28 noviembre 2012

"MAGDALENA" de ANTONIO RODRIGUEZ PLAZA

"MAGDALENA" de Antonio Rodríguez Plaza


Divisó los pináculos de la catedral, arropada entre las sombras de la noche.

En cada esquina un farol macilento le ayudaba a serpentear por entre las casas enjalbegadas
de blanco. Ahora difuminadas por el ocaso, se desdibujaban fundiéndose con un cielo de
estrellas.

Había recorrido aquella calle adoquinada, miles de veces.

Siempre lo había hecho por en medio, de día, con un público expectante, con la eterna ropa
de su eterna vida, siempre igual. Ahora esquivaba la luz para pasar desapercibida.

Siempre con el escapulario de la Virgen del Carmen, la mantilla hasta la cintura, la peineta, las
ropas negras no muy ajustadas, la mirada hacia el frente.

Siempre bajo un retumbar de tambores en Semana Santa, de lamentos y oraciones en los
Vía Crucis, de letanías inconexas en las procesiones del santo correspondiente, de lloros en
los entierros de lujo y siempre recitando de memoria con exasperante repetición Salves,
Ángelus, rosarios y novenas.

Los eternos consejos familiares sobre su posición social, sobre los pecados de la carne. La
formación religiosa perenne por pertenecer a una clase diferente, altiva, dueña de una
casta insuperable. Las altas tapias de la casa blasonada como parapeto a las calles donde
acechaban los vicios más perniciosos.

El huir de los hombres, de las tabernas donde se fraguan historias de pasiones, donde el
pueblo se desea y se ama en el griterío de los tablaos o en el silencio de lugares más
apartados.

Ella era diferente desde pequeña. Estaba destinada a otra cosa. Pero no lo soportaba más. Y
un día, en el claroscuro de la Catedral, sentada en su eterno y privilegiado banco lo vio a través
del velo, como si fuera una sombra grisácea.

Obvió por unos segundos los cánticos de aquel Misterio Gozoso, manido, que asustaba a las
palomas en las bóvedas del altar mayor y concentrando en él una tímida mirada apretó el
escapulario de la Virgen del Carmen tratando de controlar un corazón que se le desbocaba.

No perdió el recato, pero con un sudor incontrolable, se levantó a los pocos instantes, miró
con un cierto descaro a aquel hombre y sin torcerse un centímetro de una supuesta línea recta
salió de la Seo.

Cuando el ruido de aquellos acompasados tacones dejaron al eco perdiéndose en la altura de
las crucerías, en el pórtico, Adela recibió el soplo de un viento fresco.

Pasó dos noches en el duermevela de una excitación que le traía sueños nuevos, imposibles:
Resbalar de cuerpos sudorosos, besos que dejan marcas en la piel, sabores inescrutables,
promesas, brazos que la inmovilizaban, frases violentas, respiraciones entrecortadas ,posturas

increíbles ,sentir, vivir…amar.

Al ocaso del tercer día y bajo una supuesta cita, Magdalena ascendió el camino de la
Catedral. Disponía como privilegio, la llave de una pequeña puerta por donde a horas en que
la principal permanecía cerrada, entraba con otras de su ralea para encender velas, cambiar
flores, rezar por algún difunto o sencillamente reflexionar sobre su existencia desgraciada.

Un diablo incrustado en una ménsula del pórtico llamó su atención. Siempre esquivó la mirada
de aquella figura maldita, pero ahora la sonrió levemente bajo la protección de la oscuridad.

Entró en la nave.

Sus pasos resonaban lúgubres en aquel tabernáculo de piedra dormida. A la luz temblorosa
de las velas, los altares acentuaban la palidez de los santos, de las vírgenes y querubines .Sus
ojos de vidrio parecían seguirla con el reflejo de las llamas de cera. Un murciélago trazaba
arabescos silenciosos sobre el altar mayor.

Él estaba en el mismo sitio, en la misma postura, como le recordaba.

Corrió imparable a su encuentro, atronando las bóvedas en su carrera.

Se abrazó al cuello apretándolo contra el pecho. Le besaba la boca con los brazos extendidos,
buscando sus manos, gimiendo. Gritaba ¡! Silencio!!” mientras de manera brusca se
desnudaba.

Pasó la lengua por la herida del costado, apretó el pubis contra sus caderas. Agarrada a los
clavos le lamió con desesperación las heridas de la cara, se deslizó sinuosa hasta sus piernas
mordiendo cada centímetro de piel y en aquella locura sensual clavó las uñas en la tela
de arcilla que le cubría las ingles, en un vano intento de separarlas. Exploró cada rincón de
aquel cuerpo herido, con las manos, con la boca, con todos los sentidos, mientras la figura
torturada permanecía impasible. Consiguió el clímax a horcajadas sobre el pecho, con las
manos tapando la cara del Crucificado. Un largo gemido se perdió hacia las cúpulas de la nave.

Luego llorando observó aquel rostro perfecto, hermoso, hendido por las espinas, con un rictus
de dolor y muerte en los labios, las mejillas flácidas, los ojos inexpresivos medios cerrados,
brillantes, los surcos morados de los latigazos, la sangre coagulada de la nariz.

Las lágrimas de Magdalena resbalaban por las costillas cárdenas de la figura formando un
hilillo. Caían lentamente en la tabla donde además del Cristo reposaban las gubias, los
cinceles y otros instrumentos del restaurador.

Enarboló una maza y empezó a golpear la faz del Nazareno. Los lloros se mezclaban con la
rabia puesta en cada impacto. Cuando el rostro había desaparecido en forma de escombros
que volaban en todas direcciones, Adela lo miró con expresión demente.

En medio de un silencio sepulcral solo las palomas continuaban un vuelo asustado en las
alturas.

“!!Nunca dejaré que te vuelvan a subir en la Cruz!!”. ¡! Te romperé cien mil veces, para
tenerte tendido siempre a mi lado!!


Relato enviado por Antonio Rodríguez Plaza
 Gracias Antonio por enviar tu relato ;)

18 noviembre 2012

"Pensamiento lateral, huida o tírate por el puente" de Andrés Díaz Nepomuceno


"Pensamiento lateral, huida o tírate por el puente" de Andrés Díaz Nepomuceno

La estúpida manía de Javier, mal llamada, a la vez que negada, costumbre inevitable de  su ser, iba a acabar con mi paciencia y con mi cordura a la vez.
Mil veces le pregunte al respecto y mil veces lo negó. Pero era demasiado obvio, no  quedaba otra explicación. Los más que evidentes signos de humedad, la pérdida de su  característico olor.

Demasiado tiempo tardé, es cierto, pero eso es parte de mi personalidad y de la de  todos por lo que he podido observar. El descuido al que sometemos nuestros objetos mas preciados cargados de recuerdos, cosas que almacenamos e incluso consideramos piezas del puzle que nos permite entender o explicar nuestra personalidad, terminan  guardadas en una caja debajo de la cama, en el armario donde guardamos la escoba y la fregona o de adorno en una estantería a la que rara vez quitamos el polvo.

Pero así soy yo, o así somos casi todos por lo que he podido observar; nos apegamos a
los objetos que amamos, relojes, utensilios de cocina, posters, camisetas, discos de vinilo, cedés, cintas de casete, revistas que te juraste leer algún día, un diario apenas empezado, fotos de amigos, fotos de novias, fotos con algún cantante al que admirabas y que al conocer no te cayó bien ni tu a el, unos pantalones vaqueros que jamás te podrás volver a poner, libros que influyeron mas en tu vida de lo que te hubiera gustado; para tarde o temprano condenarlos a un olvido a veces obligado a veces necesitado.

Mi madre siempre me lo dijo; eres como tu padre, demasiado confiado.
¿Como te crees que viniste tú al mundo? << No pasa nada, no pasa nada que cuando eso me aparto>>.

Tardé 19 años en entender esa frase que ella me decía sin sonrojo ni reparo. Pero ya se sabe, las madres te conocen mejor que nadie. Y esta madre, la mía, no nació para equivocarse. Yo si. No se cuantas veces me he equivocado ni cuantas veces me equivocaré.

La primera vez que advertí signos de inequívoco deterioro seguramente era ya demasiado tarde pero ni el tiempo ni yo hemos sido nunca compadres ni he encontrado en mi vida un perro que no me ladre. Otras tareas inmediatas, que no importantes me reclamaban: tender una lavadora, ir al supermercado, terminar un trabajo de pensamiento creativo, atender la desangelada llamada de un amigo y llevármelo de copas, des tender una resaca, no encontrar que me apetezca de la nevera, no saber donde guardé en el ordenador el trabajo de pensamiento creativo y como no, colgar mis alas y llamar a algún amigo para compartir con alguien mis penas.

Eso, sumado a la arbitrariedad de mi jefe a la hora de cambiar turnos según su inmediata conveniencia o mejor dicho, a la conveniencia de su cuñada, a la que relevo o me releva en la garita del parking subterráneo donde trabajo, agotaron mis minutos y horas y relegaron mi atención a cosas como ya he dicho mas urgentes pero no mas importantes.

Casi una semana después desperté en mitad de la noche empapado en sudor frío por un súbito recuerdo que hizo que incluso me incorporara en la cama. ¡No podía ser verdad! Pero lo era. Los signos de deterioro ahora no solo eran evidentes sino que se habían agravado y yo no había hecho absolutamente nada por evitarlo. Un sinfín de maldiciones zarparon de mi cabeza para encallar en mi seca garganta antes de llegar a mi lengua. Tenía sed, mucha sed. Necesitaba agua, beber mucha agua.

Por suerte el agua todo lo calma y entre la que bebí y la que mojo mi nuca conseguí refrescar y apaciguar mi enfado con mi perra suerte, con la inutilidad del tiempo y sobre todo conmigo mismo.

Una vez conformado con la situación, puse mi mente analista en busca de un motivo y por supuesto una solución; busqué y rebusqué manchas de humedad por el techo y la pared, encendí el aire acondicionado para comprobar de que manera le había podido afectar, recordé donde incidían los rayos de sol a lo largo del día, busque restos de insectos, e indague por internet sin encontrar satisfactoria explicación.

El destrozo estaba hecho, busqué mi favorito y lo guarde en la botella que había calmado mi furia y mi sed una vez seca. La tape y la escondí debajo del sofá donde no limpiábamos jamás.

Como ya he contado, pregunte una y mil veces a mi compañero de piso Javier. Éste dijo ni siquiera conocer el objeto de mi desazón: << ni siquiera sabía que te gustaban esas cosas>>. Mis sospechas sobre él se agravaron hasta convertirse en paranoia ya que cada vez que sacaba el tema y compartía con él la intriga que enturbiaba mi alma se reía estúpidamente y cambiaba de tema sin muleta siquiera.

La convivencia empezó a ser áspera y dura. Ya no quedábamos para ver el futbol.
Automáticamente dejamos de ir juntos al cine. El signo inequívoco de que nuestra amistad había acabado empezó cuando comenzamos a pegar notas en el frigorífico para comunicarnos. Yo por mi parte deambulaba entre pensamientos opuestos; su culpabilidad o mi paranoia. Me sentí como un recién divorciado que ante la falta de medios económicos se veía obligado a convivir con la que hasta hace poco fue su mujer y aún se preguntaba si ella le fue infiel o si la culpa fue solo suya.

Entretanto seguí observando el lento pero imparable deterioro sin poder hallar solución.
Mañanas, tardes y noches pasé sentado con la botella en la mano viendo como su interior resistía el paso del tiempo y los demás se deterioraban a la par que mi salud y mi vida social.

Deje de quedar con amigos para salir, malogre tiempo delante de los libros sin poderme concentrar, las horas en el trabajo se me hacían cansadas, interminables y extrañas deseando volver a casa para comprobar que la botella estaba a salvo y su interior intacto y por el contrario y sin poder hallar solución, todo lo demás seguía su inevitable marcha vital como si de un organismo vivo se tratara y entre innumerables enfermedades estuviera llegando al cenit de su paso por este mundo.

Como es normal, ustedes pensaran: << ¿Por qué no lo guarda todo, por qué no cambia de casa? ¿Por qué no se olvida de todo y pasa página?>>.
Permítanme decirles que la obsesión, la curiosidad y la cabezonería tienen su propio gen dentro de la cadena de ADN. Y por mucho que se empeñen, estas tres cualidades, que en mi particular caso pueden ser fatales, en otros casos han sido decisivas para el desarrollo tecnológico y social de la especie. Y estos tres condimentos especiales mas un cuarto que no puede ser otro que la suerte o la casualidad ayudaron a resolver el enigma que me desequilibraba.

El azar se alió conmigo un jueves por la mañana. Estaba a esa hora en el trabajo. Mi compañero salió de la garita con el dominical en la mano y fue como un destello, un resorte interno, un silencioso doloroso y escabroso Eureka. Le dije aguántate una hora que me voy y vuelvo.

En el trayecto en metro hasta mi casa mi mente padeció un blanco extremo, una claridad cegadora que limito todos mis demás sentidos; un silencio abismal.

Entré en casa con el máximo sigilo. Todo estaba en calma, al fondo como yo me esperaba, el murmullo de la radio se escuchaba dentro del cuarto de baño. Me acerqué y pegue la oreja a la puerta, Javier estaba dentro. Con inusual decisión intente en vano abrir la puerta; estaba cerrada. Cogí impulso y embestí contra ella una y otra vez hasta que conseguí abrirla.

El vapor me impidió en un principio ver, pero me golpeo de lleno el terrible olor a tabaco mezclado con gel de ducha y el inequívoco olor que deja alguien después de dar de vientre, entonces vi a Javier, liándose la toalla al torso de pie en la bañera, el cenicero con dos o tres colillas y abierto, sobre el bidé, mi tebeo de Superlópez “La gran superproducción”.

Salí del piso sin mediar palabra y me fui directamente al hospital a que me colocaran el hombro en su sitio. Después estuve el resto del día de papeleos con la mutua del seguro de mi trabajo, discutiendo con mi jefe y hablando por teléfono con mis amigos y mis padres.

Volví a casa a última hora de la tarde con el brazo en cabestrillo. Entre los calmantes que me habían dado para paliar el dolor y el ajetreo del día solo pensaba en irme a la cama.
No me sorprendió al entrar no encontrarme con Javier. Tampoco me sorprendió que no estuvieran sus cosas. Una nota de color amarillo estaba pegada en la pantalla del televisor: << No te puedes imaginar lo que a algunos nos puede llegar a costar cagar>>.

Dormí toda la noche abrazado a mi botella, con el contenido de ésta a salvo. El primer Superlópez que me compró mi padre el día que cumplí 12 años y que 4 años después conseguí que me firmara Jan : Superlópez y El supergrupo.


Relato enviado por Andrés Díaz Nepomuceno
Gracias Andrés por enviar tu relato ;)

13 noviembre 2012

"¿Tú y yo?¿Yo y tú?." de Sergio Castrelo

"¿Tú y yo?¿Yo y tú?." de Sergio Castrelo

Otka corría desesperadamente por el helado bosque invernal cubierto de una fina capa de resbaladiza nieve, la cual creaba un hermoso paisaje salpicado por los congelados arboles desvestidos y con mirar siniestro. 

Invadida por el frío Otka seguía corriendo en busca de su amado, Damon, el cual solo dejara una nota advirtiendo de su huida y posteriores represarías. Ella no lo podía permitir; estaba enamorada y ahora lo tenia mas claro que nunca. Amaba a Damon, daría su vida por el o moriría con el.


La pendiente comenzó a descender permitiendo ver un precioso prado nevado con un bulto negro desplomado sobre el suelo. Era el. 


Otka trotó desesperadamente hacia el en busca de repuestas ¿Que hacia allí tirado?¿Le pasaría algo?


Se arrodilló junto a el sobre la fría nieve y lo examinó. Su chaqueta estaba entreabierta y su camisa manchada de sangre, a igual que el suelo y sus frías manos. No era posible, se había suicidado... por ella. 

Otka rompió a llorar, las amargas lagrimas recorrían su rostro transformándose en finos diamantes. Tantas vivencias y secretos compartidos con el para llegar a este pétreo momento. Instantáneamente se le vino a la cabeza el momento en que ambos se conocieron. 

Sus miradas se cruzaran en medio de las ajetreadas mesas del Rock Rose, la radiante 
sonrisa de Damon cruzara las conversaciones y llegara directa mente a la ruborizada Otka la cual le devolvió una temblorosa respuesta. Un dulce e inesperado momento predecesor de su apasionada relación. 

La amarga desesperación inundó su corazón y no supo como sobre llevarlo. Solo encontró un remedio drástico pero eficaz. 


Ella viviría para siempre con su amado y para ello debía pagar un precio. 

Otka se recostó junto a Damon notando el penetrante frío de la nieve, se abrazó a el, lo besó finalmente lo amó como siempre lo había amado.


Relato enviado por Sergio Castrelo
 Gracias Sergio por enviar tu relato ;)