20 febrero 2012

'EL BERGANTÍN VARADO' de Antonio Rodríguez


La silueta de un   bergantín varado, rompe la raya de espuma que blanquea la  arena a lo largo de la costa. En el  claroscuro del atardecer un horizonte calmo le acaricia los costados. Es una figura fantasmal  y rechina levemente al embate de las olas.
Solo el viejo pecio escapa al paisaje de una playa casi infinita. Tiene el esternón partido por el mar. Como un cadáver boca arriba, las costillas negras de brea  perfilan  siluetas afiladas que cortan el rojo del ocaso. La proa  esta enterrada en la línea que separa el mundo del agua y el de las tierras solitarias.
A sus pies y casi en el aire, un timón de roble con herrumbrosos remaches repite un lamento incesante .Es la canción eterna que provocan las ondas de agua moviéndolo de derecha e izquierda, de izquierda a derecha..
Pasa el océano por las bodegas  despacio y acariciante. Tres ventanucos de cuadernas rotas filtran la luz hasta las entrañas y donde antes olía a pez y alquitrán ahora  solo  duermen  la espuma y el líquido   verde con  aroma  de  salitre.
Un cangrejo sube del agua y otro baja  por la cadena del ancla.
El palo de mesana rasga  al cielo como el brazo fino y seco de un cadáver. Arriba del todo taladra el éter, porque quiere juntarse con las primeras estrellas. Un poco mas abajo  de la punta, cimbrea un jirón de vela que baila  incesante una canción con el viento del Este. Si la ráfaga es un poco mayor, el trapo tirita ante su fuerza y cuando el aire  amansa se desploma exhausto rozando la madera  en busca de una caricia.
La langosta saca sus antenas por el sollado de popa bajo el agua.  El último rayo de sol  que refulge  le toca en la verde coraza. Rápida se retira  a su cueva de madera. No es la hora .Ya llegará  la negra noche para nadar despacio en el silencio de la arena sumergida.
La cubierta tiene el  círculo de un timón oxidado y restos del  fanal que antaño alumbró la espuma  rugiente vertida  por las tormentas. Un cabo suelto, deshilachado, lo azota,  y el responde con quejido metálico  ante la ofensa. De vez en cuando es capaz de retener  a la cuerda, que enrosca sus hilos  en la estructura de bronce. Los dos cantan a coro, uno silbante el fanal, otro ronco, el cabo.
Solo falta la figura de un capitán  fantasma, de gestos  cansados y mirada perdida gritando órdenes envejecidas por el ron. “¡!A sotavento!!”.Esqueletos de marineros con pañoletas rojas, mueven  el bergantín  por la noche. Salen por las escotas y se apresuran  con el aparejo dominando  las velas.
Sentado en las jarcias, un contramaestre de color azul juega al solitario con los dados. Su cuerpo, nebuloso como la bruma se difumina en la sombra y cuando gana, el cráneo amarillento ríe enseñándole un diente de oro a la luna.
Por un ojo de buey, las calaveras de  dos grumetes le hacen burlas  a las olas y si el mar les salpica  huyen  divertidos hacia las entrañas del buque. De repente el cuarto cañón de babor  retumba soltando una bala a las tinieblas. El fogonazo tiñe las velas  de blanco y con el resplandor toda la tripulación  empieza una vieja canción pirata. Tres viejos marinos  desdentados llevan el ritmo golpeando la borda con  sus manos de garfio.
En el castillo de popa un timonel de orbitas huecas mantiene el rumbo cantando y sueña que el barco se mueve rápido hacia el Cabo de  Hornos.
“!!Cazar la mayor!!”. “Tensar los obenques!!”. Todo oscila entre el crujir  de los palos. Arriba. Abajo. Retazos de mar y retazos de cielo estrellado. Arrecia el Levante y  el farol de bronce derrama en la noche una luz mortecina sobre las olas. Relatos de bucaneros escapan a la brisa con sórdido lamento. El barco rompe veloz  la negrura  creando nácar en el agua a golpes de quilla. Todo suave y  bronco. Todo tenso y todo suave.
Cuando la primera señal del sol define el horizonte, el  capitán ya duerme en un camarote recubierto de algas. Los marinos se escurren hacia el castillo de proa y  extienden sus jergones entre  caracolas.
El  bergantín  le  cuenta al viento  con voz de madera vieja  la singladura nocturna.
Una gaviota, expectante, lo   escucha  desde  el  cielo, parada  en los masteleros.


Relato enviado por Antonio Rodríguez
Gracias Antonio por enviar tu relato ;)

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