad. No tenía ningún amigo ni amiga. Eso me hizo estar triste, aunque, no duró mucho ese sentimiento. Era muy dispuesta y salí en búsqueda de ellos.
Iba todas las tardes al “Jardín des Tuileries” (Jardin de Tuileries) a pasear y desconectar de la rutina aburrida del convento. Un día choqué con un muchacho cargado de una guitarra al hombro.
-Discúlpeme por mi descuido._Le dije mientras me agachaba para recogerle la libreta de partituras del suelo.
-No te preocupes, también ha sido mi culpa. Andaba despistado. _ Me dijo sin levantar la vista de la libreta.

Seguidamente, hubo contacto visual y comenzamos a reír. Estuvimos hablando de lo maravilloso que era el jardín y me dijo de quedar al día siguiente para tomarnos un café en Le Nemours, unas de las mejores cafeterías parisinas.

A los pocos pasos dados al marchar, se giró y me dijo: “Por cierto, me llamo Alex..”
No podía estar más feliz. Iba a quedar como una persona normal que toma un café con su amigo. Me faltó dar pequeños brincos de emoción mientras volvía al convento.
Al llegar, se lo conté rápidamente a Amelie. Noté que no se alegró tanto como yo.
Ella me dijo: “Los hombre no son buenos. Se aprovechan de las mujeres y les hacen daño.” Sabía perfectamente cómo se comportaban algunos hombres, pero, no todos son iguales. Alex se le veía en la mirada que era buena persona.
No me equivoqué. La quedada fue genial. Me divertí mucho y hasta me tocó un poco la guitarra. Nos estuvimos viendo con frecuencia y me presentó a su grupo de amigos. Con el tiempo, me incorporé para formar parte de él. Estaba encantada de tener un grupo en el que me sentía tan acogida y querida.
Unos meses después de conocer a mi primer amigo, encontré un trabajo como florista en la calle Saint Honoré, la misma en la que estaba la cafetería. Me pagaban bien y no podía tener más ganas de alquilar un piso para alejarme un poco de la vida tan devota de las monjas.
Un viernes, mi vida cambió mientras estaba en la floristería haciendo un ramo de girasoles, mi flor favorita. Entró Alex con una chica y dijo: “Te presento a mi hermana Alicia. Quiere un centro de mesa para su vigésimo cumpleaños.”
Se me paró el tiempo cuando contemplé sus ojos verdes oliva, su nariz proporcionada y su sonrisa mejor que la de Julia Roberts.
-Me gustaría un centro de mesa con tulipanes rosas. _Me dijo con sonrisa de oreja a oreja.
-Sí, claro. ¿Para cuándo te hace falta?
-Para esta noche.
-Me tendré que dar prisa entonces. Lo intentaré tener hecho en una hora.

Le enseñé los tulipanes que utilizaría y después de charlar un rato, les acompañé hacia la puerta. Sentí aquello a lo que le llaman “papillons dans l'estomac” (mariposas en el estómago), algo totalmente nuevo para mí.
A la hora volvieron a pasar y allí estaba, listo para decorar una mesa.
Por la cara que se les quedó, supe que les encantó. Hice el mejor centro de mesa hasta el entonces hecho. Quería causar a Alicia buena impresión. Tras recibir sus felicitaciones, me invitó a su fiesta de cumpleaños. Alex también quería que fuera para hacerle compañía y me sabía mal decirle que no. Acabó la conversación diciéndome: “A las nueve y media paso a recogerte en la puerta del convento.”
Me puse una falda negra hasta las rodillas, una camiseta marinera, una chaqueta y no me olvidé de ponerme mi boina. Alex me estaba esperando con su Peugeot 205.

La cena estuvo genial. Había buen ambiente y buena música. Después de tomarnos unas copas, fui a recoger mi chaqueta para salir al jardín a fumarme un cigarro. No me dio tiempo a colocármela bien cuando Alicia cerró la puerta de la habitación y comenzó a besarme. Me agarró del culo y me sentó en el escritorio. Mi corazón latía a mil por hora. Cada beso, cada acaricia y cada susurro en el oído se me hicieron muy intensos. Lo peor fue cuando abrió la puerta Alex. Nos quedamos los tres paralizados sin decir nada. Alicia rompió el silencio diciendo: “Acéptalo. Nos gustamos.”
Le costó reconocerlo. Su hermana me dijo que le gustaba a su hermano, haciéndolo todo más vergonzoso.
A la semana se tranquilizó todo un poco y se lo conté a Amelie. Su reacción fue horrible. Se avergonzó de mí y me dijo: “Yo nunca te enseñé eso. Arderás en el infierno y ahora vete del convento.” Ella me enseñó a querer a las personas y yo quería a Alicia, pero, era incapaz de entender que estuviera con una chica.
Aún no me lo creía. Me abandonó la persona que me salvó y me dio el amor de una madre. Desde ese día no supe nada de Amelie.
Me fui llorando a casa de Alicia. Ella me dijo que me quedase con ella a vivir y comenzáramos una relación como una pareja normal. Las dos juntas formamos una familia.
Diez años después apareció la monja Ivette en mi floristería. Me dio la mala noticia de la muerte de Amelie por una neumonía y me dijo que sus últimas palabras fueron: “Perdóname Juliette. Te quiero.” Rompí a llorar inmediatamente y cerré la floristería para poder ir al entierro.
A las seis de la tarde salió el coche fúnebre dirección al Campo Santo. Me acompañó mi pareja Alicia y mis dos hijas que adoptamos. Ellas eran huérfanas como yo. Les quise dar un hogar y dos madres maravillosas.
Cuando acabó el cura de dar el discurso del funeral, le dejé un ramo de girasoles preciosos encima del ataúd. Y le dije: “Te perdono Amelie y te doy las gracias por haberme criado. Te quiero.”
Tenía muchas cosas que agradecerle y me hubiese gustado decírselas en vida, pero, la muerte llega a su hora y no tiene la culpa de nada.
Actualmente trabajo en mi propia floristería Los Girasoles, Alicia trabaja en una tienda de ropa y mis dos hijas guapísimas están acabando el colegio.

Quería acabar diciendo que no importa si amas a alguien del mismo sexo. Es totalmente normal porque somos personas. No te tiene que afectar la presión de la sociedad. Tú puedes amar a quien quieras y sigues siendo igual que los demás. No te sientas un bicho raro.

Relato enviado por Inés Navarro
Gracias Inés por enviar tu relato ;)

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