25 enero 2016

'Solo existe la decisión que tomamos' por 'lo que pudo llegar a pasar'

'Solo existe la decisión que tomamos' por 'lo que pudo llegar a pasar' blog

En aquella ciudad, las calles son estrechas y la calzada es de piedra. No hay edificios grandes y  las casas, construidas casi al azar, son antiguas. Dentro de ellas han vivido todo tipo de personas.
La ciudad parece esconder siglos y siglos de secretos. Cada uno de los ladrillos utilizados para su construcción parece esconder historias jamás contadas. Las casas están pintadas con colores alegres y vivos.
Sin embargo, nada parece tener color ni vida en esta ciudad teñida de gris por la lluvia. Caminar por estas calles da la sensación de pasear por una ciudad abandonada, a pesar de las luces encendidas y el sonido de algunos pasos en los callejones oscuros. Sólo se puede escuchar el sonido de la lluvia y, si se presta mucha atención,  los pensamientos de la gente.
Por los senderos que hace siglos paseó la riqueza colonial, ahora pasan corrientes de agua que pretenden, sin resultado, purificar las almas de los habitantes. En el centro de la ciudad, en una casa azul y blanca, vive ahora aquella persona.  
Es verano aunque parece invierno. Hace días que el cielo llora. Atravesando un corredor, decorado con más suciedad que plantas tropicales, se puede llegar al apartamento cinco.

Al entrar, uno se siente pequeño. El techo bajo de toda la casa da la sensación de sentirse en una jaula. Tras la cocina, de minúsculas dimensiones y tras una puerta de madera antigua, entramos en la habitación. En las paredes pintadas de blanco, hay manchas de humedad. También hay manchas de deseo incontrolado.  Hay una ventana azul, una puerta gris, una maleta vacía y una mente llena de dudas. Hay un par de ojos rojos, una piel bronceada, veinte uñas sin cortar y un cabello sucio. Sucio como las paredes, como el suelo, como el ser humano.
Ni siquiera aquella planta, colocada estratégicamente en una esquina, consigue renovar el aire sucio de aquel cuarto. La casa es pequeña pero, no importa, sirve para ver una película, para leer, para comer, para reír, para llorar, para sentirse bien, para sentirse mal, para pensar, para no pensar, para soñar, para ser racional, para echar de menos o para imaginar.

La pintura de la fachada de la casa esconde capas viejas que nunca nadie observó detenidamente. Irónicamente, la personalidad de aquella persona era igual. Sus amigos creen que es una persona valiente, decidida, cuerda y fuerte. Realmente es una persona deseada y envidiada, para algunos, incluso atractiva.
Tiene un buen trabajo, una vida social más que envidiable y un pasado lleno de historias, de viajes, de recuerdos y de momentos. Tiene una situación económica estable. Tiene ropa, tiene un perfume, tiene amigos, tiene conocidos, tiene fotos, tiene un teléfono de última generación, tiene una computadora antigua y tiene una vida. También tiene miedo. Le gusta escuchar música en la cama. Le gusta escribir en momentos de preocupación. Le gusta viajar en compañía, le gusta viajar en solitario. No le gustan las injusticias, sin embargo, no es una persona justa. No le gusta depender de nadie. Prefiere escribir a hablar y prefiere sonreír a ser feliz. Le gustaría no tener instintos animales. Le gustaría estar en otro lugar, teletransportarse. Le encantaría volver a aquel lugar donde su vida dio un giro brutal.  Le encantaría tocar aquel cuerpo que ahora vive en su mente.

Aquellos labios carnosos de herencia africana y aquellos ojos verdes, procedentes de algún antepasado vikingo, cambiaron su vida para siempre. Pensaba que tenía la vida que quería. Se equivocaba. Pensaba que era feliz. Se equivocaba. No necesitaba nada y, de repente, pasó a necesitar a alguien. Si tuviera que elegir entre lo carnal o lo espiritual, por primera vez en su corta vida, elegiría la mente y no el cuerpo.
Si aquellas dos personas hubieran tenido la oportunidad de estar juntas de nuevo durante solo un instante, se mirarían fijamente, se abrazarían sin hablar y dejarían pasar el tiempo sin darse cuenta. Gastarían ese tiempo en hacer fotografías mentales, oler sus pieles, acariciarse, saborear el momento y gastar todo ese tiempo en estar juntos. Dejar de estar solos para pasar a estar juntos… Desde que se separaron, estuvieron más unidos que nunca.
Se conocieron en la playa una noche de verano. Ambos mintieron para liberarse de lo que ya tenían previsto. La finalidad de aquel encuentro era puramente sexual. Hablaron durante horas, pasearon por la playa, sintieron frío y, por primera vez en sus vidas, fueron capaces de ser sinceros con otra persona.

Se besaron como pidiendo permiso, como si supieran que al más mínimo contacto entre sus labios, estarían obligados a conocerse. Miraron las estrellas, después las nubes, después se besaron de nuevo y el frío de sus cuerpos comenzó a desaparecer. La luna casi llena, dejó paso al sol. Las personas que pasaban cerca de aquel coche de cristales empañados empezaron a sentir curiosidad. Decidieron parar de conocerse. Al día siguiente hablaron. Hablaron mucho. Era extraño sentir aquel tipo de dependencia por un desconocido pero les gustaba. Se vieron dos días después para despedirse. Iba a ser un encuentro fugaz, como el primero, de tan solo dos o tres horas. No fue así. Durante la cena se miraron con deseo. Se hicieron preguntas serias y rieron. Hablaron de música, de gastronomía y de viajes.

Hablaron de sueños y, sin darse cuenta, intentaron conocerse lo máximo posible antes de la despedida. Como si estuvieran intentando aprovechar aquel momento de la mejor forma posible. Sintieron más deseo que nunca. Fueron a pasear de nuevo a la playa. En un momento de locura decidieron dormir juntos. Decidieron fundir sus cuerpos en gotas de sudor. Decidieron, sin querer, complicar sus vidas.

Se despidieron al día siguiente, dejando en el cuerpo del otro una sensación de vacío más que extraña.
Pasaron algunas horas y decidieron verse de nuevo. Un día después, sus cuerpos se fundieron de nuevo en un abrazo cordial. Uno de ellos dijo: “solo un día, mañana por la tarde me voy” y fue “mañana” durante cinco días.
El tiempo que pasaban juntos iba demasiado rápido, no era suficiente. Pasaron su tiempo hablando, abrazados, acalorados y sudados pero estaban juntos. Después de conocerse, parecía imposible separarlos. Anularon planes, desecharon otras propuestas y decidieron aprovechar el momento.

“Solo existe la decisión que tomamos, lo que pudo llegar a pasar no existe”

Relato enviado por 'lo que pudo llegar a pasar' blog
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23 enero 2016

‘Gracias Hera’ de Sebastian Blume

‘Gracias Hera’ de Sebastian Blume

Esa noche de verano, don Roberto iba medio adormilado. La pelea con su señora hace unos días atrás y cómo la policía tuvo que sacarlo de su casa habían sido todo un calvario. Le pesaban las ojeras y los efectos de la cocaína se le habían pasado hace ya varias horas. Su adicción, creía, era la causa de las constantes golpizas a su mujer. –Yo no tengo la culpa-. -Es la droga la que me pone así-. Fuese cual fuese el caso, al menos ahora podía distraerse y tratar de dejar sus problemas atrás.
-Mierda. Es recién la 1:53 de la mañana y mi turno no termina hasta las 5:00-
El taxi que manejaba era su principal fuente de ingresos y la forma en la que solventaba su adicción. Si no tenía un hogar al cual ir, al menos se las podría ingeniar para ganar dinero y pagar algún motel de mala muerte.
La ciudad era muy silenciosa a esa hora. Tal vez demasiado. Encendió la radio y, tras mirar rápidamente al rosario que tenía colgado del espejo retrovisor, se dio cuenta de una mujer que le hacía señas para detenerse.
Se detuvo y miró a la mujer mientras se subía. Al mirarla, tuvo un escalofrío que le recorrió la espalda. No le gusto mucho esa mujer, pero dinero era dinero y no podía darse el lujo de elegir a sus pasajeros.
-Adonde la llevo-
-A mi trabajo. No se preocupe, váyase derecho por acá y yo lo voy guiando-
Don Roberto puso primera, pisó el acelerador y comenzó su viaje. Al avanzar el taxi, trató de conversar con la mujer, para así poder matar el tiempo.
-¿Se puede saber porqué va tan arreglada?
-Es mi uniforme. Mi jefa me pide que me vista así para las encomiendas que me pide. No me molesta, sino que al contrario, me siento más en sintonía conmigo misma cuando voy vestida así-.
Al mirarla de reojo, Don Roberto la encontró sumamente atractiva. Llevaba un vestido blanco que le llegaba hasta los muslos y tacones de aguja. En la cabeza tenía un sombrero del mismo color, que tenía forma de cilindro y sostenía una granada en sus manos. Viéndola jugar con la fruta, Don Roberto percibió una sensualidad que emanaba de su pasajera y fue necesario un hondo respiro para volver a concentrarse en el camino.
-Debe tener cuidado en este lugar, sobre todo a estas horas. Uno nunca sabe que le puede pasar a alguien tan joven como usted. Además, en este lugar frecuentan mucho las prostitutas y algunos son muy violentos con ellas. No se ofenda, pero la podrían confundir con una y lo puede pasar mal-.
Ella no dijo nada. Solo se limitó a sonreírle y a hacerle señas de que doblara a la derecha. Don Roberto se puso incómodo ante tal situación y encendió la radio para calmarse.
Después de unos 10 minutos de silencio, ella finalmente dijo:
-¿Qué opina usted de la venganza?-
-Mire, mi abuela siempre me decía que la frase “ojo por ojo y diente por diente” no hace más que dejar a la gente ciega. Digo, sé que a veces uno puede estar sumamente enojado por lo que le hacen a uno, pero siempre es mejor tener la cabeza fría, tratar de hacer las cosas como corresponde y no hacer alguna estupidez.-
-Pero la justicia es distinta a la venganza, ¿no? Sobre todo cuando es para proteger a alguien-
-Supongo que s….-
-Es distinta porque tienes que preocuparte de que no le vuelvan a hacer un mal. Que no hieran a un ser querido. Que no lo golpeen-.
Don Roberto empezó a transpirar. La conversación cada vez lo ponía más incómodo.
-Que no arrastren a una persona a la miseria ¡solo porque un hijo de puta y cobarde prefiere enterrar la cabeza en cocaína que proteger a su esposa!-
Súbitamente, el auto hizo un movimiento brusco; la mujer se abalanzó sobre el taxista. Don Roberto tuvo que hacer una maniobra sumamente arriesgada para no chocar. Intentó sacar a la mujer de encima de él pero se horrorizó al ver que ya no era una mujer. Sus dientes, atrás de su sonrisa, eran colmillos. Largos, blancos como un hueso, empezaban a salir de la boca. También sus pupilas se dilataban y tomaban una coloración roja, como si fuera sangre y su piel se puso gris y arrugada. Se dio cuenta de que sus brazos eran cada vez más largos, y sus manos, que sujetaban el antebrazo del conductor, adquirían una fuerza sobrenatural. Y su mirada. Dios, su mirada. Era fría y violenta. Como si se tratara de la mirada de un lobo a punto de comerse a su presa.
                                                                                        
Don Roberto la empujó con todas sus fuerzas y trató de no perder concentración del camino, aunque no tenía idea de cómo podría, con semejante abominación atrás suyo. Sabía que pasara lo que pasara podían pasar tres cosas. O moría a manos de la criatura, o por un choque o, si Dios se lo permitía, de alguna forma lograría salvarse. Empezó a rezar para sus adentros el padrenuestro varias veces, esperando que eso permitiera que se diera la tercera opción.
El monstruo jadeaba y con la garra, ya que en realidad no había otra forma de llamarla, arrancó de un tirón la cabecera del asiento delantero. Salivaba una baba negra que olía a cadáveres descompuestos e hizo que Don Roberto vomitara del asco. Era un aroma indescriptiblemente asqueroso que ahogaba a la gente. La bestia aprovechó la ocasión para vomitar también aquella sustancia negra sobre Don Roberto. El vómito alcanzó la cabeza del conductor, quien gritó de horror y perdió por un instante su sentido de la vista. Tanto era el miedo que tenía, que accidentalmente se orinó. Gotas de orina caían sobre su pantalón, aunque él jamás se dio cuenta de ello y nadie lo haría.
Fue tal el caos dentro de ese taxi, que Don Roberto no alcanzó a divisar un árbol en una de las esquinas de la calle. El auto chocó y el golpe lo hizo perder el conocimiento.
No se despertó mucho tiempo después. Suspiró aliviado, puesto que parecía que todo había sido todo un sueño. Él se voltearía al otro lado de la cama con su esposa, mientras sus hijos dormían en la habitación contigua. No habría monstruos, ni garras, ni vómito. Solo habría el olor a café y pan tostado que saldría de la cocina y el sonido de la ducha cuando él se fuera a bañar. Rápidamente adjudicó el sueño a su inconsciente que le decía  que debía dejar las drogas y preocuparse más por su familia.
Intentó mover su brazo…y se dio cuenta que no pudo. Intentó mover el otro y, para su horror, se dio cuenta que estaba totalmente inmóvil, dentro del auto. Todo era real, y él no podía moverse. Trató de ver si el monstruo seguía cerca y no fue capaz de girarse y revisar. El impacto del taxi probablemente lo había dejado cuadripléjico. Usando la cabeza, trató de ver cómo salir de ahí. Trató de pensar, de buscar una forma de salvarse y se prometió a sí mismo que si salía de esa con vida, jamás volvería a meterse nada en el cuerpo.
        De repente, escuchó unas pisadas en la acera, cerca de él. Volteó la cabeza, y comprobó con un miedo que lo dejó helado y mudo, que el monstruo se acercaba lentamente hacia el. Había cambiado, sí. Ya no llevaba cabello. Estaba completamente calvo y unas alas como de murciélago le sobresalían de la espalda. Alas enormes, que sabía el monstruo usaba para volar. Mientras caminaba, sus piernas, que ahora eran patas, se flectaban al revés. Con horror trató de pedir ayuda, pero fue en vano. No podía siquiera gritar. Era como si estuviera atrapado y amordazado dentro de sí mismo. Capaz de sentir el dolor, pero sin poder hacer nada al respecto.
El monstruo extendió sus alas y con fuerza lanzó un zarpazo hacia el cuello de don Roberto. La sangre empezó a chorrear cálidamente a través de la camisa y poco a poco se empezó a desangrar. Luego lanzó otro zarpazo y luego otro, hasta que aquella cosa fue capaz de arrancarle la cabeza. De un impulso, la cosa saltó hacia el cielo y aleteando sus alas y con la cabeza de don Roberto bajo sus brazos, desapareció en el cielo, lejos en el horizonte. Casi al mismo tiempo en que el monstruo se alejaba, la tierra se abrió de par en  par, tragándose el taxi y el resto del cadáver que contenía. Así, como por arte de magia, todo signo del terrible acontecimiento, desapareció y ningún mortal se percató de nada.
El tiempo pasó, y cuando don Roberto no fue visto en el juicio en su contra por violencia intrafamiliar y en todo evento futuro, se le dio por muerto. Todos creían que debido a sus nexos con narcotraficantes, probablemente había sido víctima de un ajuste de cuentas. Pero claro, hubo que esperar 7 años para declararlo formalmente muerto. Aun así, su desaparición no pudo producir más que alegría y felicidad en su señora.
El día del juicio, cuando Don Roberto no se presentó, el juez tuvo que aplazar el caso. Al retirarse su señora, el juez no pudo evitar observar una sonrisa macabra en su cara, como si se regocijara que su esposo no estuviera. No estaba seguro, pero mientras ella se alejaba, el juez la vio con un libro de mitología griega bajo el brazo y creyó escuchar la frase “gracias Hera”.


Relato enviado por Sebastian Blume
Gracias Sebastian por enviar tu relato ;)

21 enero 2016

'Fumador ocasional' de Alex Summerland

'Fumador ocasional' de Alex Summerland

El primer silencio incómodo se adueñó de la conversación. Pero no me importó, así tenía unos segundos para perderme en sus ojos verdes. Ella al darse cuenta saco a pasear su pícara sonrisa y me rescató de mi ensimismamiento:

 ¿Fumas? —me dijo mientras sacaba un cigarro de su paquete y lo encendía.
Soy fumador ocasional
Fumas ocasionalmente ¿eh? Así empecé yo, no durarás mucho…
No. Soy fumador de ocasionesrespondí.No me gusta fumar a las 8 de la mañana, mientras el frío se  va metiendo en el cuerpo y las prisas por entrar a la oficina te acechan. Me gusta fumar un domingo junto a mis amigos de toda la vida, recordando los buenos momentos mientras la llama del cigarro va acercándose inexorablemente a borrar las letras de su nombre. Igual que el tiempo va convirtiendo los días en ceniza hasta borrar el nuestro… Y en esos momentos comprendemos que nada de lo que queda por venir podrá superar los viejos tiempos.

A veces se me olvida lo bien que hablas cuando quieres… ¿En qué otras “ocasiones” —dijo ella remarcando la palabra y sonriendote gusta fumar?
Me gusta fumar en una noche de verano, en la que las estrellas brillan y nos recuerdan lo pequeños que somos comparados con la inmensidad del universo. Y mientras la chica que tengo al lado me va seduciendo al contarme sus sueños y secretos.
Así que sin que sirva de precedentedije mientras la cogía un cigarroesta noche fumaremos juntos.

Relato enviado por Alex Summerland 
Gracias Alex por enviar tu relato ;)

18 enero 2016

'Cuando no existe la luz…' de Jesús Cano

Cuando no existe la luz… de Jesús Cano

Caulí corrió por el bosque. Un oportuno accidente en la caravana-jaula le permitió escapar. No era un reo; era negra carne de comercio. Por aquellos contornos no pasaría desapercibido, toda la zona practicaba el esclavismo, y su color de piel era demasiado delator.

Tras largas horas de carrera tropezó con un poblado oculto en la espesa arboleda. A pesar de estar entrada la noche ninguna luz destacaba en las ventanas. Penetró en sus oscuras calles con temor. Escuchó lejanos tintineos por todas partes. Pero nada comprendió.

Alguien tropezó con su espalda, y el se giró aterrado. Pudo ver a una blanca dama que le reprochó:

-¡Estas loco! ¿Por qué no llevas los cascabeles en los zapatos?

- ¿Cascabeles? –Preguntó asombrado mientras la dama palpaba su cara.

- ¡Tu no eres de este pueblo! ¡No puedes quedarte sin el permiso!  – Y aferrándolo del brazo lo empujó hasta una gran casa.

Al penetrar, gracias a la tenue luz del fuego a tierra, pudo divisar un grupo de aldeanos. Pronto le dieron la bienvenida para explicarle el porqué de aquel pueblo. Muchos años atrás una extraña epidemia arrebató el sentido de la vista a sus antepasados. Temerosos del contagio, fueron desterrados a aquella oculta zona. Pero la extraña enfermedad resultó hereditaria, durante generaciones murieron y crecieron en el poblado sin conocer la luz.

Caulí enloqueció de alegría. ¡Sin la vista no importaba el color de la piel, pues no existía! ¡El cielo le había escuchado! Rió al recordar las veces que deseó ser blanco. Aunque faltos de un sentido, eran más perfectos que el resto de la humanidad.

- Y dime, hijo. –Hablo un anciano con voz tranquilizadora- ¿Cómo has llegado hasta nuestro poblado?

- Escape de una carreta de esclavos y la divina suerte me trajo hasta vosotros.

El anciano gritó indignado.

- ¡Habéis dejado entrar en esta casa a un sucio negro!

Caulí tornó a huir, estremeciéndose al recordar el odio asomando por aquellos ojos muertos... Odio, que comprendió, no nacido de un color; lo alumbraba un podrido sentimiento.

…El mal anda de puntillas.

Relato enviado por Jesús Cano
Gracias Jesús por enviar tu relato ;)

14 enero 2016

'El chico que amaba a una chica' de Tatiana Alejandra

'El chico que amaba a una chica' de Tatiana Alejandra

Había una vez un chico que amaba a una chica. Había también una chica que amaba a un chico. El chico y la chica andaban juntos y caminaban. A veces descalzos y algunas otras en zapatillas. El chico la amaba a ella. La chica lo amaba a él. Y juntos pensaban que se amaban. O sentían que se amaban. O lo intuían quizás. El chico y la chica hacían las compras juntos una vez por mes. Y de vez en cuando salían a pasear. 

Al chico le gustaba abrazar los árboles. La chica nunca se enteró. A la chica le gustaba tejer. Y el chico tampoco se entero. El chico jugaba a caminar una cuadra entera con los ojos cerrados imaginando cada paso. La chica jugaba a jugar. 
El chico amaba a la chica y casi nunca se lo decía. La chica amaba al chico y se lo decía en cada palabra que salía de su boca. Mientras, caminaban. A veces bailaban. Otras dormían. El chico tenía sueños. La chica tenía ilusiones. El chico y la chica tenían proyectos. El chico llevaba los sueños en la mochila. La chica llevaba las ilusiones en la mano. El chico y la chica se miraban. 

Un día, el chico dejo de mirar a la chica. Y la chica no tuvo a quien mirar. El chico se fue a abrazar árboles. La chica comenzó a transformar su energía. El chico leía solo. La chica jugaba sola. El chico abrazó la raíz del árbol de sus sueños y se amigó. La chica empezó a conocer su espíritu y le gustó. 
El chico y la chica caminaban separados. El chico caminaba para un lado. La chica caminaba para el otro. Los dos caminaban en círculos. Y en ese círculo se encontraron. El chico y la chica creyeron en el amor. El chico amaba a la chica. La chica amaba al chico. Y juntos pensaban que se amaban. O sentían que se amaban. O lo intuían quizás. El chico y la chica llevaron el sillón al balcón. 

Y juntos miraban el atardecer. El chico sacaba fotos con una cámara. La chica guardaba los atardeceres en el alma. El chico quería escribir un libro. La chica quería plantar un árbol. El chico y la chica adoptaron un perro. El chico no escribió un libro. La chica plantó muchos árboles. El chico abrazaba todos esos árboles que la chica plantaba. La chica nunca se entero. La chica quería leer un libro. El chico tampoco se entero. 
El chico y la chica viajaban juntos. La chica miraba el mar.

El chico enterraba los pies en la arena. El chico y la chica caminaban de la mano. El chico agarraba la mano de la chica. La chica cruzaba su brazo por el brazo del chico. El chico tenía miedo. La chica no se entero. La chica también tenía miedo. El chico lo intuía pero tampoco se entero. El chico y la chica llevaron la televisión a la pieza. La chica necesitaba la tele prendida para dormirse. El chico necesitaba la tele prendida para no despertarse. La chica sacaba a pasear al perro. El chico no la acompañaba. El chico se iba a mirar los partidos de fútbol a un bar. La chica no lo acompañaba. El chico no quería que la chica lo acompañe. La chica si quería que el chico la acompañe. El chico miraba a la chica. La chica tenía miedo que el chico la deje de mirar otra vez. 

Y el chico la volvió a dejar de mirar. Y la chica no tenía quién la mire. La chica decidió mirarse ella misma. El chico se quedó sin su espejo. El chico y la chica dejaron de caminar juntos. El chico caminaba para un lado. La chica caminaba para el otro. Y el perro caminaba con los dos. Y el perro fue un poco la excusa. 

Y el árbol fue el otro poco. Y el libro el espacio que quedaba. El chico abrazaba los árboles. A la chica los árboles la abrazaban. El chico pidió perdón. La chica aceptó disculpas. El chico comenzó nuevamente a caminar al lado de la chica. La chica tenía miedo. El chico amaba a la chica. La chica tenía miedo. El chico amaba más a la chica. La chica tenía mas miedo. El chico miraba a la chica. La chica miraba su espejo. La chica plantaba árboles. El chico no escribía libros. El chico adopto peces. La chica dejó de comerlos. El chico y la chica caminaban juntos. 


El chico agarraba a la chica de la mano. La chica cruzaba sus piernas con las piernas del chico. El chico leía para dormirse. La chica leía para aprender. El chico y la chica miraban la tele. El chico sacaba fotos de la chica. La chica miraba al chico. El chico miraba a la chica con la cámara en sus ojos. La chica miraba al chico a los ojos. 

El chico tenía un trabajo. La chica tenía muchos. El chico trabajaba en su trabajo. La chica jugaba a trabajar. La chica tenía los ojos radiantes. El chico tenía los ojos tristes. La chica acompañaba al chico. 

El chico disfrutaba de la libertad de la chica. El chico abrazaba a la chica. La chica abrazaba a la vida. El chico se quedó sin el único trabajo que tenía. La chica tenía miedo. Y el chico se despertó. Y eligió escribir un libro. Y eligió plantar árboles. Y eligió dar vida. Y eligió amar. La chica ya estaba lejos. El chico amaba a la chica. La chica amaba la vida. El chico la dejó ir. Y la chica se fue.



Relato enviado por Tatiana Alejandra Forero Duque
 Gracias Tatiana por enviar tu relato ;)

11 enero 2016

'Viaje al infortunio', de Eslibord

'Viaje al infortunio', de Eslibord

      Lo que voy a contar pertenece a un pasado muy reciente. Apenas dos semanas atrás. Y lejos de argumentar que esto le ocurrió a un conocido o inventar un personaje para esconderme detrás, admitiré sin tapujos que es a mí a quien se nombra en este escrito.
      Baso mi vida últimamente en intentar atender ciertas necesidades. Y digo “intentar”, porque no es función sencilla. Ocupan mi vida con obligaciones. Estoy tan harto de escuchar a lo que estoy obligado, a cual es mi deber, mi compromiso, mi cometido… que ya no recuerdo si me corresponde algún derecho, o si debo aprovecharme de alguna situación favorable sin sentirme asqueroso después. Luego dicen algunos —o muchos—: “Dios aprieta, pero no ahoga” ¿Y qué utilidad le saco yo a eso? ¿Qué se prolongue mi agonía? Manada de irracionales… Algunos refranes había que sacárselos de la cabeza a esta gente a guantazo limpio. Porque en la mayoría de los casos, quienes interpretan con más asiduidad estos dichos son los que gozan de buen capital, o quienes no desean salir de la incultura. Allá ellos… ¡Pues a lo que iba, que me enciendo cada vez que recuerdo estas cosas! Hablando una vez más de mis obligaciones, me hallaba en Barcelona.  El poco, el escaso, el ínfimo dinero que tenía ahorrado decidí invertirlo allí. Y digo “invertir”, refiriéndome en cuestión de encontrar trabajo, (manda cojones…). Lo que me iba a dar para pagar un mes y medio en un apartahotel y la comida de esos días. Contando por supuesto con los productos necesarios que todos comprendemos: condones, tabaco, whisky y juegos de Play Station 3. Por no mencionar los de higiene y limpieza del lugar y de uno mismo, si “encarta”,  como dirían en mi pueblo. Pero todo va por prioridad. Mencionar también, la enorme ayuda que recibí por parte de mi pareja. En la empresa en que ella trabajaba, tenían una impresora de esas de oficina con la que cada noche  hacía unas cincuenta copias de mi currículum para que al día siguiente yo pudiera repartirlos. También estuve más de dos semanas en la casa de sus padres cuando se agotó el dinero, al no poder seguir en el cochambroso apartahotel. Que a fin de cuentas, lo único con lustre que tenía aquel lugar eran las vistas, y que si te caías por la baranda de la terraza pegabas un panzazo en la misma orilla de la playa. Por el resto… ¡Ah!, se me olvidaba mencionar, que nada más llegar, el primer día, ya tenía dos entrevistas de trabajo confirmadas. Días antes me había dedicado a buscar por internet ofertas de trabajo en Barcelona y los pueblos de alrededor. Eché muchos currículums, a lo que sólo dos empresas se interesaron en mi perfil. Al llegar a la estación se Sants, me esperaban mi novia y su hermano para llevarme en coche al lugar de la primera entrevista. Nos tomamos un café en el establecimiento de enfrente del edificio puesto que faltaba una media hora para la cita. En una bolsa llevaba ropa “apropiada” para la ocasión, como bien me recalcó la chica que me llamó por teléfono. Pero por el momento tenía puestas mis galas: mis vaqueros rotos por treinta sitios, una camiseta de Tierra Santa, el pelo suelto, las muñequeras y setentaicinco quilos de cadenas a la cintura. Llegando la hora, fui a los servicios y cambié mi imagen por la de un “apropiado” soso. Después entré en el edificio. Me marearon un rato de aquí a allí. Subí en un ascensor acompañado de dos tíos que me hacían dar arcadas  por sus comentarios de prepotencia. “Supongo que ser jefe, implica ser gilipollas” —pensé—, y para mi sorpresa descubrir después, que los joyas esos venían a lo mismo que yo… A pasar por la criba. Rápidamente nos atendió un joven muy educado. Al poco rato me tocó entrar.
      -Buenos días, mi nombre es Filomena. ¿Y el suyo? —inquirió la pelirroja con gafas cuadradas, mientras estrechaba mi mano y me indicaba que tomara asiento.
      -Mateo, encantado —fui breve.
      -Pues mire. Lo que le ofrecemos es un puesto de atención al cliente. Estaría en un despacho atendiendo el teléfono. Ocho horas, de lunes a viernes. Mil novecientos euros netos. Treinta días de vacaciones y pluses por el contento que muestren los clientes que usted atienda.
      -Es que no sé… ¿No sería aprovecharme de ustedes? Las empresas que están emergiendo durante la crisis, y la banca, hacen una gran labor para que España pueda resurgir como el ave Félix —me sentí culto.
      -¡Por Dios, hombre! ¿Recuerda la cantidad de personas que había esperando su turno para la entrevista? Pues todas están siendo contratadas. Así que no se preocupe. Acepte, sin duda alguna.
      Supe entonces que no podría aceptarlo si aún me quedaba dignidad. Me despedí de ella, dejándola con una tristeza difícil de explicar. De la otra entrevista argumentar que más de lo mismo. Más tristeza en el rostro de aquella buena gente.  Pasaban los días y los trabajos que me ofrecían superaban los dos mil euros… ¿Qué había hecho yo para merecer tanto infortunio? Recorrí la Rambla en toda su extensión. En un restaurante, al entrar para dejar mi experiencia escrita,  dejé por error a una de las camareras la escritura de mi casa. La cual llevaba en el bolsillo de la chaqueta por gusto, como es costumbre. Rápidamente la chica salió en mi busca para devolvérmela y, después, recoger el currículum.
      Cada vez que ponía la tele a mediodía las mismas noticias: “los GRANDES bancos españoles, inyectan dinero privado a la sanidad y la enseñanza”. “Malditos ciudadanos haraganes… ¡Déspotas!”  —Pensaba mientras contemplaba tal injusticia—. ¡Coño! ¡Iba a empezar la Eurocopa! Se acabó la crisis. Por fin veríamos algo interesante, y no a esos lloricas babosos, quejándose con que el banco les regalaba una casa. ¡Qué asco me dan!
      Llegaba el momento de tener que volver a mi pueblo. No había encontrado nada, y el dinero, tan efímero como siempre. Mi novia buscaba más ofertas de empleo por internet. Intentaba por todos los medios que no me fuera. En una de sus cavilaciones se le ocurrió una idea que a mí no me gustó nada. ¡Que me prostituyera decía! Pero ojo, sólo con viejas y feas. Que sería mi chula, dijo con el tono más alegre… a lo que yo reclamé exponiendo, que puesto a sacrificarme sería con jovencitas y de muy buen ver.  Entonces ella decidió que no era tan buena idea. Y las horas pasaron sin resultado en beneficio nuestro alguno, pues al día siguiente debía coger el tren por la mañana bien temprano de vuelta a Jaén. Al menos en mi tierra podría arrancar unos jornales en la campaña de la aceituna para abrir una cuenta en Suiza. Pero serían a lo máximo una quincena, ya que la cosecha venía esta vez como una mierda —con perdón de la mesa— y no abría kilos ni para llenar una orza.
      El jornal rondaba los cuarenta y ocho euros. Así que hice mis cábalas: “cuarenta y ocho por quince… sí, me da de sobra para abrir la cuenta en Suiza”.
      El caso es que no pude evadir aquel viaje matutino del día siguiente. Ya en el tren, mientras buscaba el número que correspondía a mi asiento y arrastraba una maleta de setenta y cinco kilos, —llena de posesiones robadas a mis suegros—, vi a mi novia a través del cristal dirigirme frenéticamente cortes de mangas mientras movía sus labios con energía y el gesto de su rostro se tornaba felino. Sospecho, debido al no despedirme de ella y empujarle cuando me iba a dar un beso. Una vez encontrado el asiento coloqué la maleta delante de los pies de un anciano que había sentado en el de al lado. Me acomodé poniendo los pies sobre las rodillas de él y di una ligera cabezada, despertando en Vilches. La siguiente parada era la mía. La máquina recorría los últimos kilómetros y yo miraba al exterior, hacia el mar de olivos, ensimismado, imaginándome acompañado de mis ocho perros, corriendo por un carril en busca del río para echarlos, ahora que seguramente bajaría riada. El conductor anuncio por los altavoces que estábamos llegando a Linares-Baeza. En el andén me esperaba un buen amigo al que le debía muchísimo dinero para recogerme. Cuando me puse en pie, recordé entonces al viejo que había estado sentado a mi lado y me pregunté el cómo habría podido salir de allí estando yo delante…

Relato enviado por Eslibord
Gracias Eslibord por enviar tu relato ;)

09 enero 2016

'Las hojas de otoño' de Nacho Cal

'Las hojas de otoño' de Nacho Cal

Siempre me ha gustado esta época porque siempre he sido un romántico es una época de sueños en la que la fantasía fluye por mis venas así solamente paseando por el bosque me adentro en el mejor de los sueños; siento que las hadas cantan en mis oídos y me envuelven con sus bellos cantos; un día caminando por la orilla del río vi una bella mujer rubia con cabellos largos que tocaba la flauta me acerqué y le pregunté el nombre y ella no me respondió solo me sonrió me atreví y le di un beso y en ese mismo momento me quedé adormilado cuando desperté era un rey con corona de diamantes y sentado en un trono muy bello tapizado en rojo ; y vi un súbdito arrodillado; que me decía; señor yo siempre creí en vos porque sois un rey noble; yo necesito recuperar mi hogar.
- No os preocupéis mandaré a mis tropas y ellas darán su merecido al infame Arthur; que os ha arrebatado lo vuestro; me sentía un rey justo y valiente.

Me tomé una copa de vino y dormí la siesta durante no más de media hora; después me fui a dar un paseo por la campiña; era un lugar precioso lleno de arboles de alta copa y flores bellas y extrañas de todos los colores; a lo lejos vi una señorita; con un vestido blanco que danzaba en un jardincillo; sus cabellos brillaban con el sol; era una melena rubia y lisa y cuando me iba acercando ella me sonrió; yo creí enloquecer; su belleza era narcótica ; ellla se abalanzó sobre mi e hicimos el amor; mientras lo hacíamos oía una musica de flauta muy bella que me resultaba familiar llegamos al éxtasis los dos a un tiempo y en ese mismo instante la dama desapareció de mi vista; yo estaba confuso; me quedé con su recuerdo que me dejó enamorado y me fui a dormir al día siguiente tenía mucho trabajo. 
No lo pensé más y llamé a mis valientes caballeros para ayudar al bueno de Jhon así se llamaba mi súbdito; encargado de los caballos.
Partimos hacia Edimburgo ; yo sabía que el cobarde de Arthur vivía allí; iba muy motivado; cuando llegué a su castillo; se estaba pegando un buen banquete con su séquito de rufianes ; entré en el comedor sin previo aviso y le dije ojalá os atragantarais con un hueso de ese pollo que tenéis a costa de robar a mis súbditos. 
- Que decís vos?. 
- Sentaros y disfrutad con nosotros de estos manjares de dioses.
- No me sentaré en una mesa de ladrones.
- Cuidado con esa lengua majestad!
Dijo Arthur desenvainando su espada; a su vez yo desenvaine la mía y en una sola estocada lo atravesé de lado a lado.
Hice justicia y me sentí lleno de gloria a su vez, mis valerosos caballeros ensartaron a todo el séquito de rufianes; lo celebramos con buen vino. 

Al poco me volví a despertar al borde del rey y no paraba de reír entre las hojas secas del bosque.

Relato enviado por Nacho Cal.
Gracias Nacho por enviar tu relato ;)