Cuando Seilou despertó se
quedó un rato tumbado en la cama mirando al techo fijamente pensando, hoy iba a
ser el día más importante desde que llegó a España desde su Gambia natal hace ya
más de ocho años, iba a ser el día más importante de toda su vida; se levantó,
se duchó, y se quedó delante del espejo mirándolo atentamente, en silencio,
solamente pronunció dos palabras, dos palabras que repitió varias veces, las dos
palabras que cambiarían su vida para siembre.
María salió de la oficina
de inmigración donde trabajaba, en realidad, estaba realizando unas prácticas,
remuneradas, pero prácticas al fin y al cabo, sólo que le gustaba considerarlas
como un trabajo normal y bien pagado para no cabrearse. Hacía algunos meses que
había terminado en Madrid un máster titulado Cooperación al Desarrollo, aunque
las prácticas las estaba realizando en Alicante, pues le surgió la oportunidad
y no quiso desaprovecharla, allí contaba con algunos buenos amigos con los que
convivió aquel inolvidable verano en las Azores. Cuando terminase el periodo de
prácticas deseaba volver a Madrid y montar una consultora de formación e investigación
con sus compañeros de máster, de hecho, ya habían
comenzado con los trámites, pero la lentitud
de la burocracia española es algo capaz de agotar la paciencia a cualquiera.
Finalmente, llegó a casa, se dio una ducha, y se tumbó en la cama para reflexionar,
llevaba varios días dándole vueltas a la cabeza, intentado analizar todos los
aspectos posibles para tomar la decisión correcta, pero, ¿cuál es la decisión
correcta?, ¿cómo se puede medir una decisión sin conocer las consecuencias que
pueden llegar a producirse?, entonces, ¿quiere eso decir qué todas las
decisiones son correctas en sí mismas?, de ser así, ¿entonces no importa qué
decisión se tome pues siempre será la correcta?, hasta que, obviamente, el
tiempo te quite la razón y te demuestre que te equivocaste.
María era una chica bastante
liberal en cuanto a sentimientos se refiere, aunque había tenido relaciones de
cierta duración, le agobiaba un poco eso de vivir en pareja, le incomodaba
compartir su espacio vital, pero esto era distinto, era mucho más que una
simple relación de pareja, de compartir piso o ducha, era su propia filosofía
de vida, lo que sentía por ese chico, ¿era real?, o por el contrario, ¿estaba
siendo traicionada por ese exótico misterio embriagador que producen otras
culturas diferentes a la nuestra?, lo cierto es que esto parecía algo diferente,
era una sensación que no había tenido en sus otras relaciones anteriores, ¿estaría
dispuesta a llegar hasta el final con todas las consecuencias? Dos palabras,
sólo dos palabras pueden cambiar el rumbo de una vida.
Seilou se vistió, se puso
sus mejores galas, y se miró una última vez en el espejo, esbozó una amplia sonrisa
al verse, la verdad es que no podía ocultar su felicidad, ni mucho menos sus
nervios, tan solo esperaba que llegara la hora y que todo saliera bien. En esos
momentos le vino a la cabeza la imagen de su madre y de su familia, los echaba
mucho de menos, sobre todo a ella, pensó en los difíciles momentos que vivió en
su pueblo, pues allí la vida era muy dura, dejar a todos atrás para adentrarse
en lo desconocido, pero, pese a todo, Gambia era diferente, hay algo allí que
te embauca, algo de lo que carece occidente, «África te cambia la vida», solía
decir. Siguió pensando en su madre e imaginó lo orgullosa que se sentiría si
pudiera ver a su hijo en ese momento, ojala pudiera ir pronto a verla, mientras
tanto tenía que conformarse con evocar sus recuerdos, lo que era seguro era que
le mandaría las fotos, junto con algo de dinero, tan pronto como pudiese, y le
contaría lo sucedido, hasta el más mínimo detalle. Finalmente salió del piso en
el que vivía junto a otros compañeros, también africanos, que había conocido
hace un par de años trabajando en la vendimia, bajó a la calle y fue a
encontrarse con su destino sin dejar de pensar en esas dos palabras.
María, tras largas
noches de profunda meditación, llegó a la conclusión de que debía que aceptar
la propuesta, era una cuestión de coherencia consigo misma, y, al mismo tiempo,
una muestra de coherencia y respeto hacía él, al fin y al cabo, ¿no estaba enamorada?,
si no lo hacía por amor, entonces, qué sentido tenía todo; siempre procuraba
ser fiel a sus principios, hacer las cosas que realmente quería hacer, que
consideraba justas, que le salían de dentro, jamás haría cosas de las que
renegara sólo por interés, despreciaba a quienes lo hacían, aunque,
afortunadamente, no había conocido a nadie cercano en su vida que tuviera tales
actitudes, renegaba del dinero por el dinero, nunca le interesó la ostentación.
Cuando le comunicó su
decisión se sintió aliviada, liberada de la carga que había llevado los últimos
días, él la miró con una expresión que María recordaría mientras viviese, su
rostro era felicidad, sus ojos reflejaban todos los duros momentos que había
atravesado a lo largo de su vida en una mirada de profundo agradecimiento
absolutamente conmovedora y escalofriante, ella también le sonrió feliz por la
decisión que había tomado, convencida de que ésa era la decisión correcta y que
el paso de los años no haría otra cosa sino confirmárselo, no le importaba
tener que renunciar a alguno de sus
principios más arraigados, era una situación especial por la que merecía la
pena una pequeña concesión, y se fundieron en un abrazo durante el cual los
relojes se pararon y la tierra dejó de girar; al fin y al cabo son tan solo dos
palabras.
Seilou
llegó al lugar media hora antes de la hora estipulada, cuando se encontró frente
a frente ante aquel edificio el corazón se le subió a la garganta, observó
detenidamente su arquitectura, aún no podía creérselo, jamás pensó que algo así
pudiera llegar a pasarle; finalmente, subió los siete escalones que iban de la
calle a la entrada, antes de entrar al edificio se giró y echó una última
mirada rápida a su alrededor, como esperando despertarse y volver a la realidad,
finalmente, respiró hondo, abrió la puerta, y subió a la primera planta, donde
le habían dicho que se presentase, se sentó y esperó a que llegará el momento;
mientras, en su cabeza, resonaban dos palabras.
María
se despertó un tanto sorprendida por lo bien que había dormido esa noche, la
verdad es que no se lo esperaba, hoy era el gran día, al fin había llegado. Se
duchó y se tomó el desayuno, sentía una extraña mezcla de tranquilidad
nerviosa, pero eso no le impidió desayunar de manera contundente, tras lavarse
los dientes comenzó a prepararse, no quería que se le hiciera tarde en un día
tan importante, se maquilló a conciencia, algo que no solía hacer muy a menudo,
y se puso el vestido que se había comprado para la ocasión. Al contrario que
otras muchas mujeres, María no era una gran entusiasta de eso que llaman ir de
compras, de hecho, solía sentirse un tanto agobiada en las tiendas, pero
tampoco era cuestión de ir con unos vaqueros, «si lo haces, hazlo bien», se
decía; era un vestido más bien sencillo, color azul celeste, no muy escotado, pero
le gustaba mucho como le quedaba, cuando finalmente estuvo lista cogió su bolso
y se marchó, ya en la calle miró el reloj, iba con el tiempo justo, más bien
tarde, como siempre.
Cuando
Seilou la vio entrar enfundada en ese vestido azul celeste se quedó
impresionado, jamás la había visto tan guapa, casi parecía otra, «hasta lleva
tacones», exclamó para sus adentros, se levantó de la silla y le dio dos besos,
«estás radiante», le dijo, ella se puso un poco colorada, sabía por propia
experiencia que a Seilou le costaba un mundo decir piropos a una chica, era una
persona un tanto reservada, de esas a las que le cuesta abrirse a la gente,
todavía no se sentía como uno más plenamente integrado pese a llevar ocho años
aquí, sentía que en la fiesta era un invitado de compromiso; ella le respondió «tú
tampoco estás nada mal con ese traje», se lo dijo con intención de replicar el
halago, aunque ella misma se daba cuenta de que el piropo, aunque cierto y
sentido, quedaba algo descafeinado, pues había sido ella misma quien le había
ayudado a escoger el traje, pero María tampoco era muy buena con los halagos.
La verdad es que Seilou gozaba de muy buena planta, era un chico guapo, más
bien alto, pero no excesivamente corpulento, se podría decir que físicamente era
lo más parecido al tipo de chico ideal que más atraía a María, quien detestaba
abiertamente los cuerpos esculpidos a golpe de gimnasio, los aborrecía.
Finalmente,
llegó el momento, el teniente alcalde los invitó a entrar al salón donde suelen
oficiarse estos actos, iba a ser una ceremonia bastante discreta, apenas había
unos pocos familiares y algunas pocas amigas
de ella, tan sólo las más allegadas, allí estaban los dos, puestos en
disposición, dos palabras, en ese momento Seilou tuvo un fugaz pensamiento
donde recordó toda la gente que lo había ayudado cuando llegó a España, a los
que le dieron algún trabajo, algún techo, a todas las ONG, centros de acogida, etc.,
que le prestaron sus servicios a cambio de nada, pensó en la suerte que había
tenido y en los que no la han tenido que, en realidad ,son casi todos, pensó en
el momento en el que conoció a María, sentada tras esa mesa en aquella oficina
de Alicante, pero, sobre todo, pensó de nuevo en su madre. Por su parte, María
pensaba en las ironías de la vida y el destino, un destino en el que, por
supuesto, no creía, ella que siempre había renegado de las bodas, a las que
considera poco más que un protocolo absurdo e innecesario, el mejor extintor
posible para apagar la llama del amor, y allí estaba ella, dispuesta a
pronunciar esas dos palabras, dos palabras que juró nunca iba a pronunciar, «al
menos», pensó para reconfortarse un poco, «no estoy de blanco subida en un
altar».
Dos
palabras, toda una vida en dos palabras, pocas veces algo tan escaso, tan
breve, puede tener tanta relevancia, dos palabras: «sí, quiero», dos palabras:
«sí, quiero», y Seilou besó a la novia, ya lo había hecho otras veces, pero
esta vez era diferente, este beso era especial, ya no la besaba pensando que
podría ser el último beso, pensando que en cualquier momento lo podrían detener
y deportar de nuevo a Gambia, esta vez la besaba como la hubiera besado
cualquier otro ciudadano español, sólo que él lo hizo mucho más apasionadamente
de lo que lo hubiera hecho cualquier otro ciudadano español, finalmente, tras
muchos años de angustias ya podía disponer de papeles de residencia y ser un
ciudadano español de pleno derecho, pero lo mejor de todo, era que podía estar
con la chica más maravillosa del universo por siempre jamás, el resto… era
secundario.
Su
madre se sentirá orgullosa.
Relato enviado por Israel Martínez
Gracias Israel por enviar tu relato ;)
1 comentario:
Me ha encantado el relato. Las dos visiones de un mismo hecho, las concesiones y las esperanzas de una vida por un lado en común y por otro lado libre de persecuciones. La realidad injusta de ser un ser humano ilegal... Me ha gustado, gracias.
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