El regato atravesaba la carretera describiendo graciosas curvas sobre el asfalto.
La ladera que traía el agua de las cumbres, arrancaba de mas arriba, donde un sol primaveral, derretía poco a poco los últimos hielos del invierno.
El ambiente era limpio, plácido y casi sin ruido. Un pájaro carpintero lanzaba su “toctoc” rítmico desde las entrañas del bosque y el aire, frío todavía, acariciaba las agujas de los pinos moviendo las ramas con suavidad.
La carretera ascendente o descendente, según se mire, serpenteaba superando de manera ingeniosa una empinada cuesta camino del famoso chiringuito cervecero “El Motero Feliz”.
Alejandro Perez de profesión operador de “call center” tenia algunas pasiones en su vida que no dejaban de ser poco originales. No rozaba la vulgaridad pero estaba muy lejos de lo excéntrico. Además era un poco tacaño.
Cuando acometió la curva que se cerraba justamente en la umbría, el paso brusco del
sol a la sombra lo dejó momentáneamente sin ver nada. Era una sensación conocida y no dejaban de ser unas décimas sin importancia. Por lo tanto siguió apretando el puño de la Daelim coreana mientras sus ojos se acostumbraban a la semioscuridad bajo la pantalla transparente del casco.
La rueda delantera rompió el regato dejando una mancha horizontal de agua en el asfalto y unas gotitas laterales, pero al pisar con la trasera y ante un líquido extraño, ésta se negó a seguir la misma trayectoria.
Alejandro Perez había estudiado con encono y final frustrado dos años de Físicas y actualmente un módulo de Economía Empresarial que llevaba a trompicones.
Rápidamente y por el conocimiento de las leyes que mueven los cuerpos en la atmósfera, se dio cuenta ante el brusco cambio, de que el equilibrio de fuerzas, en un segundo había cambiado totalmente.
Hubo un ligero chirrido y de acuerdo con Newton y otros sabios irrefutables, la moto emprendió una carrera loca adelantándole por la derecha todavía en plan zigzagueante. Pesaba más y el motor todavía tiraba con ganas, ante el aligeramiento repentino del piloto.
Él en cambio, tras un pequeño vuelo aterrizó en el asfalto sobre la espalda.
La carretera por producto de la técnica, descendía a la salida de la curva, por lo cual era previsible una cierta aceleración en los cuerpos que se desplazaban en aquel momento de manera incontrolada.
Cuando compró aquel mono de falso cuero, un vendedor, raramente profesional, le hizo la observación de que si bien protegía perfectamente contra el viento, no era el adecuado para el caso de un accidente. Lo insuficientemente grueso del tejido se Empezó a notar con rapidez.
Recordó los principios del rozamiento y el calor que se generaba cuando dos objetos se frotan entre sí. En este caso la reacción fue fulminante.
La culera y los guantes (regalo incluido en el pack de aquel pantalón maldito) ,al roce con el asfalto iban elevando los grados de sus posaderas y las yemas de los dedos a temperaturas insoportables.
Había ahorrado en el mono, porque con la diferencia de precio podía ponerle unos cromados a la máquina, de esos que a las woman moteras les resultaban insoportablemente atractivos.
De haber aceptado la chupa y los pantalones que le ofrecía aquel dependiente soberbio (con el fin de engañarle), ahora no se vería por 100 malditos euros de diferencia, viviendo en directo la entrada de un meteorito en la atmósfera terrestre con forma de su propio culo.
Mientras tanto, la Daelim coreana ya había llegado a donde la carretera empezaba a bajar, por lo que con un gracioso saltito cayó con estrépito de costado.
Alex, empezó a adelantar en el arrastre y por razones de su superior peso, a un montón de cromados que se desprendían de la maquina entre una nube de chispas azules y rojas.
Atrás iban quedando también la maneta del freno, el pedal de las marchas y la mitad del guardabarros delantero.
Ante su sorpresa y en una décima de segundo en que pudo enderezarse, observó que el neumático trasero aún dando vueltas presentaba un agujero considerable.
Aquel maldito vendedor le había dicho “Mire Vd. las gomas duras no se las aconsejo. No tienen ninguna adherencia, en mojado incluso resultan peligrosas. Valen 130 € menos que las semiblandas pero es la opción mas razonable. Si un día tropieza Vd. con un charco…”.
Si bien todo esto sucedía a la velocidad que suceden más o menos estos siniestros, a Alex se le pasó por la cabeza que sin ser Keynes o Paul Krugman era fácil deducir que la baratura en el equipamiento era directamente proporcional al tamaño del accidente.
Un dato más vino a corroborar su reflexión:
Plantado al borde la cuneta, altivo e indiferente, aquel pino piñonero estaba empeñado en no moverse ante lo que se le venía encima. Siguiendo las leyes del crecimiento y mientras seguía patinando dolorosamente sobre la espalda, Alejandro Pérez le calculó una altura de 16 Mts y lo más preocupante, un tronco tan negro como la umbría, que no bajaba de 90 centímetros.
Sin saber porqué, sus alocados pensamientos pasaron de nuevo de la Economía a la Física .Una formula le golpeaba el cerebro: Energía =Masa por Velocidad de la Luz al cuadrado.
La Daelim llegó primero al árbol que para eso llevaba ventaja. Con un estrépito que hizo volar todos los pájaros del bosque al primer toque pareció querer darle un abrazo de muerte a aquel tocón duro como una piedra. Éste se estremeció ligeramente y como el golpe fue algo lateral, los restos de la maquina salieron despedidos desapareciendo por el talud de la cuneta.
Talud?. –Pensó Alex-.!!Hay un talud!!!
Los acontecimientos se precipitaban y la distancia entre aquel monstruo de madera y nuestro protagonista disminuían según su apreciación, a poco menos que la velocidad de la luz.
En aquellos momentos el calentamiento se hacía ya insoportable en las posaderas y en los dedos era casi fuego. En la alternativa de parar contra el pino (rozamiento “0”) ,la fuerza de desaceleración “G” podía ser sencillamente mortal, visto el impacto de la moto.
En la segunda opción (desviarse ligeramente y caer por el talud), entraba de lleno la constante de Newton sobre la gravedad, con el morbo de no saber las características del vuelo cuando sobrepasara la cuneta.
En un puro reflejo clavó el tacón de la bota derecha en el asfalto eligiendo la emoción del espacio aéreo incontrolado.
El cuerpo giró sobre si mismo, dejó el árbol a la derecha, y empezó a volar naturalmente hacia abajo.
Un grito agónico con dos palabras se escapó de su garganta:
¡!Mamaaaa!!!! ¡!!!!Pititaaaa!!!!.
Mama lógicamente era la madre que tenemos todos y a la que instintivamente mentamos cuando hay peligro de retornar involuntariamente al mundo del más allá.
Es posible que si la Sra. Mercedes viera en ese momento a Alex, hubiera sido ella la que a través de un soberano infarto hubiera traspasado la barrera definitiva..
Pitita era otro asunto. Pitita era alta, delgaducha con melena negra y una sonrisa Profidén que pasmaba a cualquiera.
Sus atributos naturales pasaban por una pechera moderada y un trasero realmente espectacular por forma, tamaño y exhibición en los andares.
Cuando se sentaba en la moto, aquel culo se expandía eróticamente conduciendo a través de una espalda recta como una vela, hacia un pelo azabache en coleta, que a Alex le volvía loco.
Esa rectitud lumbar acentuaba la pretensión de Pitita de exhibir mas tetas de las que poseía. Complementaba la pose antes de salir andando, con una cazadora sin abrochar por donde un suéter rosa de cremallera escandalosamente abierta, dejaba entrever los dos atributos hasta el límite deseado por todos.
Se la quitó a un gordito con Honda Goldwin en una reunión cervecera hacia dos años. Era peluquera y un poco facilona , por lo que Alex vivía bastante atormentado.
Apenas había iniciado la curva descendente con la “a” de Pititaaa alargándose en la garganta, cuando la trayectoria se volvió totalmente vertical. La resistencia en el aire por efecto del pataleo desatado ante en vacío, no tuvo el mas mínimo efecto. Dada la incapacidad de planeo de aquellos dos miembros que en nada se parecían a los alerones de un Jumbo, Alex entró en barrena.
Encogió los hombros, cerró los ojos y en posición de espaldas vio como el verde del pino se sustituía rápidamente por el azul del cielo.
Penetró por un aliso rompiendo ramas con estruendo y con un ¡! Dios, que me mato!! esperó sin respirar a que se lo tragase el suelo.
No sonó “catacrac” como era de esperar, sino un “Choff” profundo cuando la columna de agua se levantó para dejar paso a su cuerpo. Había caído en el río.
Todos los fenómenos físicos se suavizaron a la vez. La desaceleración fue comedida y el nivel de rozamiento dio paso a un regusto inimaginable cuando el líquido elemento le invadió las posaderas y los agujeros de los guantes.
Desde que Pitita, en algunas salidas a la playa de Gandia se quitaba el bikini en una carrera loca hasta las olas con el agua todavía por las rodillas, se había convertido en un experto nadador. La bronca de las señoras mayores y madres con niños que llamaban guarra y desvergonzada a la morena que les pasaba embalada por delante y en pelotas, le obligaba a correr detrás de ella recogiendo de paso aquellos dos cachos de trapo en forma de bañador.
De dos brazadas y medio ahogado por el casco que todavía conservaba subió a la superficie.
Como la refrigeración dado que estábamos a final del invierno era excesiva, con otros dos enérgicos golpes de braza se plantó en la orilla completamente congelado. Una pequeña sonrisa empezaba a cubrir la boca de Alex. Estaba salvado. Agarrado a unos juncos intentó salir del agua cuando con un grito desgarrador levantó la pierna derecha.
La suela de la bota, por efecto del frotamiento en el esquive del pino, había desaparecido y en su lugar un trozo del piloto trasero de la Daelim estaba clavado con saña.
.-¡!Me caguen mi figura y las puñeteras botas!!.
Mientras cojeaba volvió de nuevo a la economía. Aquel vendedor engreído le dijo con sorna “Llévese estas que son chinas, son baratas y no parecen malas”.Según las acercaba a la caja, percibió también una cierta risita de cachondeo que movía la espalda de aquel despreciable sujeto.
El frío arreciaba con saña y después de un par de intentos de salir a la pata coja, consiguió dejar el arroyo como una rana enferma, es decir sin saltitos, reptando y croando de dolor por aquel plástico incrustado en su talón.
Otro grito retumbó en el bosque .En la cirugía improvisada de extraer el piloto con la mano Alex obvió las cinco ampollas que coronaban los respectivos dedos.
.-¡!Mierda de guantes!!.
Como es normal en la conducta humana, una vez constatada la supervivencia, empezó un repaso a los daños colaterales: Se había quedado sin moto (5 plazos sin pagar), sin traje (trescientos euros pendientes) y el seguro que tenía contratado con Singapur a través de Internet, era tan restrictivo en el pago de indemnizaciones, que como no se lo llevara por delante un camión saltándose un Stop delante de la Guardia Civil no cobraba ni un puñetero euro.
Había quedado con Pitita a las cinco en la peluquería para que le repasara el tupé a lo Elvis que tanto le gustaba a ella. A las cinco y media, por ley de probabilidades, Pitita se iría con el primer mensajero de moto gorda que pasara a su lado llamándola maciza, tía buena o algo equivalente... La conocía.
Alex empezó a hundirse moralmente a la misma velocidad que penetró en el rio. Se dio cuenta de que en la precipitación había salido por la orilla contraria con respecto a la carretera, por lo que para recuperar la posición normal de pedir socorro, tenia que tirarse al agua, cruzar y superar el talud escalándolo .Misión poco menos que de boina verde.
Alex seguía hundiéndose moralmente y el frío apretando. Buscó el móvil para marcar un SOS. Por un proceso bastante razonable de inundación en los circuitos, el Nokia dijo que pasaba de encenderse. Le dio una risa tonta.
Registró la cazadora en el movimiento instintivo que todos hacemos de vez en cuando, para comprobar que la cartera con la pasta y la tarjetas siguen en su sitio.
Y aquí llegó el summun: La cartera no estaba…. Pero algo se movía en el centro del rio:
Dice Stephen Hawking en su teoría de los agujeros negros que uno de estos fenómenos cósmicos es capaz de absorber hasta la luz y por supuesto cualquier objeto que caiga bajo su atracción.
En una copia de maqueta, aquel gracioso remolino tenia atrapada la cartera. Para no darle la razón al reputado sabio, ésta desaparecía bajo las aguas y a los veinte segundos volvía a la superficie.
En la primera desaparición iba cerrada y volvió abierta. A Alex de momento le dio otra vez la risa tonta.
En el segundo hundimiento apareció con un billete de 50 euros a su lado nadando, que después de tres o cuatro circulitos naufragó definitivamente hacia el fondo.
Al tercero un segundo billete esta vez el único de 100 € siguió por el mismo camino.
.-“Cono,coño”.- Dijo Alex ya con mirada de loco.-.” Mis estudios me persiguen. El punto de unión entre el Hawking y la economía a mi alcance”.
Empezó a correr por la orilla a la pata coja cantando de manera incoherente “El submarino amarillo” de los Beatles. Su mente ya no podía más.
Lo encontraron a las cuatro de la madrugada dos guardias civiles de montaña, el 112 con ambulancia y un motero desconocido que acompañaba a Pitita.
Mucho les costó convencerle de que se tumbara en la camilla mientras con los dedos sangrantes escribía fórmulas supuestamente matemáticas. Estaba recostado contra un árbol en plena oscuridad..
“Espere señor, espere un momento que ya casi lo tengo”.Le dijo a un 0112 temblando como un pajarito y aferrándose a los apuntes.
“Ande, ande, túmbese en la camilla que tenemos que pasar el rio por la tirolina”.
Cuando lo metieron en la ambulancia seguía riendo como un loco. Un cuervo asustado arrancó de la arboleda graznando como si se solidarizara con sus pensamientos.
Relato enviado por
Antonio Rodríguez Plaza
Gracias
Antonio
por enviar tu relato ;)
2 comentarios:
Me gusta el personaje de Alex, pensando en sus fórmulas y sus cosas mientras estaba a punto de palmarla, pero Pitita no me gusta nada.
Buen relato :)
Enhorabuena Antonio, etupendo relato. Y más siendo un motero tacaño como soy. Me lo he pasado muy bien leyendo tu relato.
dedosmanchadosdetinta.blogspot es mi blog de relatos por si quieres echar un ojo.
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