26 enero 2012

'Lenta agonía' de Dorfles

--Usted la conoció desde que eran niños y se enamoró de ella inmediatamente. Vivían en casas una enfrente de la otra, se veían en todo momento. Se criaron y jugaron juntos, compartían los mismos amigos.
--Sí, así fue siempre.
--Usted creyó que no era necesario decirle que la amaba pero lo hacía y para halagarla. El tiempo pasó, los dos crecieron, y el amor que sentía fue aumentando con los años. Cuando usted comenzó a estudiar su carrera ella, como todas las mujeres decentes de su pueblo, se quedó en casa a prepararse para ser una buena esposa, un ama de casa sabia y eficiente, una madre responsable y cariñosa, en fin todo lo necesario para el manejo de un hogar como debiera de ser. Por eso, en cuanto usted terminó sus estudios y se estableció la pidió en casamiento.
      --Sí, y fui el hombre más dichoso sobre la tierra cuando sus padres y ella misma me dieron el sí.
--Entonces se casaron y se fueron a vivir a una casita que los padres de usted les regalaron, como era costumbre en esos tiempos, y ahí comenzaron su envidiable vida matrimonial. Tuvieron un hijo, luego una niña y finalmente otro hijo. La felicidad y satisfacción de usted no tenía límites.
     --Yo era el ser más dichoso sobre la tierra, se lo confirmo.
--Poco después usted se dio cuenta que en su matrimonio ejemplar algo había y de lo cual no se había querido percatar. Su esposa a menudo lo humillaba delante de sus amigos pero usted lo tomaba como una broma, hasta que una vez, en una fiesta, ella se quitó un zapato y se lo aventó en el rostro. Igual que siempre, no hizo el menor caso pero un amigo que estaba junto a usted le hizo ver que eso era un insulto, una humillación, un mensaje de insatisfacción por parte de ella.
    --Yo la quería tanto, la amaba con locura, que jamás me ponía a pensar nada negativo que de ella viniera. Mi risa se apagó cuando ese amigo me hizo ver la realidad.
--A partir de entonces fue analizando cada uno de sus comportamientos, cada una de sus palabras y se dio cuenta que no sólo lo humillaba en público sino a solas en su hogar. Además de hacerlo sentir que lo asfixiaba con sus atenciones fingidas de excelente ama de casa. Desde ese momento usted no dejó de criticarla para sus adentros, de fisgonear cada paso que ella daba, de analizar cuanto le dijera.
    --Así me recomendó mi amigo que hiciera, para descorrer el velo que opacaba mis ojos, y la viera tal como era.
--Fue así que en su mente empezó a gestarse una sola idea, una idea firme que le hacía arder las venas. Hacerla desaparecer, quitarla de su camino, matarla. Estudió la manera en que pudiera hacerlo sin dejar huella, sin que apareciera usted como el culpable. Después de planearla por mucho tiempo decidió matarla de un balazo. Compró todo lo necesario, creó el ambiente propicio para la escena pero al último momento erró en su puntería, ella se movió y usted tuvo que esconder de inmediato el arma antes que se diera cuenta. Esto le sirvió para pensarlo mejor. De asesinarla su sufrimiento sería instantáneo y eso no era lo que usted quería. Su interés era hacerla sufrir lentamente, que su agonía fuera tortuosa y se diera cuenta del porqué lo había hecho usted.
     --Medité mejor otro plan y lo consideré el más adecuado. Abandonarla a su suerte, alejarla de mí que era tan dependiente en todo, humillarla ante la sociedad etiquetándola como una mujer abandonada, despreciada por su marido.
--Con el paso del tiempo supo que ella agonizaba en su soledad pero usted no se condolió, jamás fue a verla. Los hijos se habían casado y radicaban en otra ciudad, felices de haberse alejado de su protección que también los aniquilaba. Cuando supo que había muerto pronunciando su nombre y la palabra perdón, ¿qué hizo usted entonces?
    --Reí satisfecho. Me sentí reivindicado.


Relato enviado por Dorfles 
Gracias Dorfles por enviar tu relato ;)

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