02 febrero 2014

'Dos palabras' de Israel Martínez

'Dos palabras' de Israel Martínez

Cuando Seilou despertó se quedó un rato tumbado en la cama mirando al techo fijamente pensando, hoy iba a ser el día más importante desde que llegó a España desde su Gambia natal hace ya más de ocho años, iba a ser el día más importante de toda su vida; se levantó, se duchó, y se quedó delante del espejo mirándolo atentamente, en silencio, solamente pronunció dos palabras, dos palabras que repitió varias veces, las dos palabras que cambiarían su vida para siembre.
María salió de la oficina de inmigración donde trabajaba, en realidad, estaba realizando unas prácticas, remuneradas, pero prácticas al fin y al cabo, sólo que le gustaba considerarlas como un trabajo normal y bien pagado para no cabrearse. Hacía algunos meses que había terminado en Madrid un máster titulado Cooperación al Desarrollo, aunque las prácticas las estaba realizando en Alicante, pues le surgió la oportunidad y no quiso desaprovecharla, allí contaba con algunos buenos amigos con los que convivió aquel inolvidable verano en las Azores. Cuando terminase el periodo de prácticas deseaba volver a Madrid y montar una consultora de formación e investigación con sus   compañeros de máster, de hecho, ya habían comenzado con los  trámites, pero la lentitud de la burocracia española es algo capaz de agotar la paciencia a cualquiera. Finalmente, llegó a casa, se dio una ducha, y se tumbó en la cama para reflexionar, llevaba varios días dándole vueltas a la cabeza, intentado analizar todos los aspectos posibles para tomar la decisión correcta, pero, ¿cuál es la decisión correcta?, ¿cómo se puede medir una decisión sin conocer las consecuencias que pueden llegar a producirse?, entonces, ¿quiere eso decir qué todas las decisiones son correctas en sí mismas?, de ser así, ¿entonces no importa qué decisión se tome pues siempre será la correcta?, hasta que, obviamente, el tiempo te quite la razón y te demuestre que te equivocaste.
María era una chica bastante liberal en cuanto a sentimientos se refiere, aunque había tenido relaciones de cierta duración, le agobiaba un poco eso de vivir en pareja, le incomodaba compartir su espacio vital, pero esto era distinto, era mucho más que una simple relación de pareja, de compartir piso o ducha, era su propia filosofía de vida, lo que sentía por ese chico, ¿era real?, o por el contrario, ¿estaba siendo traicionada por ese exótico misterio embriagador que producen otras culturas diferentes a la nuestra?, lo cierto es que esto parecía algo diferente, era una sensación que no había tenido en sus otras relaciones anteriores, ¿estaría dispuesta a llegar hasta el final con todas las consecuencias? Dos palabras, sólo dos palabras pueden cambiar el rumbo de una vida.
Seilou se vistió, se puso sus mejores galas, y se miró una última vez en el espejo, esbozó una amplia sonrisa al verse, la verdad es que no podía ocultar su felicidad, ni mucho menos sus nervios, tan solo esperaba que llegara la hora y que todo saliera bien. En esos momentos le vino a la cabeza la imagen de su madre y de su familia, los echaba mucho de menos, sobre todo a ella, pensó en los difíciles momentos que vivió en su pueblo, pues allí la vida era muy dura, dejar a todos atrás para adentrarse en lo desconocido, pero, pese a todo, Gambia era diferente, hay algo allí que te embauca, algo de lo que carece occidente, «África te cambia la vida», solía decir. Siguió pensando en su madre e imaginó lo orgullosa que se sentiría si pudiera ver a su hijo en ese momento, ojala pudiera ir pronto a verla, mientras tanto tenía que conformarse con evocar sus recuerdos, lo que era seguro era que le mandaría las fotos, junto con algo de dinero, tan pronto como pudiese, y le contaría lo sucedido, hasta el más mínimo detalle. Finalmente salió del piso en el que vivía junto a otros compañeros, también africanos, que había conocido hace un par de años trabajando en la vendimia, bajó a la calle y fue a encontrarse con su destino sin dejar de pensar en esas dos palabras.
María, tras largas noches de profunda meditación, llegó a la conclusión de que debía que aceptar la propuesta, era una cuestión de coherencia consigo misma, y, al mismo tiempo, una muestra de coherencia y respeto hacía él, al fin y al cabo, ¿no estaba enamorada?, si no lo hacía por amor, entonces, qué sentido tenía todo; siempre procuraba ser fiel a sus principios, hacer las cosas que realmente quería hacer, que consideraba justas, que le salían de dentro, jamás haría cosas de las que renegara sólo por interés, despreciaba a quienes lo hacían, aunque, afortunadamente, no había conocido a nadie cercano en su vida que tuviera tales actitudes, renegaba del dinero por el dinero, nunca le interesó la ostentación.
Cuando le comunicó su decisión se sintió aliviada, liberada de la carga que había llevado los últimos días, él la miró con una expresión que María recordaría mientras viviese, su rostro era felicidad, sus ojos reflejaban todos los duros momentos que había atravesado a lo largo de su vida en una mirada de profundo agradecimiento absolutamente conmovedora y escalofriante, ella también le sonrió feliz por la decisión que había tomado, convencida de que ésa era la decisión correcta y que el paso de los años no haría otra cosa sino confirmárselo, no le importaba tener que  renunciar a alguno de sus principios más arraigados, era una situación especial por la que merecía la pena una pequeña concesión, y se fundieron en un abrazo durante el cual los relojes se pararon y la tierra dejó de girar; al fin y al cabo son tan solo dos palabras.
Seilou llegó al lugar media hora antes de la hora estipulada, cuando se encontró frente a frente ante aquel edificio el corazón se le subió a la garganta, observó detenidamente su arquitectura, aún no podía creérselo, jamás pensó que algo así pudiera llegar a pasarle; finalmente, subió los siete escalones que iban de la calle a la entrada, antes de entrar al edificio se giró y echó una última mirada rápida a su alrededor, como esperando despertarse y volver a la realidad, finalmente, respiró hondo, abrió la puerta, y subió a la primera planta, donde le habían dicho que se presentase, se sentó y esperó a que llegará el momento; mientras, en su cabeza, resonaban dos palabras.
María se despertó un tanto sorprendida por lo bien que había dormido esa noche, la verdad es que no se lo esperaba, hoy era el gran día, al fin había llegado. Se duchó y se tomó el desayuno, sentía una extraña mezcla de tranquilidad nerviosa, pero eso no le impidió desayunar de manera contundente, tras lavarse los dientes comenzó a prepararse, no quería que se le hiciera tarde en un día tan importante, se maquilló a conciencia, algo que no solía hacer muy a menudo, y se puso el vestido que se había comprado para la ocasión. Al contrario que otras muchas mujeres, María no era una gran entusiasta de eso que llaman ir de compras, de hecho, solía sentirse un tanto agobiada en las tiendas, pero tampoco era cuestión de ir con unos vaqueros, «si lo haces, hazlo bien», se decía; era un vestido más bien sencillo, color azul celeste, no muy escotado, pero le gustaba mucho como le quedaba, cuando finalmente estuvo lista cogió su bolso y se marchó, ya en la calle miró el reloj, iba con el tiempo justo, más bien tarde, como siempre.
Cuando Seilou la vio entrar enfundada en ese vestido azul celeste se quedó impresionado, jamás la había visto tan guapa, casi parecía otra, «hasta lleva tacones», exclamó para sus adentros, se levantó de la silla y le dio dos besos, «estás radiante», le dijo, ella se puso un poco colorada, sabía por propia experiencia que a Seilou le costaba un mundo decir piropos a una chica, era una persona un tanto reservada, de esas a las que le cuesta abrirse a la gente, todavía no se sentía como uno más plenamente integrado pese a llevar ocho años aquí, sentía que en la fiesta era un invitado de compromiso; ella le respondió «tú tampoco estás nada mal con ese traje», se lo dijo con intención de replicar el halago, aunque ella misma se daba cuenta de que el piropo, aunque cierto y sentido, quedaba algo descafeinado, pues había sido ella misma quien le había ayudado a escoger el traje, pero María tampoco era muy buena con los halagos. La verdad es que Seilou gozaba de muy buena planta, era un chico guapo, más bien alto, pero no excesivamente corpulento, se podría decir que físicamente era lo más parecido al tipo de chico ideal que más atraía a María, quien detestaba abiertamente los cuerpos esculpidos a golpe de gimnasio, los aborrecía.
Finalmente, llegó el momento, el teniente alcalde los invitó a entrar al salón donde suelen oficiarse estos actos, iba a ser una ceremonia bastante discreta, apenas había unos pocos familiares y algunas  pocas amigas de ella, tan sólo las más allegadas, allí estaban los dos, puestos en disposición, dos palabras, en ese momento Seilou tuvo un fugaz pensamiento donde recordó toda la gente que lo había ayudado cuando llegó a España, a los que le dieron algún trabajo, algún techo, a todas las ONG, centros de acogida, etc., que le prestaron sus servicios a cambio de nada, pensó en la suerte que había tenido y en los que no la han tenido que, en realidad ,son casi todos, pensó en el momento en el que conoció a María, sentada tras esa mesa en aquella oficina de Alicante, pero, sobre todo, pensó de nuevo en su madre. Por su parte, María pensaba en las ironías de la vida y el destino, un destino en el que, por supuesto, no creía, ella que siempre había renegado de las bodas, a las que considera poco más que un protocolo absurdo e innecesario, el mejor extintor posible para apagar la llama del amor, y allí estaba ella, dispuesta a pronunciar esas dos palabras, dos palabras que juró nunca iba a pronunciar, «al menos», pensó para reconfortarse un poco, «no estoy de blanco subida en un altar».
Dos palabras, toda una vida en dos palabras, pocas veces algo tan escaso, tan breve, puede tener tanta relevancia, dos palabras: «sí, quiero», dos palabras: «sí, quiero», y Seilou besó a la novia, ya lo había hecho otras veces, pero esta vez era diferente, este beso era especial, ya no la besaba pensando que podría ser el último beso, pensando que en cualquier momento lo podrían detener y deportar de nuevo a Gambia, esta vez la besaba como la hubiera besado cualquier otro ciudadano español, sólo que él lo hizo mucho más apasionadamente de lo que lo hubiera hecho cualquier otro ciudadano español, finalmente, tras muchos años de angustias ya podía disponer de papeles de residencia y ser un ciudadano español de pleno derecho, pero lo mejor de todo, era que podía estar con la chica más maravillosa del universo por siempre jamás, el resto… era secundario.
Su madre se sentirá orgullosa.


Relato enviado por Israel Martínez
Gracias Israel por enviar tu relato ;)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me ha encantado el relato. Las dos visiones de un mismo hecho, las concesiones y las esperanzas de una vida por un lado en común y por otro lado libre de persecuciones. La realidad injusta de ser un ser humano ilegal... Me ha gustado, gracias.