Como cada tarde, iban los tres al borde del mar. Y como cada tarde él se quedaba atrás. No sabía hasta que lugar, detrás de las rocas que a esa hora de la tarde ya las bañaban las olas, llegaban, lo que hacían, el porqué de esa sonrisa o ese brillo especial en sus ojos cuando regresaban, él, solo quería que ellos vieran su sonrisa, esa sonrisa medio boba que dibujaba su cara cuando cerraba la mano atrapando la piedra o la concha que ella cariñosamente le entregaba.
No esperaba más. Sabía, lo había oído con sus propios oídos, cómo los médicos le habían desahuciado. Su deterioro paulatino, su lentitud de pensamiento, ahora apenas salían palabras de su boca, el andar era lento, necesitaba su ayuda, la ayuda de ella, para todo: vestirse, lavarse, comer e… ir al baño. Estaba seguro que pronto no podría llegar hasta la orilla, esa orilla del mar que tanto había amado y cuyos recuerdos le perseguían.
Por eso esa sonrisa suya. No quería que se sintieran culpables. Se amaban, a pesar de él y su presencia. ¿Cómo hacerles comprender que lo entendía y que lo único que deseaba era poder participar de su felicidad, de su amor?
Esa tarde, tenía que ser hoy, las olas apenas rozaban la orilla, el cielo estaba azul.
Él, con un esfuerzo enorme en el que a cada paso sus piernas parecían no querer avanzar más, llegó al borde de las rocas, y allí estaban, solos, abrazados y desnudos, el mar con su rumor envolvía delicadamente sus cuerpos, cuerpos morenos, envidiablemente vivos, sanos, encantadores. No le veían, no sabe cuánto tiempo pasó él, mirándoles, hasta que ella dulcemente se le acercó entregándole la concha como cada tarde, y como cada tarde él cerro la mano mientras que en su cara aparecía la sonrisa de cada día.
Ahora ellos ya no le dejan atrás en el borde del mar. Con sus fuertes brazos le ayudan a llegar hasta las rocas. Allí mirándole y mirándose a los ojos, como en una ceremonia piadosa se van quitando despacio toda su ropa, se besan, abrazan y dejan que el agua del mar lama sus cuerpos desnudos. Él los mira, y… cuando de nuevo ella le entrega una piedra blanca y lisa ve como los labios de él se mueven diciendo con gran esfuerzo una sola palabra, G R A C I A S y una lágrima se desliza suavemente por su cara.
Relato enviado por Miguel Selt
Gracias Miguel por enviar tu relato ;)