'ANTARTIDA' de Juan Carlos
Te levantas demasiado temprano, y piensas en que de nuevo comienza un nuevo día, que tendrá desde el principio al final una connotación un poco litúrgica y repetitiva como casi todos los que, a tu edad ya se convierten casi sin querer en una sucesión de fotogramas con la misma imagen, con la idéntica y desesperante escena.
Acudes a la estación, tomas el mismo tren de todas la mañanas, con el sueño crónico que siempre te acompaña, montas en él y miras a tu alrededor.
También las mismas caras abotargadas de puro cansancio.
La gente recostada en los asientos intentando prolongar la somnolencia, el letargo roto bruscamente por el ruido insidioso del despertador, dudas entre unirte al numeroso grupo de durmientes o seguir leyendo ese libro que te dejaron, ese 'best-seller' que trata de crónicas medievales y detectivescas que te resulta difícil de asimilar y que también consideras tan rutinario y uniforme como tu vida, porque lo está leyendo todo el mundo.
El viaje ha sido relativamente corto y te cuesta levantarte cuando has llegado a tu destino, te abres paso como puedes para poder bajar del tren porque los que esperan en el andén, no dan tregua y si te descuidas te introducen de nuevo dentro, porque ya no se respeta nada y el civismo es algo que poco a poco va desapareciendo.
Llegas al metro, y lo haces avanzando como un "zombi", formando parte de la gran pasta humana que a esas horas también se desplaza a cualquier destino o a su trabajo, que me imagino será tan rutinario como el tuyo, insertas tu billete en el torniquete y una alarma se dispara, como también lo hace tu corazón, que golpea con fuerza tu pecho, y temes haber incurrido en un fraude, te educaron en el miedo y en el estricto cumplimiento de las normas, pero lo que pasa es que lo has introducido al revés, y eso te alivia y te descarga de un peso que por un momento se te ha adherido a tu cuerpo y que has soliviantado enmendando el error de tu torpeza.
El viaje es también corto y a esas horas parece como si el vagón transportara a una sola criatura sideral, compuesta por decenas de extremidades y cabezas, como una mutación producida por algún escape radiactivo, un conglomerado orgánico que poco a poco se va descomponiendo conforme el tren va parando en las sucesivas estaciones de su recorrido, hasta que yo mismo me desprendo de él.
Caminas en busca de la salida entre el tumulto de la gente, pisas a alguien sin querer y éste te mira con una cara de estar perdonándote la vida, no media una contestación a mi disculpa, solo una mirada de reprobación y odio.
Sales al exterior y compruebas que aún sigue siendo de noche y que sopla un viento gélido que te atraviesa el cuerpo y llega a lo más profundo de tus huesos, miras a un lado y a otro y a esas horas hay tanta gente pululando por las calles como habitantes tiene el pueblo que dejaste hace unos años en busca de un futuro mejor, y que cuando llegaste a la gran ciudad creías equivocadamente haber encontrado.
Piensas en todo eso, mientras caminas cabizbajo y pesaroso lamentándote en que todo fue un error, miras a los demás y estás convencido de que ellos, en el interior de sus cabezas albergan la misma percepción de sus vidas que tienes tú de la tuya, o eso crees...
Llegas a la misma oficina y contemplas las mismas caras, empiezas tu trabajo y empiezas la misma rutina, eres el mismo engranaje que durante demasiados años se pone en marcha y se acopla irremediablemente a otro, como una maquinaria perfecta, que aunque quieras no puedes abandonar.
Oyes las mismas estupideces, los mismos comentarios machistas cuando se deja ver una mujer atractiva, la misma vacuidad, las mismas conversaciones circulares que no te reportan nada en absoluto, las vidas de los demás y sus inquietudes que huelen a habitación cerrada de enfermo, y de repente, te paras un momento y la imagen de un paisaje helado aparece en tu mente, y lo identificas con la lejana Antártida y por un momento, te encuentras a gusto pensando en aquella inmensidad gélida y reconoces que a pesar del frío, mucho más que el que está haciendo ahora, te gustaría estar allí, completamente solo.
Oyendo soplar el viento ante tanta grandeza que te hace sentir libre, temeroso de aquel paisaje todavía inhóspito, pensando en el misterio de aquellas montañas que hace que tu imaginación puedas ver en el horizonte lejano, como también las vislumbró Lovecraft, pero ante todo sentir el gozo de no ver a nadie, sin la presencia funesta del ser humano, de llegar a la conclusión de que el estar allí, es la verdadera metáfora de la Libertad en su estado más puro.
Pero todo se diluye y tu fantasía desaparece en el ambiente que cada día se te hace más asfixiante a pesar del frío de Noviembre, vuelves a la realidad y tu viaje mental hacia aquel continente helado finaliza con la esperanza de estar algún día allí y de experimentar en persona las sensaciones que por un momento has sentido y que tanto anhelas, miras a tu alrededor y no ves ninguna emanación de energía, y si siempre has creído que el alma es pura tenacidad, que cuando abandona el cuerpo inicia su viaje hacia la Eternidad, te convences que toda esa gente que te rodea, cuando mueran se convertirán en materia inerte y putrefacta, sustancia inerte y sin vida.
Sales del trabajo y no te paras un rato con los compañeros, te notan raro y distante, cada día que pasa más, porque en el fondo ya nadie te interesa, nadie o casi nadie merece la pena, te das cuenta que aunque lo pretendas no encajas y que vas dando tumbos por la vida, sin una ubicación emocional fija.
Coges de vuelta el metro y de nuevo formas parte de ese monstruo de cien cabezas, cien brazos y cien piernas, llegas de nuevo a la estación de tren, y ahora eres tú el que tienes que esperar y como aún te queda algo de respeto, dejas que la gente salga antes de tú entrar, aunque por tu buenas maneras te haya tocado ir de pie como casi siempre, vas mirando el paisaje, el mismo de todos los días, envuelto en una niebla fantasmal que lo inunda todo, cierras los ojos y en tu cabeza suena el Anillo de los Nibelungos de R.Wagner con su melodía de misterio y vértigo, y de nuevo en tu mente se deja ver allá a lo lejos las primeras estribaciones de tierra helada y sublimes icebergs que te indican que ya no llegas a tu casa, en esa ciudad dormitorio que elegiste forzosamente para vivir, sino que pronto tu pié, como toda tu vida, se posarán para siempre en tu añorada Antártida y habrás conseguido por fin tu Libertad.
Relato de Juan Carlos 02-10-06
Gracias Juan Carlos por enviar tu Relato. ;)
1 comentario:
Ahora recuerdo viejos tiempos en los que si utilizaba el transporte público para ir a trabajar y las ganas que tenia de estar absorto por todo y de todos, con mi 'walkman' y mis historias...
Gracias Juan Carlos
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