'Pequeños caprichos' de Jon C
Yo me hallaba inmerso en uno de esos pequeños oasis dentro del desierto de la cotidianidad.
Así los llamo yo… Pequeños caprichos, los llama el resto del mundo. Uno de mis pequeños capricho consistía en salir a mi jardín con unas cuantas latas de cerveza, al finalizar la tarde justo en ese momento en el que la luz es tan extraña. Ni el naranja cálido de la puesta de sol, ni el negro azulado de la noche. El gran arquitecto del universo debió mirar su paleta y decir algo asi como: ” Coño….Entre el naranja cálido y el negro azulado…pondremos….pues…. Esta especie de gris impersonal, plano y sin contraste!! “
Pues era precisamente en ese lapso de tiempo impersonal y descontrastado cuando yo enterraba mis pies descalzos en el descuidado césped de mi jardín, fresco generalmente, porque minutos antes recibía un manguerazo de urgencia. Solía hundir mi culo en una destartalada hamaca, beberme la primera lata de dos tragos largos, y esperar con expectación la aparición de la primera estrella.
En esa feliz situación me hallaba este atardecer, cuando de pronto, una mariposa enorme pasó por delante de mí saliendo de la nada. Era increíblemente grande, tanto como las que acostumbramos a ver en esos infumables documentales de la 2 que hablan de bichos que nunca llegaremos a ver, que chupan nectar de flores que nunca llegaremos a ver, que pueblan selvas de países que nunca llegaremos a ver.
Pero lo increíble de aquella mariposa no era el tamaño. La mariposa era completamente negra, parecía la antesala de la noche que estaba a punto de llegar. Esas impresionantes alas enlutadas batían desacompasadamente, con esa especie de bailoteo frenético y tan poco grácil que caracteriza a todas las mariposas. Seguí su vuelo como hipnotizado., tratando de decidir si era una de las criaturas más bellas que había visto, o la más antinatural y macabra.
De pronto, , en uno de sus quiebros sin sentido, fue a meterse irresponsablemente en un zarzal que crece al fondo de mi jardín y que espera desde la noche (otra vez la noche) de los tiempos a que lo arranque de raiz como el resto del 90% de las malas hierbas que forman su vegetación.
La mariposa, seguramente consciente de lo peligroso de su situación, se quedó inquietamente paralizada. Algunas espinas del zarzal ya habían horadado sus enormes alas, que habían pasado del negro brillante de la seda, al más opaco y muerto del terciopelo. De algún modo era consciente de que el mínimo movimiento podría ser desastroso para ella., porque aquella especie de morbosa crucifixión se prolongó al menos durante dos minutos.
Yo no pude reprimir una curiosidad malsana y me sentí espectador de lujo de aquella función. Rememoré aquellos pasajes de mi tierna infancia en los que yo y mis amigos arrancábamos las alas a una mosca, hacíamos fumar a un sapo para ver cómo se inflaba, o apedreábamos gatos hasta reventarlos. Los pelillos de la nuca se nos erizaban y el escroto se nos tensaba como la piel de un tambor ante la emoción. Siempre pensé que algún psicólogo debería tener los cojones suficientes para definir al niño como la bestia que realmente (naturalmente) es, hasta que la sociedad, la religión o su propio afán de supervivencia le pule convenientemente y lo reconvierte en persona “normal”
El caso es que esta vez era diferente. Ciertamente establecí una especie de vínculo con aquella mariposa. Deseaba fervientemente que consiguiera salir de ese desafío al que su madre naturaleza le había enfrentado, con el menor daño posible. Entonces su madre decidió que ese juego ya había durado demasiado y actuó.
Una leve brisa que apenas arrancó un pequeño destello naranja de la punta de mi cigarrillo, comenzó a mover el zarzal suavemente. Ese pequeño vaivén en las ramas comenzó a desgajar las alas de la mariposa tiñendo aquí y allá las espinas de jirones negros. Esas pequeñas dagas actuaban sobre ella como un cuchillo de carnicero sobre papel de fumar. El zarzal la fue engullendo hacia su interior dejando un rastro negro, como goterones de sangre pastosa que colgaran obscenamente de un alambre de espinos.
Por fin la brisa se detuvo, y yo pude parpadear. No aparté la mirada de aquella zarza mientras me llevaba la segunda lata de cerveza a los labios. Un sentimiento de inquietud me hizo levantarme de la hamaca y acercarme muy lentamente. La sola imagen de esa pobre mariposa agonizando en algún recóndito recodo de ese arbusto me hacía sentir demasiado mal. Me agaché, saqué el mechero Bic que siempre llevaba en el bolsillo superior de la chaqueta, y prendí fuego al zarzal para librar a la mariposa de su tormento, y a mi mismo de la angustia de convertir mi pequeño capricho favorito en un patíbulo asqueroso que estaría condenado a ver todos los días a partir de aquel.
Pero no contaba con el jaque mate que la madre naturaleza tenía preparado. Al resplandor de la pequeña hoguera comenzaron a venir cientos de pequeños insectos salidos de todos los rincones de mi jardín. Al acercarse al fuego crepitaban en un fugaz instante antes de caer inmolados a las llamas. Mosquitos, moscas, polillas, que iban a reunirse en aquel infierno con la mariposa, atraídos por aquella fuente de luz tan inesperada a esas horas.
Aquello fue suficiente para mí. Me di media vuelta con el estomago revuelto y decidí dar por zanjado mi pequeño capricho de aquella noche, no fuera que se me ocurriese alguna otra genialidad y me fuese a la cama con muchas más muertes hurgandome la conciencia.
Relato enviado por Jon C.
Gracias Jon por enviar tu relato ;)
1 comentario:
Bonita historia. Os invito a leer las mias en https://fuentederelatos.wordpress.com/
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